“Los jóvenes han perdido esa cultura campestre de adaptación al territorio”

Entrevista a José Miguel Carmona, autor del libro ‘Vidas contadas. Almería 1908’

José Miguel Carmona, en la foto junto a Paco, se ha propuesto dar voz con sus libros a quienes nunca tuvieron.
José Miguel Carmona, en la foto junto a Paco, se ha propuesto dar voz con sus libros a quienes nunca tuvieron. La Voz
Marta Rodríguez
07:00 • 12 dic. 2021

Si con 'Almería, tierra de cortijos', su primer libro, José Miguel Carmona (La Aljambra, Albox, 1974) puso negro sobre blanco el legado de nuestros antepasados que salieron adelante trabajando esta tierra "áspera", en 'Vidas contadas' el autor rescata la memoria de un zagal de campo de principios del siglo XX que no es otro que su tatarabuelo. El diario en el que se basa la obra apareció más de cien años después durante las obras de reforma de un cortijo familiar.



¿Quién fue Antoñico 'el de Angelica', el autor del diario que ha motivado la publicación de su libro 'Vidas contadas. Almería 1908'?



Antoñico 'el de Angelica' era un zagalico joven, hijo menor de una familia aparcera, que en el año 1908 escribía en sus pocos ratos libres el diario de su singular vida cotidiana. El germen del libro fue el hallazgo de esa vieja libreta, que se encontró en 2015 durante las obras de reforma del cortijo de mi bisabuela. Un cortijo humilde como son los de la mayoría de la provincia.



¿Y qué anotaba en su cuaderno un zagal del campo de Almería a principios del siglo XX?



Describía vivencias, anécdotas y diálogos de personajes de su entorno. En el cuaderno aparecen anotados por fechas hitos de su vida cotidiana, por ejemplo, lo que se compraba en el mercado; cuándo se hacía la matanza; cuentas como lo que se llevaba de trigo al molino, la contribución, lo que dejaba fiado en la tienda o lo que iban debiendo unos vecinos que distinguía por sus apodos, e incluso recetas de ungüentos varios.



Después del éxito de mi primer libro, 'Almería, tierra de cortijos', creé una página de Facebook con el mismo nombre, y ahí he ido publicando periódicamente 'historias cortijeras' que reflejaban la vida cotidiana de nuestros antepasados cercanos, quienes vivían la mayoría de esta tierra seca. Poco a poco y desde entonces, hilvanando este antiguo diario y completando con algunas de estas historias, fue tomando forma la obra. El resultado es un relato vivo con buenas dosis de humor, lo que hace que resulte muy ameno de leer, e incluso a veces divertido.



¿Cómo era aquella Almería que describía Antoñico, su tatarabuelo?



Desde luego, muy distinta a la actual. En esos años, Almería era de las provincias más pobres, no solo de Andalucía, sino de toda España, con un alto nivel de aislamiento, un alto grado de analfabetismo y donde la mayoría de la población se dedicaba a una agricultura y ganadería de subsistencia. Aunque había negocios que empezaban a consolidarse como la minería o la uva de embarque, esta dura vida hizo emigrar a muchos almerienses a Orán y a las Américas.


Al contrario que hoy en día, los almerienses se concentraban casi el 70 por ciento en zonas rurales del interior, muchos en cortijos y cortijadas y algunos de ellos en lugares tan aislados que sobrevivían primitivamente. Básicamente con lo que ellos fabricaban y producían.




¿Qué sintió cuando encontró el diario en el cortijo? 

Fue un hallazgo inesperado e increíble; tuve la misma sensación que si hubiera encontrado un valioso tesoro arqueológico. La libreta había permanecido intacta más de un siglo escondida en un hueco en los muros de la cámara del cortijo, protegida con una piedra y envuelta en un 'taleguico' de tela, ya color ocre, pasando varias generaciones, guerras. Yo digo que, en este caso, la historia me descubrió a mí.


En el libro aparecen además las fotografías y documentos antiguos que contenía el cuaderno, originales e ilustrativos de esa fecha, lo que es un plus para que el lector se sumerja aún más en la historia y en los detalles.


Narra la historia en primera persona. ¿Siente una conexión especial con su tatarabuelo? 

Durante generaciones en mi familia nos hemos dedicado a trabajar la tierra y los animales, pero me sorprende que en esos años y en un cortijo tan aislado, un antepasado mío tuviera la oportunidad de aprender a leer y escribir, y además anotara con tanta rigurosidad esos hitos de su vida cotidiana. No he podido indagar más acerca de este hecho, pero gracias a ello he podido reconstruir partes de su vida y del lugar: el Llano de las Ánimas en Albox.




En el relato abundan expresiones y palabras que han caído en desuso y nos trasladan al pasado. ¿Podría poner algunos ejemplos?

En la obra van apareciendo personajes con sus diálogos, hablando como lo hacían en su tiempo, pero con nuestra forma tradicional de expresarnos en Almería, con todo un acervo de expresiones y palabras, muchas de las cuales están en desuso u obsoletas, pero que nos van a transportar a los recuerdos de nuestra infancia, al color y calor de nuestra tierra, y en definitiva, a identificarnos con nuestras raíces e identidad.


Por ejemplo, cuando Antoñico se refiere a sus abuelos, lo hace como el 'papaDiego' y la 'mamaCatalina', dice que tiene 'regomello' como un pesar o 'a casico hecho' en lugar de adrede. También usa 'tibante' para indicar mucha cantidad, 'allí cara' como enfrente, 'por cima' en lugar de encima, 'ajestao' como lustroso, 'sejatrás' a modo de orden para que retrocedan las bestias, 'zoroño' en lugar de moño de pelo, 'abuzarse' que es inclinar la cabeza, 'zanguangos', 'levaja', 'sangraor', 'alcanciles', 'zaragüelles' y un sinfín más que aparecen con la historia.


Como ya hizo en ‘Almería, tierra de cortijos’, vuelve a dar voz a los que nunca tuvieron. ¿Qué pretende?

Reivindicar que nuestra historia no solo la escriben las personas relevantes de una época, sino también las personas humildes: en su quehacer cotidiano, en sus anhelos, en sus dificultades o en sus pequeños logros, que también merecen ser contados. Y es más, esa es realmente nuestra verdadera historia, porque es el origen de la mayoría de nuestras familias.


Pero también en este libro he perseguido que se reconozca nuestra forma tradicional de expresarnos en Almería, sin complejos, y que en este mundo globalizado, sobre todo las nuevas generaciones se interesen por nuestras raíces, por nuestra cultura, por sus antepasados cercanos, por el esfuerzo que llevan aparejados todos los bienes materiales e inmateriales que hoy disfrutamos, por la lección de vida que supone anteponerse siempre a las dificultades, por grandes que sean.


Se habla mucho de la España vaciada, pero ¿considera que la Almería rural está en peligro?

Creo y espero que no. En este mundo cada vez más impersonal y tecnológico se siente la necesidad de volver a conectar con la naturaleza, con las personas, de hacer las cosas y producir con más sentido común y sostenibilidad hacia el entorno, y debemos ser capaces de poner en valor y aprovechar nuestra Almería rural como una fuente de riqueza y cultura, y más en una tierra en la que buena parte vive ya del turismo.




¿Qué cree que pasará con las historias de tantas familias el día que muchos pueblos y pedanías queden deshabitados?

No es una cuestión del lugar o de su abandono. Trabajo con adolescentes todos los días y me doy cuenta de que las nuevas generaciones de almerienses -vivan donde vivan-, han perdido esa a veces necesaria cultura campestre de adaptación al territorio, esa que nos ha permitido sobrevivir durante siglos, y que había pasado legada de generación en generación.


Estoy hablando, por ejemplo, de que desconocen el ciclo de las cosechas, no identifican árboles y arbustos típicos de nuestros parajes como una albaida o una retama, no diferencian el esparto del albardín, ni saben de la toxicidad de la adelfa. Un día lluvioso o gris lo ven como un día triste. ¡Dios mío, si nuestros predecesores se pasaban mirando al cielo toda su vida! Y un día de lluvia en Almería era un día de verdadera alegría, precisamente por su gran escasez. También son muy pocos los que se interesan por la historia de su familia.


Mantener nuestra cultura, tradiciones o historias es mantener nuestra identidad y raíces, y nunca hay que verlo como algo obsoleto, del pasado o como una carga u obligación, sino como un tesoro que se disfruta. Son regalos que las anteriores generaciones nos han legado. Lo ideal, por tanto, es no perder las raíces aunque, por supuesto, no estemos anclados en el pasado.


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