La visita a Almería de bucaneros sin parche en el ojo ni pata de palo

Las narcolanchas aguardaron a sus anchas a que escampara como si estuvieran en el Gran Hotel

La bahía y el campillo de Los Genoveses en una imagen retrospectiva.
La bahía y el campillo de Los Genoveses en una imagen retrospectiva. La Voz
Manuel León
23:26 • 04 mar. 2024

Nada nuevo bajo las arenas -ya no hay dunas- del Campillo de Los Genoveses, las mismas sobre las que cabalgó Peter O’Toole; nada nuevo bajo las aguas de esa ensenada mitológica: los narcobarcos estaban ahí agazapados bajo la luz de la luna, como antes estuvieron los contrabandista de tabaco que trabajaban para el abuelo de Carmen de Burgos, José de Burgos Coronel, que por un ajuste de cuentas con otros colegas de gremio derramó su sangre frente a la Plaza del Cubo de la Catedral de Almería en un lejano 1850.



Los Genoveses, la playa más misteriosa de la provincia, la más venerada, nuestra Capilla Sixtina dibujada con pinceles de sal y arena, ha vuelto a ser refugio de bucaneros, fortín de piratas por unas horas; filibusteros que ya no llevan pata de palo ni parche en el ojo, ni ron en la bodega; contrabandistas que ahora se juegan la vida, pero no con cañones ni arcabuces, sino con ametralladoras  automáticas y con embarcaciones más rápidas  que un avión para que la coca llegue a buen puerto. Genoveses, ese paraíso de gente ahíta de luz y de paz, ha sido históricamente el mejor escondite del Cabo de Gata: allí se ocultaban los piratas berberiscos durante siglos antes de saquear cortijos y tahúllas de los repobladores; allí aguardaron  naves genovesas a las órdenes de Filippo Lambretto la llegada de las tropas castellanas de Alfonso VII para conquistar la Almería medieval y musulmana por espacio de diez años.



Siglos después, ese escondrijo celestial ha sido el prontuario donde los  narcos se han refugiado del temporal almeriense de los últimos días, esperando que escampara, cambiando, probablemente, el ron de contrabando por el whisky de importación. Han estado con nosotros unas horas esos dudosos personajes como el que está en una habitación del Gran Hotel: a sus anchas, quizá buscando rutas alternativas a las vigiladas costas gaditanas, controladas ahora con lupa tras la sangre derramada. Almería siempre ha tenido algo de salvaje, de refugio, aquí no solemos molestar a los forasteros. Y menos en Genoveses, ese edén que se escriturara en 1860 el prócer Felipe Vilches y que doña Paquita y Pepe González Montoya mantuvieron a salvo de otro tipo de piratas más mundanos. 








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