Mojácar: un bombón de pueblo

El municipio del Levante acrecienta su leyenda con un capricho que nació en Italia

Cumbre panorámica de Mojácar en una foto de Emilio Aramburu.
Cumbre panorámica de Mojácar en una foto de Emilio Aramburu.
Manuel León
21:05 • 12 dic. 2022

Mojácar apenas suma 7.000 habitantes empadronados -Vícar, por ejemplo tiene más del triple, no digamos Roquetas o El Ejido o algún otro de los grandes municipios de aluvión del Poniente- y sin embargo Mojácar, tan mesurada en población, suena hasta en Australia. ¿Por qué?: por la playa no, el mundo está lleno de playas; por estar en una montaña, tampoco, hay pueblos que se columpian en laderas por todas partes; por tener sus casas enjalbegadas de blanco no es, eso abunda por doquier;  por el mito de las brujas tampoco, ya no queda ni el Teatro Aquelarre. Entonces qué tiene Mojácar que tanto enamora y donde tantos se enamoran; qué tiene ese cubo de pintura blanca arrojado sobre  Sierra Cabrera; qué tiene ese pueblo morisco, de mujeres tapadas, de rumor de agua pura, de gente que parece cantar cuando habla; qué tiene ese caserío que parece un nido, qué tiene  ese lugar de calles empinadas, ese rincón de gente mestiza, de bohemios y forasteros en chanclas, de gente del lugar que conserva apellidos de diez generaciones como los vascos: Flores, Carrillo, Egea, Córcoles, Artero, Cano, Montoya, mezclados con los Willians o con los Douglas; qué tiene Mojácar para ser una patente de buen rollo. Si Mojacar fuese una sociedad anónima, el activo más valorado en el Balance sería su fondo de comercio, que es ni más ni menos que el valor contable de su marca. Qué tiene Mojácar para ser así: puede ser su leyenda, su duende -como el chalé de don Ginés- su embrujo, como lo llamó Carlos Almendros; sus aires de Babilonia, como dijo Tico Medina.



Cómo una tierra tan pobre, que estuvo a punto de cerrar su ayuntamiento en los años 60 porque todo el mundo se fue a la emigración ha conseguido perpetuarse como una Ibiza con estilo propio, con estilo mojaquero. Si Mojácar fuera un Ferrero Rocher, sería un Raffaello, blanco como armiño. Mojácar ha dado un nuevo campanazo cósmico. Lo de menos es que sea algo tan prosaico como un mero alumbrado de Navidad. Mojácar, los mojaqueros, han sabido reinventarse siempre, llevan haciéndolo décadas, parecen italianos, como los bombones que los ha premiado. Todo a partir de un personaje con luces largas:  el alcalde Jacinto. Y todo lo que urdió: los solares, la tía Cachocha, Walt Disney los embajadores, los pintores, la  jarapa que le regalaron a la reina Fabiola, la duquesa de Alba, Sierra Maldita, Miguel Ríos, el torero Bienvenida. Y también con esa banda sonora internacional “Mujeres, mojito, Mojácar” y ahora con esa distinguida consagración de 'Pueblo Ferrero Rocher', el Messi de los bombones, ese capricho piamontés relleno de cacao y avellanas que convertirá a Mojácar en un sonajero de luces en lo alto de la cumbre. Será como mirar las estrellas desde la tierra.









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