El convento del Quemadero y sus paraísos perdidos

El edificio de las Adoratrices y su universo de balsas, huertos y lavaderos agoniza

En la cara norte del convento aún se aprecian los restos de los huertos y de la balsa que llenaban de vida el lugar.
En la cara norte del convento aún se aprecian los restos de los huertos y de la balsa que llenaban de vida el lugar. La Voz
Eduardo de Vicente
18:37 • 04 may. 2024

Cuando en 1920 se inauguró la residencia de las Adoratrices, el edificio reinaba en solitario encaramado a la ladera del cerro de las Bolas, en aquellos parajes entre el Quemadero y el campo de Regocijos que estaban todavía por urbanizar. Hoy, destaca por su soledad, por ese abandono que lo acompaña como una sombra irremediable desde que hace unas décadas se aceptó su vejez como una muerte prematura. Es otro edificio de la Iglesia que se ha quedado en barbecho, a la espera de que pueda volver a tener vida, aunque para ellos necesitaría una reforma profunda que tal y como están las arcas del Obispado no parece probable. 



En la fachada principal todavía aparece el letrero de Escuela Profesional Virgen del Mar, su destino durante muchos años, antes de que las monjas y las alumnas se trasladaran al nuevo edificio que le da la mano. Si uno sube por la cuesta del Ave María y accede por el flanco norte al convento, se encuentra de cara con los restos de aquel paraíso perdido, con ese universo de balsas, acequias, huertos y lavaderos que formaban parte de la vida de las monjas y de las internas como la capilla o los dormitorios.



Viendo el tamaño de la balsa es fácil imaginar la vida que llegó a tener el convento de las Adoratrices, que en sus años de mayor esplendor, en la década de los veinte, llegó a funcionar como una ciudad aparte. El nuevo centro ocupaba más de dos mil metros cuadrados de terreno en el paraje del Quemadero conocido como Huerto de Navas. La balsa abastecía de agua las huertas donde se cultivaban patatas, lechugas, tomates, panizo para los animales y servía también para cubrir las necesidades del lavadero. La ropa inmaculada, tendida al sol entre los árboles, fue durante décadas la bandera de aquel recinto religioso. Hoy no hay huerta y de la balsa solo quedan sus muros desmoronados. Tampoco hay ropa tendida, ni se escuchan las voces de las niñas que todas las tardes, cuando llegaba la primavera, le cantaban a coro a la Virgen y la obsequiaban con las espléndidas flores que daba el jardín.



104 años después de su inauguración, el viejo convento es solo una sombra que nos cuenta un trozo de la historia de Almería. En su largo siglo de vida, las Adoratrices de Almería pasaron por momentos complicados, debido sobre todo a la falta de subvenciones, pero su época más crítica llegó en los meses previos al Alzamiento Nacional y en la Guerra Civil. Desde la primavera de 1936, las monjas empezaron a sufrir la presión de algunos sectores radicales de la sociedad almeriense. En junio, la situación empezó a ser peligrosa, debido a las frecuentes visitas de los exaltados, lo que provocó la reacción de los jóvenes pertenecientes a asociaciones católicas, entre ellos los llamados ‘Luises’, que acordaron poner vigilancia en la puerta del edificio para proteger a sus inquilinas. Los hermanos Pérez de Perceval, Luis y Juan, que formaban parte de esta asociación cristiana, contaban que se repartían las guardias en turnos de cuatro horas y en parejas, y que casi siempre iban armados con escopetas de caza. Al estallar la guerra el convento fue requisado para instalar allí el Hospital de Sangre, pero terminó utilizándose como prisión. La mayoría de las monjas pudieron escaparse y encontrar refugio en casas de alumnas. Por la cárcel de las Adoratrices pasaron los obispos de Almería y Guadix antes de ser ejecutados. 



Al terminar la guerra, las autoridades transformaron el edificio en un Hospital Militar. En 1950, sus dependencias se quedaron vacías, y un año después regresaron las religiosas. En la primavera de 1951 empezaron las obras de acondicionamiento de la casa, cuyas dependencias habían quedado muy deterioradas.  Se emprendieron  campañas benéficas para recaudar fondos para los trabajos y la reapertura del ‘Instituto de Religiosas Adoratrices’.






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