El barrio que nació frente al cementerio

En octubre de 1969 el ministro Alonso Vega inauguró las primeras 60 viviendas de Los Almendros

El obispo don Ángel Suquía en su recorrido por las calles del barrio de Los Almendros.
El obispo don Ángel Suquía en su recorrido por las calles del barrio de Los Almendros. La Voz
Eduardo D. Vicente
21:34 • 16 jul. 2018

Hay barrios que apenas han cambiado su fisonomía, que siguen estancados en los mismos problemas que tuvieron desde su origen como si el tiempo solo pasara para ir empeorando un poco más la situación. Las casas del cementerio constituyeron en su día el primer barrio marginal de nueva creación que organizó el Ayuntamiento.




Las primeras  casas que se levantaron sobre la Loma del Almendrico, junto a la Rambla de Amatisteros, fueron chabolas que sirvieron de asentamiento a familias gitanas, en una zona que ya estaba habitada desde antiguo, cuando sus cuevas estaban pobladas de familias que sobrevivían en condiciones infrahumanas. Las llamadas cuevas del cementerio formaron parte de aquella lista negra que las autoridades de Falange elaboraron nada más terminar la Guerra Civil, donde aparecían formas de vida primitivas en todo el entramado de cuevas que rodeaba la ciudad. Eran pequeños núcleos aislados que surgieron en una zona que nació con vocación de gueto por la proximidad del cementerio.




Cuando el Ayuntamiento empezó a urbanizar el lugar y a construir las viviendas, se produjo un rechazo generalizado a ocuparlas por el temor de muchas familias a vivir a tan solo unos metros del campo santo de Almería y bajo la amenaza, mucho más real, de una rambla que cada vez que salía causaba estragos en la ciudad.




Fue en 1969 cuando las autoridades municipales pusieron en marcha la construcción de una nueva barriada frente al cementerio. El proyecto de las viviendas se le encargó al arquitecto Federico Castillo y de la ejecución de la obra se encargó la constructora Asturiana. En octubre de ese mismo año ya estaban terminadas las primeras sesenta viviendas que conformaron el suburbio de Los Almendros, formado por casas de planta baja de tres dormitorios, comedor, cocina, cuarto de aseo y patio.




El día de la inauguración se organizó un acto multitudinario con la presencia como estrella principal del Ministro de la Gobernación, señor Alonso Vega, que junto al entonces alcalde de la ciudad, Francisco Gómez Angulo, y el Obispo de la diócesis, don Ángel Suquía, se encargaron de entregar las llaves a los primeros moradores del barrio recién construido. Ese mismo día, después de la bendición de las casas, se procedió a la voladura, con dinamita, de las últimas chabolas que sobrevivían en la loma.Muchos de aquellos primeros habitantes llegaron forzados a Los Almendros, empujados por las inundaciones que sufrió la ciudad en 1970, que se cebaron especialmente con las calles más deprimidas del Barrio Alto. Las familias que se quedaron sin casa fueron realojadas en este nuevo barrio  a la orilla del cementerio. El Ayuntamiento les concedió las casas como una cesión y no tuvieron que dar ningún dinero. Con la construcción de las viviendas llegó también la urbanización de sus calles y la apertura de nuevos accesos para el transporte público pudiera llegar hasta el corazón del barrio. La puesta en marcha de una línea de autobús que unía el centro con Los Almendros fue fundamental para que el arrabal del cementerio no se quedara aislado del mundo.




El autobús formó parte de la vida cotidiana de todas aquellas familias, y los chóferes se convirtieron en auténticos personajes para la gente del barrio. Quizá, uno de los conductores más recordados por los vecinos de Los Almendros fue Antonio Iglesias, una institución en el gremio de conductores de Almería. No era un chófer convencional, sino todo un personaje capaz de adaptarse a la realidad de aquellas gentes y a sus costumbres. Nadie como él supo entender la idiosincrasia tan especial de sus pasajeros y convertir los incidentes en anécdotas. Cuando iba conduciendo y olía a tabaco y veía el humo de un cigarrillo que salía de la parte de atrás, paraba el autobús de golpe, se levantaba del asiento, abría la puerta y se bajaba. Desde la calle le decía a los pasajeros: “Cuando acabéis de fumar me avisáis”.




Otras veces, cuando los gitanos venían de la Plaza con sus cargamentos de fruta, comían en el autobús y echaban las cáscaras al suelo. Para estos casos, Antonio tenía preparada una escoba que llevaba medio oculta en el vehículo, que no dudaba en ofrecérsela al que había tirado las cáscaras. Como una anécdota más de aquella época, Antonio contaba el día que un muchacho se subió al autobús con una carretilla de mano cargada de chatarra. Antonio lo dejó subir, pero le dijo que se sentara encima de la carreta para que no se viera, por si acaso aparecía el inspector.




Temas relacionados

para ti

en destaque