Los bronces del Viernes Santo

Recorrido por las campanas de las iglesias del centro

Vista general de la ciudad cuando aún los campanarios se presentaban como vigías del horizonte.
Vista general de la ciudad cuando aún los campanarios se presentaban como vigías del horizonte.
Juan F. Escámez
07:00 • 10 abr. 2020

Avanza la mañana en la ciudad. El ruido de carros cargados de fruta inunda la calle Real al ritmo que las mulas marcan, poco les pueden pedir ya los arrieros que las guían después de todo el esfuerzo realizado. 



El mercado está cerca, en la plaza de la Constitución. Todo el descanso y tranquilidad que parece respirarse en la ciudad, en aquella plaza desaparece, los gritos de los dueños de las barracas del mercado ofreciendo sus productos, las carreras de los niños entre el gentío, el aviso de la guardia para dejar libre el paso a un nuevo carruaje, todo allí es trasiego.



De pronto, todo parece que se para, cuando desde lo más alto de la torre de la Catedral, Santo Arcángel San Rafael comienza a llamar. 



Todas las miradas se dirigen hacia a la espadaña que corona la majestuosa torre, y como si de una conversación se tratara, al callar el primero, Santa María del Mar y San Jose comienza su soniquete marcando las horas.



En una ciudad de casas bajas, de escasa algarabía en las calles salvo en aquellos espacios más concurridos, como el mercado o en las terrazas de las cafeterías del Paseo, los bronces campaniles que llamaban a la oración o marcaban las señales horarias no tenían que realizar grandes esfuerzos para ser escuchados en cualquier callejuela por alejada que estuviera, dictando la vida de la población tanto a intramuros como a extramuros.



Pero a pesar de haber dejado de vivir en las aceras o de que los motores de combustión hayan conquistado el terreno que antes ocupaban las risas de los niños, a pesar de andar absortos en móviles y auriculares, la llamada de las campanas no han cesado su tarea desde lo más alto de los campanarios de nuestros templos almerienses.



La Catedral



La imponente torre de la catedral será la primera imagen que el portador de la Cruz Guía de cada hermandad vea elevarse cuando ascienda la empinada pendiente de la calle Eduardo Pérez. Su construcción se puede dividir en tres fases, y cada fase lleva el impulso de un prelado diferente: los cimientos, del siglo XVI, se realizaron bajo la prelatura de Villalán; la ejecución cuerpo pétreo hasta el arranque de la espadaña es promovida por Portocarrero en un incipiente siglo XVII; para concluir con la coronación de la misma, en el último cuarto del siglo XVIII, se ejecuta la espadaña bajo el episcopado de Anselmo Rodríguez.


En 1781, el fundidor José Corona va a colocar cuatro campanas en lo más alto del campanario y que hoy solo se conservan las dos mencionadas al inicio. 


Junto a estas, nos encontramos otras menores en tamaño y peso, colocadas tras la Guerra Civil y nombradas como “Santa María”, “San Juan”, “San Indalecio”, “Sagrado Corazón de Jesús” y “Santa Bárbara”, y por último, la conocida como “La Gorda” del fundador Manuel Rosas de Torredonjimeno realizada en 1815.


La Alcazaba En 1766 salió de los talleres de Juan Corona la conocida popularmente como “de la Vela”, colocada en el Muro del mismo nombre de la Alcazaba pero que tiene por nombre de “Santa María de los Dolores” y que está grabado en el metal, junto a otra epigrafía, donde se puede leer: “REINANDO EN ESPAÑA CARLOS III ANO DE MDCCLXVI MEFECIT CORONA”.


A pesar de haber perdido la función por la que se colocó en este emblemático lugar, como era el de ordenar los riegos y señal de aviso de incendios o ataques a la ciudad, la Hermandad de la Soledad ha rescatado el toque de la misma en la festividad compartida por la imagen mariana y la campana, el 15 de septiembre.


Las parroquias Desde la calle Ricardos, casa de la hermandad del Santo Entierro, suena el repique de “Nuestra Señora de los Remedios”, custodiada por “San Pedro Apóstol” y “San Francisco de Asís”, en honor a la advocación apostólica actual del templo una y, al padre seráfico de la orden que ocupará casi tres siglos el convento que fue establecido en este preciso espacio por los Reyes Católicos en el siglo XV.


“Santa María” y “San Miguel”, desde la iglesia de Santa Teresa de Jesús, anuncian el inicio de los cultos de la hermandad de la Caridad desde su establecimiento en la parroquia del barrio de Oliveros situado al otro lado del cauce de la Rambla.


Viernes Santo de 2020, que quedará enmudecido de sones de bandas, de órdenes de capataces, del revuelo de nazarenos y del movimiento de mantillas, pero no permanecerá ausente de las llamadas de los bronces de nuestras iglesias y parroquias. Ellas no quieren que olvidemos que la Semana Santa está aquí.


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