De la Virgen del Mar a Bendicho: los recuerdos de la familia Marín

La historia de hoy es la memoria de la familia Marín, un pedacito del Casco Histórico

Enrique Marín y María del Mar Marín en la Plaza Virgen del Mar
Enrique Marín y María del Mar Marín en la Plaza Virgen del Mar La Voz
Lola González
10:44 • 13 oct. 2019 / actualizado a las 10:56 • 13 oct. 2019

Miércoles, no podía ser otro día. Son las 18.50 horas y llego tarde (prometo que no es habitual en mí aunque siempre voy corriendo a todos sitios). Salgo de la calle Braulio Moreno y al cruzar Real con Gravina ya los veo a lo lejos.



Allí, a las puertas de la casa de su “vecina más antigua”, me esperan Enrique Marín y María del Mar Marín. Son padre e hija, hermana mayor y teniente de hermano mayor, descendientes y creadores de tradiciones, enamorados de su barrio. Con las manos entrelazadas y miradas de complicidad me reciben en la Plaza Virgen del Mar y desde allí, tras aceptar mis disculpas por el retraso (los 5 minutos de rigor), arrancamos el recorrido por los recuerdos de dos generaciones de vecinos del Casco Histórico.



Comenzar a las puertas del Santuario de la Patrona de Almería no ha sido una casualidad. Allí, a pesar de las obras que se han realizado en los últimos años y que han trasladado de lugar al Padre Ballarín, se conserva esa fuente, esos jardines, esa esencia de la infancia de los dos. La de un pequeño Enrique Marín que llegaba a ella a ver a la Virgen del Mar con cruzar la calle Real desde su casa, y la de una María del Mar que jugaba al fútbol usando la Escuela de Artes de portería en los ratos antes de entrar o a la salida de ‘El Milagro’, o que pasaba el rato en los bancos de la plazoleta ya de adolescente.






Para ambos la Virgen del Mar es parte de sus creencias más arraigadas. Enrique fue mayordomo y María del Mar, como heredera y casi predestinada por su nacimiento en el antiguo hospital de la plaza, “en esa casa en la que se escondió a la Virgen durante la Guerra Civil”, es a día de hoy camarera de la Patrona. 



Cerquita Reconoce que su vinculación con este entorno es tal, que cuando se independizó solo tenía claro una cosa, desde su nuevo hogar tenía que “escuchar las campanas de la Patrona”. Y cumplió con su premisa, está a 200 metros de su campanario.



Mientras cuentan su historia, es imposible no mirar al frente y encontrarse de lleno con la realidad. La de las viviendas tradicionales de la ciudad que ven pasar el tiempo con carteles de se vende, de las que en algún caso va quedando poco más que la fachada y que piden a gritos seguir siendo parte de la historia de la plaza. Pedía Enrique al Ayuntamiento que “haga todo lo posible para que se recuperen estas casas ahora vacías y abandonadas”. Y es que son parte de su infancia en la que jugó en alguna de sus plantas, en la que aún tiene en su memoria las pinturas de los techos de otra. Al menos se muestra esperanzado en que parece que la de la esquina con calle Real tiene nuevos  dueños y esa casa, la que acogió durante años la tienda de ultramarinos tendrá nueva vida.   



Desde la puerta precisamente de esta casa vemos la casa familiar de los Marín. Esta vivienda tradicional, presidida por un azulejo de la Virgen del Mar, y por tanto, inconfundible. Para Enrique la calle Real es otra de las vías fundamentales de su historia vital. En ella “vivieron mis abuelos que regentaban el bar Lupión, y luego lo hizo mi tío”. 


Es la calle de su despertar cofrade. Recuerda como su abuelo sacaba mesas a la puerta la noche del Viernes Santo para que “mis primos y yo pudiéramos subirnos y ver pasar a la Soledad y al Santo Entierro”. Quizá en esas noches, casi como un juego, le llegó el ‘pellizco’ de la Semana Santa que aún mantiene y que ha dejado en herencia a María del Mar.


Sus recuerdos en Lupión están más cercanos litros de calimocho (tengo que decir que los comparto con ella) y sus primos de Alemania que siguen siendo fieles a esa tradición. Eso de vivir a “10 metros de la marcha” cuando eres joven siempre es una ventaja, pero también es verdad que para María del Mar la calle Real es  su casa, la de su familia porque “los Marín seguimos viviendo muchos alrededor calle. Estamos nosotros, mis tíos, mis primos, un hermano de mi abuelo...”. Solo le pone un pero, que a pesar de que sigue siendo un espacio con saber tradicional, que son muchas las casas que lo mantienen, “cuando miras arriba y abajo te rompen la vista estos edificios” en muchos casos de dudoso gusto.


Taller 

Con nostalgia giramos a la izquierda y allí, con una placa de cerámica azul, nos recibe la calle Solís. Está silenciosa, no en vano muchas de las viviendas, las más grandes, están cerradas a cal y canto desde hace años. Y donde en otro tiempo estuvo el Rincón de Espronceda, ahora hay una dependencia municipal que por la tarde tiene poca vida.



“Aquí está mi corazón. Yo he nacido en esa casa. En ella nunca se cerraban las puertas. Aquí entraban y salían mis tíos, eran siete hermanos, nosotros que éramos cinco... Parecía un cuartel, con un ir y venir de gente permanente, era el punto de encuentro de generaciones de la familia, algo que se ha perdido hoy en día”.


Recuerda con cariño a los vecinos de “la calle más estrecha de la ciudad”, y es que “antes casi no podías abrir los brazos al final de la calle” pero cuando tiraron la casa para hacer el edificio actual que da también a Plaza Bendicho, se ensanchó. 


Eran todos “casi una familia. Allí vivían los dueños de la Papelería Valverde, en esa otra casa doña Carmen con su hermando y su hija, en aquella doña Aurora...” cuenta Enrique mientras se sitúa en aquellos años en los que recorría el Rincón de Espronceda. “Si cierro los ojos sé perfectamente como eran las habitaciones, los suelos, la recorrí muchísimas veces cuando era chico...”, afirma.


Para María del Mar esa es la calle del taller de su bisabuelo, era tapicero, y aún tiene recuerdos de ese espacio, aunque los tiene más del taller de la calle Real y del establecimiento de Cortinas Lupión en el que han estado su padre y su tío durante tantos años y que ahora sigue en la familia. 


Hogueras


Mientras hablábamos hemos llegado a la puerta de la Casa de los Canónigos hoy convertida en sede de despachos episcopales en plena Plaza Bendicho. “Como vivía cerca, conocía a todos los sacerdotes de la casa. Aquí vivía el primer cura que nos dejó una habitación en la que hoy es la sede de la Hermandad de Prendimiento. Se llamaba Rescenvinto Martínez Trevijano”.



Durante dos años estuvieron ‘de prestado’ y cuando falleció “ya firmamos un contrato con la Cámara de Comercio de 500 pesetas”. En esa Casa de los Puche sigue la hermandad desde entonces, una vivienda en la que llegaron a habitar 17 familias como “los Úbeda, Manolo Llamas, Manolo el barnizador...” pero en el año 1995 llega la oportunidad de adquirir la vivienda al completo “por 10 millones de euros que el Patronato que tenía la titularidad donó íntegramente a Cáritas”.


De aquella casa bastante deteriorada y de la que Mª del Mar y yo recordamos Cruces de Mayo a la actual han pasado no solo los años sino una rehabilitación profunda de la que no se arrepienten ya que creen que este patrimonio se ha recuperado para todos los almerienses “porque las puertas están siempre abiertas”.


De Bendicho ambos tienen recuerdos de una niñez de juegos, de hogueras de San Antón cuyo hollín oculta la solería actual, o de la imprenta Bretones “que tanto ayudó a las cofradías cuando empezaban”.


Recordando los tiempos de en los que Enrique Marín estuvo en el Colegio de los Seises y en los que hizo de monaguillo en más de misa conventual a cambio de esas naranjas que se criaban en el Claustro de la Catedral, recorremos calle Cubo hasta llegar a la plaza. Ésta sí que ha ido cambiando con el tiempo.Recuerda Enrique cuando se rodó la película Patton, cuyo rodaje vio “desde la casa de Carine, los propietarios de la tienda Fornieles en la calle Real”. Sobre todo recuerda que “todo quedó hecho un desastre”, se remodeló y “pusieron una fuente, unos bancos...”. 


Prendimiento


Suena el reloj de la Catedral. Miércoles, 19.15 hora e instintivamente la hermana mayor de Prendimiento calcula por donde iría la Merced si fuera Miércoles Santo. Ambos llevan en la sangre su devoción por sus “tres tesoros” como llama ella a sus titulares. Y es que el padre lleva desde el año 77 involucrado en ella y la hija se ha criado jugando en el interior del principal templo de Almería, escondiéndose bajo los pasos, durmiendo en los bancos e incluso “recorriendo los pasadizos de la Catedral que ahora están cerrados con Isaac, con José María. Ellos eran mayores y nosotros íbamos detrás”, pasadizos que “se conservaban muy bien, sin luz más allá de las velas que les quitábamos a los mayores, pero que cuentan con huecos para colocar lámparas. Dicen que uno iba al Obispado, otro al puerto y un tercero a la Alcazaba”. Pienso entonces que quizá no estaría mal preguntar si se pueden reabrir...por pedir.



Casi en la despedida recordamos el incendio de 1996. Emocionado me cuenta Enrique el relato de quien se peleó para entrar en el templo y vio, en medio del humo, el paso del Cristo convertido en una alfombra de ascuas. A pesar de los años, el recuerdo le sigue haciendo sufrir pero tiene claro que eso supuso que “la ciudad se volcara” y permitiera la llegada del Señor de Almería, el Cristo de Medinaceli que se pagó con los donativos. 


Ahora ya sí toca despedirse, y no sé por qué pero tengo ganas de Miércoles Santo.


Perfil

Enrique Marín y María del Mar Marín son padre e hija. Ambos nacidos y criados en el Casco Histórico, amantes de su barrio y devotos de la Virgen del Mar aunque tienen un corazón totalmente ‘prendío’ que les ha llevado a los dos a ser hermanos mayores de Prendimiento. Enrique ha pasado su vida entre las telas de Cortinas Lupión, en plena calle Real, aunque ya está retirado, y María del Mar es administrativa en Congresur.


Si algo transmiten ambos cuando están juntos es el amor que se tienen. Con las manos entrelazadas caminan dejando claro que se apoyan el uno en el otro.



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