La Voz de Almeria

Tal como éramos

La Almería de los 87 mil habitantes

En 1960 la ciudad seguía creciendo, no solo en el número de vecinos, también en renta y nuevas viviendas

Vista de la zona sur de la ciudad desde las ruinas de la Alcazaba. Todavía no se había levantado ningún gran edificio en la zona.

Vista de la zona sur de la ciudad desde las ruinas de la Alcazaba. Todavía no se había levantado ningún gran edificio en la zona.

Eduardo de Vicente
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Era el año 1960. Almería seguía siendo una ciudad pequeña, olvidada en un rincón del mapa de España, con las peores carreteras del país, sin aeropuerto, con un ferrocarril que apenas había cambiado en medio siglo y con un puerto donde empezaba a flaquear el negocio de la uva.

Teníamos entonces ochenta y seis mil habitantes, diez mil más que en 1950, lo que demostraba que aquel invento del Franquismo de fomentar la natalidad a toda costa y de favorecer a las familias numerosas empezaba a dar sus resultados.

La ciudad comenzaba a ver la luz después de una posguerra demasiado larga. Las familias habían comenzado a subir algunos peldaños en la pirámide social y la llamada clase media se asomaba en el horizonte como el auténtico motor de una nueva revolución. Los tiempos estaban cambiando. Ya se cantaba menos el cara al sol y los miedos de la guerra civil empezaban a suavizarse. Una nueva juventud empezaba a caminar empujada por una nueva música y por el anhelo de poder disfrutar de una vida distinta a la que habían tenido sus padres. Eran los hijos de los padres de la guerra civil, almerienses nacidos en plena posguerra, que en muchos casos iban a tener la oportunidad de escoger una profesión o de estudiar una carrera.

A partir de 1960 ir a la Universidad no fue una aventura exclusiva para los estudiantes de familias poderosas. Aquellos padres de la recién forjada clase media que se dejaron la juventud trabajando sin vacaciones por el porvenir de sus hijos iban a obtener su fruto: ver cómo sus hijos iban al instituto y llegaban a la Universidad. El mayor orgullo de sus vidas, el éxito de sus existencias, fue, para aquellos sacrificados padres y madres de los años sesenta ver cómo sus hijos se hacían maestros de escuela, profesores de instituto, abogados, médicos, arquitectos o ingenieros.

Era el año 1960 y Almería despertaba lentamente de su profundo letargo. Habían empezado a llegar los primeros rodajes de películas y el turismo, junto al dinero que mandaban los emigrantes, empezaba a ser una importante fuente de ingresos. Queríamos turistas, pero nos faltaban las infraestructuras. Nos sobraban los kilómetros de playas vírgenes de verdad, pero nuestros alojamientos fundamentales seguían siendo las fondas y los hostales y el viejo Hotel Simón que ya no estaba para lo que exigían los nuevos tiempos.

Aquella era una ciudad en plena transformación, un reflejo de la propia sociedad. Era todavía la Almería horizontal de calles estrechas y casas con azoteas que presumía de su Paseo, de su Parque, de su puerto y de esa tranquilidad de pueblo que nos permitía tener la sensación de que aquí nunca pasaba nada, de que la vida iba más despacio en Almería que en otras ciudades, a veces con tanta lentitud que obras tan necesarias como las del alcantarillado estaban todavía por resolver a comienzos de aquella década.

Pero la gente progresaba poco a poco. Se veía en las familias que se permitían el lujo de llevar a sus hijos a un colegio de pago, en la renovación de la ropa de los armarios y la democratización de la moda, y sobre todo, se veía en los ‘terraos’ de las casas cuando empezaron a asomar las primeras antenas de televisión. En 1960 no había una sola antena colocada en los barrios periféricos, pero ya se podían ver las primeras en el centro cuando llegaron los primeros televisores.

La tele acabaría siendo la bandera de la clase media como también lo fue el Seat 600, que en 1960 se convirtió en una de las grandes aspiraciones de tantas familias. Entonces no podías ir al concesionario, poner el dinero y llevarte el coche a tu casa. Tenías que pedirlo a la Sociedad Española de Automóviles de Turismo S.A. y hacerlo a través de Modesto García Ortega que era el encargado del servicio oficial en las oficinas que regentaba en la calle Rueda López.

El Seat 600 cambió la vida de los almerienses. Era un coche tan práctico que lo mismo lo utilizaba un tendero para transportar la verdura que un maestro de escuela para ir a trabajar o el practicante del barrio para poner las inyecciones en las guardias nocturnas.

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