Los respaldos cesaristas y el extraño caso del PSOE de la capital

Pedro Manuel de La Cruz
11:00 • 01 dic. 2019

El pasado fin de semana algunos partidos pusieron en escena un espectáculo teatralizado (y por tanto impostado, falso) del asamblearismo al que han sucumbido. Los militantes del PSOE, Unidas Podemos y ERC acudieron a la llamada del líder para refrendar, con mayorías próximas al cien por cien, a sus propuestas para formar gobierno. El invento de las primarias y la continua apelación al respaldo plebiscitario de las bases lleva camino de convertirse en un artefacto de tan amplio espectro que puede acabar destruyendo el elogiable principio de participación democrática que pretendían alentar. 



Socialistas, neocomunistas y republicanos respaldaron con un voto abrumador, no una propuesta o una aproximación a un programa de gobierno, sino a prefabricadas declaraciones de intenciones en las que todo es tan abierto- un gobierno progresista, una mesa de dialogo, en fin, palabras- que solo encierran aire. 



El tiempo dirá si la euforia que ha acompañado tanto alborozo militante acaba en buen puerto, pero, tanto si es así como si no, convendría no olvidar la frase de Madame de Stäel que he vuelto a leer en algún análisis de estos días convulsos y en la que la escritora francesa sostenía que “el desengaño camina feliz y sonriente detrás del entusiasmo”.



La lírica asamblearia tiene el atractivo de lo efímero, pero, al contrario que en el teatro, aquí la función comienza cuando se han apagado los focos y hay que gestionar la realidad en medio de las contradicciones y el desaliento melancólico de las decepciones.  



Almería, que nunca ha sido la excepción en nada (y menos en el respaldo a quien ordena y manda, ya sea en el PSOE o en el PP) ha dado muestras otra vez de su adhesión inquebrantable a todo lo que se decida en Madrid o Sevilla. El apoyo a que Sánchez gobierne coaligado con Iglesias alcanzó en el global de la provincia una participación del sesenta por ciento de la militancia con más de dos mil quinientos votos a favor y poco más de cien en contra. Las cifras pueden considerarse normales, incluso altas en cuanto a participación se refiere. 



Lo que sorprende es lo que se encuentra detrás de esas cifras porque demuestra la diferencia que continúa existiendo (siempre ha sido así, no crean que esto es novedoso) entre el PSOE de la capital y el PSOE del resto de la provincia. Porque se da la circunstancia que mientras en los más de setenta centros de votación instalados en los pueblos la participación fue superior al setenta por ciento del censo de militantes, en la capital, de un censo de mil, solo votaron 250 en la sede, lo que apenas llega al 25 por ciento.



Los datos son interpretables y de ellos puede obtenerse un abanico de consideraciones sin duda todas interesantes. Pero hay una barilla de ese abanico que no puede por menos que sorprender. Y es que resulta cuando menos extraño que aquella oleada de nuevos militantes que descubrieron de un día para otro la fe socialista apenas unas semanas antes de confeccionar la candidatura de este partido en la capital ahora, ay, se hayan caído del caballo que les llevaba a la tierra prometida y hayan optado por quedarse en sus casas. Dice la tradición que la fe puede ir por barrios, pero no por agrupaciones. Y no es entendible (¿o sí?) que los que ayer corrieran alborozados (¿y motivados?) para afiliarse en masa al partido en la capital y elegir a Adriana Valverde como candidata a la alcaldía hoy hayan dejado en la comodidad del olvido el apoyo a la estrategia de Pedro Sánchez en su camino hacia la reelección como presidente del Gobierno.



Quienes se habían apresurado a afiliarse al PSOE porque acababan de descubrir si irresistible atractivo- más de cuatrocientos nuevos afiliados en cuatro semanas y media, ¡cuatrocientos! - no pueden haberse convertido, poco más de un año después, en un ejército de incrédulos en retirada (de aquella oleada ya se han dado de baja más de doscientos). 


El tiempo acabará desvelando lo que había detrás de aquella reconversión tan abrumadora a la fe socialista. Pero, mientras tanto, lo que nadie puede negar es que aquel fervor fue una mentira premeditada y manipulada; tan premeditada y manipulada como los ejercicios de cesarismo puestos en escena el pasado fin de semana por los tres partidos que negocian el próximo gobierno y al que más, temprano que tarde, también acabaran sucumbiendo los demás partidos. 


Para estos viajes hacia la democracia directa no hacían falta tan falsas alforjas populistas. 


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