Mujeres y hombres

El hombre y la mujer somos iguales como personas y diversos como individuos, y complementarios. Que España no pueda tener una reina es una injuria a la mujer. ¿Y que no puedan ser sa

Fausto Romero-Miura Giménez
23:56 • 11 mar. 2017

Hace días, el vuelo Almería-Madrid fue tripulado exclusivamente por mujeres: la piloto, la copiloto y las dos azafatas, magníficas y muy queridas amigas, Pilar del Pino y Sofía Sánchez: el “Comando Almería”.
Lo cito como anécdota que, a mi juicio, puede servir para ilustrar la creciente paridad entre mujeres y hombres. Y empleo paridad y no igualdad porque ésta es esencial en el ser humano: el hombre y la mujer somos iguales como personas y diversos como individuos, iguales en nuestra diversidad. Y no rivales, sino recíprocamente complementarios e interdependientes: sin la biología de una mujer y de un hombre no existiría el género humano.
Afortunadamente podemos comprobar cómo, día a día, la mujer se hace mayoritaria en ciertas profesiones: la Judicatura, la Medicina, la Educación, la Ciencia... pero sin embargo, otras le están vedadas. La más clara, la de reina de España: es un oxímoron que la Constitución consagre la igualdad de hombre y mujer pero, en su artículo 57, diga que la Corona es hereditaria por “el orden regular de primogenitura” aunque siendo preferido “en el mismo grado, el varón a la mujer”.¡ ¿Cómo casa ese desafuero con el derecho constitucional a la igualdad? Es una injuria a la mujer. Mientras España no pueda tener una “Reina”, la mujer será considerada como persona de nivel inferior. Y España, continuará anclada en la Edad de las Cavernas.
Y –sigo con los desafueros- ¿cómo, a estas alturas de los siglos, la mujer no puede ser sacerdote, ni Obispo ni Papa? ¿Lo más grave? Al Papa actual le cuadra la autodefinición de Unamuno: “yo soy un hombre con mi contradicción”: ¿cómo es posible que esté pensando en la ordenación de hombres  casados y mantenga la hiriente desigualdad de la mujer?  Bastaría con que eleve a la categoría de católicamente normal lo que a nivel de la calle debe ser normal, con que la Iglesia sea la locomotora y no un vagón lastrado. Si Iglesia  significa Asamblea, ¿sería imaginable una Sociedad mercantil que excluyese de su Junta General a la mitad de sus socios, que les impidiese ser administradores? 
Seguimos viviendo en una sociedad –la laica, digo ahora- machista. Y es inasumible.
En 2003 una amiga inteligente me regaló un libro muy interesante –que recomiendo-, “El primer sexo”, de Helen Fisher, con esta  dedicatoria: “Espero que este libro te ayude, como a mí, a conocer un poco mejor el complicado mundo de las mujeres”. No sé si aprendí a conocer mejor “el mundo” femenino, la globalidad, porque no creo en las generalizaciones.
“El lugar de la mujer en la sociedad marca el nivel de civilización” dijo, en el siglo XIX, Elisabeth Cady Stanton, feminista americana. Es claro que el nivel de la civilización actual es mucho más alto pero, desgraciadamente, no es inoportuno, aún, celebrar el “Día de la Mujer”, porque el mundo está cojo: ha de sostenerse y de avanzar sobre dos piernas complementarias: mujeres y hombres. Es necesario implicarse y trabajar por una sociedad justa, igualitaria, armónica y lógica. El mundo necesita una globalización moral, de los valores.  
Y hablemos de la violencia machista.
Hace pocos días escribí sobre ella, e iban asesinadas quince mujeres. Hoy, ya quizá 17 con la señora embarazada moribunda en Barcelona, y su hijo destripado. Estamos batiendo los records más siniestros. 
La sociedad está enferma. Decía Saint-Exupèry: “El amor no consiste en mirarse el uno al otro, sino en mirar juntos en la misma dirección”.  Cuando cada uno mira para un lado, incluso cuando se llega al odio, hay que conseguir algo tan elementalísimo como que se entiendan hablando. Garantizar que “la libertad de tu puño acaba donde empieza mi cara” no es, a mi juicio, un problema policial, penal o judicial -eso son soluciones necesarias pero coyunturales- sino moral, estructural, de salud social, que ha de resolver la educación: una educación que, desde el parvulario, enseñe que no hay que vencer, sino convencer; la igualdad, la libertad y la dignidad: mujeres y hombres somos personas incondicionadamente libres, dignas e iguales; la mujer no es propiedad del hombre, el matrimonio no es un matarimonio ni una cárcel ni un cortijo ni un feudo talibán. 
La solución al problema de la desigualdad no está en permutar la lucha de clases por la de sexos, sino en hacer efectiva la igualdad de oportunidades.
Y tendríamos que hablar también de lenguaje sexista y, sobre todo, del artificial y desquiciado lenguaje “para visibilizar a la mujer”. 
El mundo necesita una globalización moral. Hasta que la igualdad no sea real, deberíamos hablar no del mundo, sino de medio mundo. Y de medio mundo infame e infamante. 
Vivir es cambiar el orden social día a día, no quedarnos anclados en el pasado.
...Y a los días se las ha puesto ya color de primavera.


¿Vuelve la mili?


Suecia ha restablecido el servicio militar obligatorio: se siente amenazada por Rusia. En España, el Juez de menores de Granada, Emilio Calatayud, ha propuesto algo parecido, para mujeres y hombres, de dos meses de duración; y, más largo, para los incorregibles.
Piensa que aprender orden, disciplina, educación cívica y responsabilidad, y relacionarse entre sí jóvenes de toda España, sería positivo, para ellos y para la sociedad que, ahora, ha de soportarlos: los integraría.
A mí, la mili no me hizo daño.




La quiebra de la piedra


El Centro Andaluz Tecnológico de la Piedra (CATP) está en Macael, pero no es de Macael. ¡Otro gallo le hubiera cantado de ser macaelero! 
Está cerrado desde el año pasado y ha solicitado el concurso voluntario de acreedores al no poder pagar a sus empleados por el impago de la deuda de la Junta de Sevilla –patrona del centro- que, de los 3.700.000 euros que le debe, sólo libró 1.800.000 en diciembre, correspondientes a 2012, …pero no han llegado.
¡Tenemos una suerte con ser andaluces…!
¡Ay mi Macael bravo!




Avenida silencios


Es un hermoso poemario de Carmen López; un cuerpo, vivo, de poesía dura –como las experiencias vitales de que nace- íntima, lírica y esperanzada.
Y contiene un ejercicio poético insólito: en algunos poemas, Carmen le roba versos a otros poetas –Salinas, Rubén Darío, Neruda, Bécquer- para, digamos, continuarlos, desarrollar su propia poesía, a la que siguen unas sorprendentes y hermosas cartas en prosa poética sobre el no comprensible sentimiento amoroso de una mujer.
Me ha ilusionado sentir a Carmen poeta.




 



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