Lolica: la vida detrás del mostrador

Ha fallecido Dolores Ruiz, la tendera que hizo carrera frente al cine Roma

Lolica con su su marido y sus hijas en ese gran baza en el que convirtió su tienda.
Lolica con su su marido y sus hijas en ese gran baza en el que convirtió su tienda. La Voz
Eduardo de Vicente
20:10 • 17 abr. 2024

Lolica no era solo una mujer trabajadora; Lolica era el trabajo. Su vida ha sido el mostrador, donde empezó siendo una niña cuando su familia se embarcó en la aventura de cambiar el carrillo ambulante que se colocaba delante de la puerta del cine Roma por un local en uno de los primeros edificios modernos que construyeron en la calle de la Reina a finales de los años 60.



Desde entonces, Dolores Ruiz Pérez vivió tan ligada a su negocio que no tuvo un día de descanso. Su tienda se convirtió en el faro de un barrio, en un referente para varias generaciones. En su manera de entender el negocio no había días de fiesta y tampoco horarios. Aunque fueras de noche, aunque fueras a la hora del almuerzo, siempre tenías la seguridad de que la tienda de Lolica iba a estar abierta. Su muerte, la pasada madrugada, deja un vacío imposible de cubrir y un recuerdo inolvidable.



La tienda de Lolica era un negocio familiar que habían iniciado sus padres, Adolfo Ruiz Segado y  Lola Pérez Vizcaíno cuando se plantaron por primera vez con el carrillo de madera lleno de golosinas frente al cine Roma. Desde que en abril de 1959 inauguraron el cine, el carrillo no faltó ni un solo día a su cita. A las tres de la tarde se colocaba frente a la taquilla y allí permanecía hasta que empezaba la última sesión y dejaban de vender entradas. La imagen del carro alumbrado por una lamparilla de gas se convirtió en una estampa clásica en las noches de la calle de la Reina. El éxito de aquel comercio ambulante era que en su pequeño vientre de madera y cristal encerraba todos los tesoros que los niños y los espectadores  que acudían al cine podían soñar, desde palos de regaliz o caramelos hasta cacahuetes, garbanzos, pipas, tabaco, pitos, trompos, caretas de papel o vasos de horchata fresca que servían en verano para la gente que acudía a la doble sesión que ofrecía la terraza del Roma



El carrillo de Lolica vio como la calle de la Reina, que entonces se llamaba Queipo de Llano, fue cambiando a pasos agigantados; la modernidad destrozó aquel romántico pasadizo que desde las murallas del cerro bajaba hasta las escalerillas  que se asomaban al puerto mostrando sus filas de casas antiguas y desgastadas, su mundo de callejones sombríos y de vida tranquila. En los últimos años sesenta empezaron a tirar las casas que le daban personalidad al barrio y levantaron los primeros monstruos de hierro y hormigón.



Adolfo Ruiz y Lola Pérez aprovecharon la construcción de uno de esos pisos para quedarse con el local bajo y meterse en la aventura de una tienda que significó el final del viejo carrillo de madera y el comienzo de una nueva época. Desde entonces el negocio pasó a ser conocido como la tienda de Lolica.



La tienda continuó con el espíritu de comercio total que ya tenía el carrillo, con ese aire de gran bazar donde uno podía encontrar de todo: golosinas, pasteles, artículos del hogar, pan y los mejores helados de Adolfo en los meses de verano. Fueron tiempos de esplendor aprovechando la llegada a la calle de nuevas familias para habitar los edificios que iban construyendo y el apogeo del cine.



Lolica hizo sus mejores cajas coincidiendo con los estrenos de películas como ‘Los chicos con las chicas’ de los Bravos y las protagonizadas por Raphael, que levantaban tanta expectación que los sábados y los domingos se formaban largas colas frente a las taquillas y ante el mostrador de la tienda.



Una de las hijas del matrimonio, Lola Ruiz Pérez, fue la que más se pegó al negocio. En 1968,  con trece años recién cumplidos, ya era el alma de la tienda ayudándole a su madre. Como tenían permiso para abrir los domingos no descansaban un solo día y permanecían abiertos hasta las diez de la noche. 


La frase “voy anca Lolica” se convirtió en una expresión cotidiana para todos los vecinos del barrio, desde La Catedral hasta el Cuartel de la Misericordia. Lolica no cerraba nunca y tenía de todo. Abría a las ocho de la mañana para aprovechar el paso de los niños hacia los colegios y no echaba abajo la persiana hasta que llegaba la última sesión en el cine. Los primeros polos de bolsa que salieron al mercado, los famosos ‘Flasgolosina’, los trajo Lolica, así como las primeras bolsas de Gusanitos. Los cromos de futbolistas, los trompos, las canicas, los tebeos, no faltaban tampoco en el gran bazar de la calle de la Reina. 


Su dueña estuvo siempre al pie del cañón, hasta que hace unos años tuvo que retirarse por culpa de una enfermedad, dejando paso a su hija que continúa con la tradición.


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