El Salar de los Canos necesita valientes

Uno de los mayores humedales de la provincia -2.000 aves- es propiedad privada y urbanizable

Imagen panorámica del Salar de los Canos en la costa de Vera.
Imagen panorámica del Salar de los Canos en la costa de Vera.
Manuel León
21:06 • 14 jun. 2023

Juan Pedro Enciso era un naturalista huercalense, uno de esos tipos que va por la vida haciendo cosas inútiles. Murió hace siete años, después de haber llenado libretas enteras dibujando con un lápiz las aves de los humedales del Levante almeriense. Su preferido era el Salar de los Canos. Llegaba hasta allí con una mochila al caer la tarde, se apostaba en un ribazo, sacaba el cuaderno y con paciencia monacal iba trazando picos, patas plumaje, mientras oía el suave canto de la abubilla. Sus cuadernos se pueden ver en la web de la Asociación Salvemos el Salar de los Canos. 



La historia de este espléndido humedal veratense, formado en la desembocadura de la Rambla del Algarrobo, en la carretera de Garrucha a Villaricos, es la de una antigua salina romana que se fue desecando dejando una costra blanca de salitre. Los que éramos niños en los 70 recordamos haber disputado allí fieros partidos de fútbol con los pies descalzos; allí, las Salineras Catalanas intentaron obtener algún beneficio de ese terreno cuarteado y hasta se sembraron tomates con poco éxito. Las urbanizaciones de la costa motivaron felizmente que el agua se embalsara y que se haya convertido en un oasis único, un reclamo turístico y paisajístico de primer orden, un regalo del cielo para Vera, donde nadan flamencos y patos malvasías, donde beben las comadrejas y los zorros, donde aletean libélulas y mariposas, donde se oye el croar de las ranas o el ulular del búho, donde aparecen tortugas moras o   lagartijas en peligro de extinción.  Un jardín del edén, un paraíso, una jungla de sonidos y colores a la que la crisis del ladrillo salvó: en 2005, en tiempos de Paco Vázquez, estaban proyectadas por Key Mare dos torres comerciales de veinte plantas. Ese humedal es hoy un paraíso amenazado porque es terreno urbanizable en el PGOU, desde antes de ser inundable, y tiene dueño, la ley lo ampara si quiere laminar toda esa flora y fauna mañana mismo -aunque parezca una quimera ahora- para hacer chalets. De hecho, este fin de semana se ha podido observar en Vera Playa, Avenida de las Palmeras, por encima del Salar de los Canos, que junto a una urbanización se estaba produciendo un importante movimiento de tierras cegando parte de esta laguna que se ha formado a lo largo de estos últimos años.



El Salar -con más de 2.000 aves acuáticas cuantificadas, donde se refugiaron los flamencos de Las Salinas del Cabo- no está protegido, mientras que el esparto de El Alquián o el tomillo de Sierra Cabrera sí; la provincia está protegida casi en tres cuartas partes de su territorio como una reserva india, a través de los LIC, Zepas, parques y parajes, pero este espacio natural, este vergel frente al playazo nudista, no ; el Salar necesita a un alcalde valiente y a un consejero azul valiente para salvarlo, para registrarlo como Paraje Natural Protegido. Las generaciones futuras se lo agradecerán, los veratenses que ahora son niños se lo agradecerán y el bueno de Juan Pedro, aquel pintor de pájaros, donde quiera que esté, también. 








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