Los tesoros que traía la Casa López

Todos soñamos con alguna de aquellas bicicletas del escaparate de la Casa Ciclista López

Exposión de ciclomotores de la marca BH en la puerta de la Casa Ciclista López en la calle de Granada. Verano de 1957.
Exposión de ciclomotores de la marca BH en la puerta de la Casa Ciclista López en la calle de Granada. Verano de 1957. La Voz
Eduardo de Vicente
19:41 • 26 feb. 2024

Cuando pasábamos por la calle de Granada los niños siempre acabábamos haciendo una parada delante de los dos templos de la bicicleta que allí existían: la Casa Ciclista López y la Casa Mateos. Pegábamos la nariz al escaparate y con la boca abierta nos quedábamos colgados de aquellas máquinas que brillaban como auténticos tesoros esperando la llegada de un comprador. Cómo relucían los radios de las ruedas, los cuadros intactos como recién pintados, los faros aún por estrenar y los sugerentes timbres y banderines que mitificaban aquellos vehículos de dos ruedas a los que adorábamos como se adora lo inalcanzable. Para muchos de nosotros, una bicicleta de fábrica, de las que vendían en López o en Mateos, era el regalo prohibido en la carta de los Reyes Magos, el deseo que siempre se nos quedaba en el tintero, sabiendo que nuestros padres no se lo podían permitir. En mi casa, con cinco hermanos siempre en pie de guerra, una bicicleta de lujo hubiera durado dos meses.



La entrada del establecimiento, con las bicis alineadas en el suelo como si estuvieran esperando al pelotón, o colgadas de las paredes como si fueran embutidos, era una apoteosis de los sentidos que los niños de entonces disfrutábamos aunque tuviéramos la certeza de que no las íbamos a poder tener.



La Casa Ciclista López aparecía en el primer tramo de la calle de Granada. Era una de las tiendas históricas de la ciudad que conservaba el atractivo de los viejos bazares. Su leyenda empezó a forjarse allá por los años veinte, cuando  Francisco López Rodríguez (1908-1981), un joven aficionado al ciclismo y un mecánico vocacional, montó su primer negocio en un local de la céntrica Plaza del Carmen, cerca del Hotel la Perla, donde arreglaba, vendía y alquilaba bicicletas cuando estaban de moda las de la marca Chobert. Hacia 1928 el taller se mudó al número siete de la Rambla de Alfareros y para inaugurar el nuevo establecimiento trajo una remesa de bicis Austin Diamont y BSA.



El negocio fue progresando y el joven empresario de las dos ruedas vio la oportunidad de seguir creciendo en un local más céntrico, en una calle como la de Granada, que en aquella época era una de las vías principales de entrada al centro de la ciudad. Para la Navidad de 1931, Francisco López Rodríguez inauguró su nuevo local en el número seis de la calle de Granada, haciendo esquina con la calle Triunfo, a un paso de la Puerta de Purchena



La Casa Ciclista López siguió abierta durante los años de la guerra y en 1940 encontró una nueva ubicación, un local más amplio en el número 17 de la misma calle de Granada. Eran los tiempos de las bicis Fenix, cuando la vida transitaba sobre dos ruedas por las calles de Almería. En bici iban los practicantes, los carteros, los niños de los recados, los lecheros, los cobradores de la luz y los obreros cuando se desplazaban al trabajo.



En los años 50 la Casa Ciclista López era ya una institución en su género. Era el templo de las bicicletas y quiso dar un paso más incorporando a su firma el negocio de los motores que empezaban a causar furor. En el año 1950 trajo a Almería  el velo motor ‘Rieju’, las motocicletas Sanglas y unos años después los famosos ciclomotores BH que se podían conducir sin carnet y sin necesidad de darle a los pedales cuando las cuestas se tornaban imposibles.



Abrir el mercado a las motos no supuso dejar a un lado el universo de la bicicleta, al contrario. Francisco López Rodríguez siguió volcado con su pasión y lo hizo tanto a nivel profesional como amateur, ya que siguió vendiendo bicis y a la vez se convirtió en el presidente de la Unión Velocipédica Almeriense, que tantas carreras organizó en aquella época.



La prestigiosa Casa Ciclista López fue adaptándose a lo que exigían los nuevos tiempos y en los años sesenta, la época del llamado Baby-Boom, en la que levantabas una piedra y aparecía una familia numerosa, orientó una parte de las ventas al negocio de los coches de niños.


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