“Hacer estas guitarras no es un trabajo. Es todo un modo de vida”

“Hacer estas guitarras no es un trabajo. Es todo un modo de vida”

Guillermo Fuertes
17:44 • 14 abr. 2013

“Esto no es un trabajo, es una vida”, dice Juan Miguel González. Sus manos sostienen la guitarra que acaba de sacar de un estuche. No la agarra, sólo la sustenta en el aire con la llema de los dedos, ingrávida, delicada, y si ya el instrumento impresiona desde el principio por su elegancia, ese gesto desvela además, por un fugaz momento, el secreto intangible de la joya que realmente es.

Siendo bella, no es ese su verdadero valor. “Eso se consigue con oficio, y es importante, claro”, explica el luthier. Pero una guitarra no es sólo un objeto. El tesoro está en su sonido. En la capacidad de esa simple caja ondulada, de su mástil, sus varetas, sus proporciones, para producir en sus entrañas de madera las vibraciones, oscilaciones y resonancias que generen el milagro de un sonido limpio, puro. En ser un instrumento apto para acoger una obra de arte.

Un instrumento especial

Esta que tiene en sus manos es una reproducción de una guitarra de 1888 del también almeriense Antonio de Torres, y que tocaba el gran Francisco Tárrega. Un instrumento mediano, muy cómodo y de muy buena sonoridad, explica. Sin florituras externas más allá de las grecas características de Torres, alrededor de la boca, el cuidadoso varetaje del interior de su tapa, la elegancia de sus proporciones y el acabado.

Es un instrumento especial, hecho para ser regalado a un gran amigo de muchos años, el guitarrista Carles Trepat, quien la vendrá a buscar en estos días. Pero también ha hecho otra igual, totalmente fiel a la original, que será parte de los fondos del futuro Museo de la Guitarra ‘Antonio de Torres’, que se prepara en la capital.

Una guitarra así es todo un reto, sólo al alcance de guitarreros muy experimentados. Como él, que ha dedicado toda su vida a este oficio, aprendiendo desde niño y desde abajo cada detalle con su padre, que a su vez continuaba una tradición de guitarreros almerienses que cuenta con nombres como el propio Torres y los hermanos Moya, entre otros.

En ella ha utilizado pino abeto alemán, palosanto para la tapa, y ébano para el mástil.

Tiempo, paciencia...

Y en este punto se le iluminan los ojos. Deja el instrumento de nuevo en el estuche y se dirige al fondo de su taller, repleto de herramientas cargadas de tiempo e historia, muchas hechas por él mismo. En un rincón, una alta estantería guarda otro de sus grandes tesoros: las maderas con las que hace sus instrumentos.

“Esta es la prueba de lo que te decía al principio”, dice. “Aquí hay maderas que me dejó mi padre hace décadas, y que incluso él, a su vez, recibió de joven. Son piezas únicas, curadas, que suenan distinto, escogidas por el dibujo perfecto de las vetas, que luego puedes casar en la tapa, en el fondo, en el costado...”.

Toma unas piezas y las acaricia, las huele. “Es una maravilla”, murmura. “Pero esto, ¿con qué dinero se compra?”, se encoge de hombros. “No existe, no hay precio que lo pague. Esto es tiempo, paciencia, hacer las cosas bien. Quien hace 300 guitarras al año no puede tener estas maderas...”.

Juan Miguel González tiene un amplio catálogo de instrumentos de clásico y flamenco, y en una estantería algunos estuches esperan destino. En este taller han tocado desde Tomatito hasta Ivan Rijos. Él mismo también es guitarrista, y toca cada viernes en una peña. “Ya te digo”, sonríe, “esto es una forma de vida”.







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