Nathalie Poza: “Tal y como está el mundo, tengo más hambre de cine que nunca”

La actriz ha sido el primer Premio Almería, Tierra de Cine de esta edición de FICAL

Nathalie Poza, con el premio honorífico Almería, Tierra de Cine que recibió el viernes en la apertura de FICAL.
Nathalie Poza, con el premio honorífico Almería, Tierra de Cine que recibió el viernes en la apertura de FICAL.
Evaristo Martínez
10:00 • 23 nov. 2023

La actriz Nathalie Poza (Madrid, 1972) recibió el viernes en el XXII Festival Internacional de Cine de Almería (FICAL) el premio Almería, Tierra de Cine, un homenaje por su vinculación con la provincia. Aquí rodó ‘No sé decir adiós’, que le dio su primer Goya; una película sobre cómo dos hermanas (ella y Lola Dueñas) afrontan la enfermedad terminal de su padre (Juan Diego). También protagoniza ‘La unidad’, serie que ha rodado en localizaciones de nuestra tierra su tercera temporada. Poco después de descubrir su nombre en el Paseo de las Estrellas habló con LA VOZ. Días después, regreso a la ciudad para presentar, fuera de concurso, 'Honeymoon', que protagoniza junto a Javier Gutiérrez.



¿Qué huella le dejó ‘No sé decir adiós’? 



Es, después de ‘Malas temporadas’, la película más importante que he rodado. Mi padre había fallecido no hacía tanto y yo iba a hacer el personaje de la otra hermana, un personaje muy luminoso. Pero el destino hizo que tuviera que rodar este duelo. Me habéis hecho recordar esas carreteras de Almería por las que rodaba con Juan Diego, mi padre de ficción, que decía que en esta película había aprendido a morir. 



Ahí es nada.



Son esas experiencias que atesoras para siempre. Decía Isabelle Huppert que esas películas que más te quitan son las que más te dan. Aquí fue así. Desde entonces he vuelto muchas veces en lo personal buscando esta tierra. 



Juan Diego falleció en abril de 2022. Además de la pérdida del compañero y amigo, recordaría esta película, donde él tenía que afrontar la muerte.



Juan parecía eterno. Y le tengo muy presente cuando hay que luchar. Hizo mucho por esta profesión, forma parte de esa generación de actores que han conseguido que nosotros tengamos los derechos que tenemos. Cuando las cosas estaban como estaban, siempre me decía: “Dales fuerte, hija”. Para mí, es el mejor actor que ha habido jamás en este país y una fuerza de la naturaleza. Él me enseñó muchísimo y lo pasamos muy bien aquí, donde a él le gustaba mucho rodar.



Durante el rodaje de ‘No sé decir adiós’ filmaron un corto llamado ‘Australia’ donde interpretaba al mismo personaje.

Rodamos la película y al mismo tiempo el corto. Lo maravilloso es que era como una escena anterior a lo que  íbamos a ver después en la película. Si ya tenía el personaje incorporado, con el cortometraje directamente me poseyó, de esas veces que te vas confundiendo un poco con el personaje. Me abdujo mucho, fue muy intenso. Pero con Lino, al igual que con Manolo Martín Cuenca [el cineasta almeriense la dirigió en ‘La flaqueza del bolchevique’ y ‘Malas temporadas’], siempre tuve la sensación de que aunque todo estuviera difícil, nunca se iba a caer.


Cuando ves a un creador que se tira años para levantar su historia, que tiene claro lo que quiere contar y cómo lo quiere contar, te vas con él al fin del mundo. Lino también es muy exigente, muy meticuloso. Y el guion era extraordinario, como el de ‘Malas temporadas’. Son guiones que te leen a ti, no al revés. Te leen de tal manera que desde que abres la primera página y decides tomar la decisión de hacer el personaje, ya estás dentro. Quizás sean las dos películas a las que le tenga más aprecio. 


Qué bonito y simbólico que reciba el Almería, Tierra de Cine en la misma gala en la que Martín Cuenca estrene en casa su nueva película, ‘El amor de Andrea’. ¿Cómo valora su figura?

Me parece imprescindible, como me lo parecen Jaoine Camborda, Isabel Coixet o Rodrigo Sorogoyen. Manolo hace el cine que quiere sin pensar en el resultado ni en la complacencia. Y en su última película más que nunca: pega unos giros tremendos de un título a otro. En esta hay un plano que muestra a ese padre incapacitado para ser padre, caminando por el mar, huyendo casi de su hija, que es de esos que dices: esto es de Martín Cuenca. 


Un sello propio.

Hay algo atmosférico, algo en la fotografía, algo en la manera de contar. Pero es otro giro, es siempre una película inesperada, una historia que se le ha revelado imprescindible de contar. Por eso siempre vamos a ver sus películas con ese asombro, con esa necesidad de ver qué va a explorar ahora que nos va a dejar pegados en la butaca.  


Y qué necesario que películas como ‘El amor de Andrea’, como ‘No sé decir adiós’, tengan su lugar. Antes era difícil, pero ahora...

En este momento, tal y como está el mundo, tengo más hambre y más desesperación por ver cine que nunca. Y mira que he visto cine. Pero hay una necesidad de apagar un poco esa realidad que está en los medios, atronando, que nos produce una impotencia tremenda. Y de ver esas historias que retratan la realidad, pero que nos invitan a ver de qué manera podemos sobrevivir en esta imposibilidad de vida que estamos construyendo socialmente hablando. 


Carla se llaman sus personajes tanto en ‘No sé decir adiós’ como en ‘La unidad’. ¿Cómo las ve desde fuera?

Son muy diferentes y tienen cosas en común. En el caso de ‘No sé decir adiós’, me permitía hacer todo lo que yo no quería volver a hacer jamás en mi vida. Una mujer absolutamente incapaz de conectar con su herida más profunda que se hacía mucho daño.


En el caso de Carla de ‘La unidad’ es una mujer que yo no podría ser: jamás podría llevar un operativo antiterrorista, te lo aseguro (ríe). Aparentemente lo controla todo, pero por debajo no: sacrifica demasiado lo personal por lo profesional. Es una mujer que tiene que lidiar con una contradicción: ¿quiero seguir sacrificando mi vida personal por una causa que es una misión imposible? En el fondo tiene algo muy activista que me gusta mucho. Si hay vidas que salvar, ahí está ella. Y eso es muy inspirador.


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