El Hispania C.F.

Javier Adolfo Iglesias
00:38 • 16 oct. 2020 / actualizado a las 07:00 • 16 oct. 2020

Hispanidad es una palabra  tan llena de polvo como “pillastre”, “mequetrefe” o “mentecato”.  Fue con Felipe González cuando se cambió el nombre de la celebración del Día de la Hispanidad el 12 de octubre por el de ‘Fiesta Nacional’. Creyó que con solo un cambio de palabras se solucionaría el lío de España


El pasado lunes celebramos nuestra nación beckettiana sin ponernos de acuerdo aún en qué es España. La escena presuntamente festiva del patio del Palacio Real era más bien la de un funeral; mejor aún, la de los distantes herederos reunidos por el notario para leer la herencia, incluidos sus postadolescentes nietos maleducados. 


Nuestra fiesta nacional es propia de Wonderland; los españoles somos todos sombrereros locos que vertemos bilis ardiendo sobre nuestra somnolienta ciudadanía mientras no paramos de celebrar el no-país, como el anuncio del no-banco. El coronavirus ha llegado como un acelerador de partículas a detectar la naturaleza virtual de nuestro país, las dos Españas son la del gato de Chesire y la del Gato de Schrodinger, ambas están y no están. Expliquémosle a un extranjero, -y que lo entienda-, que nuestros puentes más sólidos son invisibles e inmateriales. Y pese a ello los cruzamos y nadie los cuestiona, a diferencia de nuestra España. 



Todos los españoles discuten sin fin sobre qué es España. Y sin embargo, solo hace falta pasar una temporadita en el extranjero para darte cuenta de que existe con toda su potente realidad.  Buscaba yo trabajo de profesor en un instituto de Inglaterra cuando me pidieron que explicase a los alumnos británicos de español qué quería decir aquel anuncio televisivo de moda, el de Campofrío. No pude, se me hizo un nudo en la garganta y comencé a llorar. 


Rafa Nadal se emocionó también el pasado domingo cuando oía el himno de España y veía su bandera tras ganar su decimotercer Roland Garros. Suficiente para que los seguidores de Podemos lo consideren el Amancio Ortega del deporte



Andamos a banderazos como nos pintó Goya. La gente que se dice de izquierda identifica el enarbolar una bandera de España con la derecha. Los primeros son también libres de cogerla y de emocionarse con el himno también pero arrastran complejos como los de esos postadolescentes a los que me refería más arriba. Acomplejado yo, tampoco había agitado una bandera de España hasta el Mundial de Sudáfrica. Nadie es más español que nadie por agitar una bandera, pero tampoco se debería descalificar como franquistas a quienes lo hacen. 


Por supuesto que Franco hizo mucho daño al imponer 40 años su católica y sangrienta “unidad de destino en lo universal”.  Aún recuerdo como si fuera una alineación de fútbol la retahíla de héroes hispanos que nos enseñaban en la escuela: Viriato, El Cid, don Pelayo, Guzmán el Bueno, los Reyes Católicos y el general Moscardó. El franquismo nos quería convencer de que estos y otros “héroes” representaban la esencia de España. Una sencilla mentira. Similar a la de que Messi es la esencia del barcelonismo.  



El pasado agosto, cuando Messi anunció que quería irse del Barcelona C.F. no solo se vivieron millones de dramas personales de barcelonistas a un lado y otro del planeta sino que se vivió una paradoja lógico-metafísica.  ¿No es contradictorio que la persona que encarna la esencia de un club quiera abandonarlo? Aquel acertijo se intentó salvar argumentando que “el barcelonismo es mucho más que Messi” o que “el Barcelona está por encima de cualquier jugador”. Salidas igual de fantasiosas y absurdas, como la de apelar al ADN del Real Madrid o del Almería C.F.


No existen esencias, almas ni identidades de pueblos o clubes de fútbol. No existen entes ideales, ya sean individuales o colectivos, hispanidad o barcelonismo, republicanismo, izquierda o derecha.Cuando aceptamos hablar de esencias acabamos buscando purezas normativas que nos abocan a la intolerancia, como los nacionalismos, el de Hitler o el de ETA

España tiene una historia rica, acoge una cultura compleja y variada, comparte un idioma bello y único en el mundo, pero no hay una esencia de España. Querer a nuestro páis es querernos a nosotros mismos y a nuestros mayores que pactaron la Constitución. 


No hay nada más importante que la ley y la Constitución en cualquier democracia. No hay nada por encima de ella, ni el Rey ni el pueblo, ni la historia ni la memoria histórica, ni la derecha ni la izquierda. El 6 de diciembre debería ser nuestra fiesta nacional sin esencias. Entonces disfrutaríamos cada uno a nuestra manera del Hispania C.F, con Messi al frente. 


Temas relacionados

para ti

en destaque