Los obreros de la petaca que hicieron El Tagarete

Cientos de alarifes, capataces y mozos se afanaron en unos meses en pavimentar el nuevo barrio donde seconstruyeron las primeras casas que entregó  el Caudillo&n

A  principios de los 40 se retomó la urbanización de El Tagarete.
A principios de los 40 se retomó la urbanización de El Tagarete.
Manuel León
21:07 • 24 oct. 2015

Trabajaron de sol a sol durante meses para urbanizar ese gran fielato  de caminos donde empezaba a fenecer la vega y a presentirse el cemento de la ciudad. Fueron los obreros que domesticaron esa jungla abancalada, pertrechada de juncos y panizo y regada por boqueras, para cederla a la Almería urbana que soñaba con medrar hacia oriente. Un tajo compuesto por más de 300 alarifes, capataces y mozos  llegados de toda la provincia transformaron en unos pocos meses unos parajes polvorientos en nuevas calles por donde transitaría el Dodge del Caudillo en su primera visita a Almería, el 9 de mayo de 1943. 




En jornadas dobles de trabajo laboraba sin desmayo este tropel de asalariados con la cintura doblada,  pavimentando bordillos, equilibrando pendientes, dando viajes con la carretilla, cerrando boqueras con obra de fábrica. Solo paraban un rato para sacudirse la boina calada, para tomar el alimento que sus mujeres le habían envuelto en un pañuelo dentro de una canastilla de mimbre. Y vuelta al tajo, con el cigarrillo apretado entre los labios,  soñando con dar de mano para recibir la paga y tumbarse a descansar en el camastro. Laboraban en una zona que enlazaba la calle número Uno de Ciudad Jardín y la Avenida de Vivar Téllez con las Casas Baratas que para la población humilde de Almería estaba edificando Falange en el paraje de El Tagarete.




La Guerra había truncado la aspiración de convertir todo ese frente encima de los balnearios Diana, de Jover, y San Miguel, de Naveros, en una gran estación veraniega denominada Ciudad Jardín, inspirada en la burguesa Málaga. 




Uno de los más primitivos propietarios de esos parajes, integrados entonces en la vega,  era Pedro Lledó, que explotaba la primitiva hacienda El Tagarete, salpicada de maíz, cebada y verduras que se regaba con el agua de la Boquera del Caballo, desde mediados del siglo XIX.  Miguel Naveros Burgos fue otro de los terratenientes de esos pagos y el principal  impulsor del proyecto turístico, avanzado para su tiempo, que nunca vio la luz.
En años previos a la Guerra Civil vendió 2.300 metros para construir un cuartel de carabineros y dinamizó la zona para que Fuerzas Motrices Valle de Lecrín instalara el primer poste eléctrico  a continuación de la calle del Jaúl.




Despojos de caballos  Los cortijeros consiguieron también que los despojos de los caballos muertos en las corridas de la feria no se tiraran en ese lugar como era tradicional hasta entonces. Antes, a finales del XIX, los vegueros que poblaban esos cortijos y casas rurales de El Tagarete habían perdido  la fácil comunicación que tenían con la ciudad a través de  los Jardines de Medina por la construcción de la línea del tren que los aisló.
El nuevo Estado surgido tras la Guerra, a través de la Jefatura Provincial del Movimiento, se embarcó en la idea de desalojar las miles de cuevas que rodeaban la ciudad como un costurón vergonzante. Costeó la construcción de la nueva barriada del Tagarete con un proyecto de 64 viviendas con cuarto de baño -un concepto desconocido para los que iban a ser sus inquilinos-  y corrales para conejos y gallinas.




El proyecto de Antonio Góngora, presentado en 1941, fue ejecutado en menos de un año por 630.000 pesetas e inaugurado en 1942 por el ministro secretario general del Movimiento, José Luis Arrese,  en todo un acto propagandista para el nuevo régimen.




Franco, un año más tarde, entregó las llaves de la segunda fase de ese nuevo pulmón  humano que emergía a Levante de la ciudad sobre el sudor de eso cientos de obreros de petaca y pañuelo en la frente que en dos meses adoquinaron el nuevo barrio almeriense.





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