El ‘parking’ VIP del viejo estadio

En un solar, junto a un establo de vacas, se improvisaba un aparcamiento de coches

Puerta sur del estadio de la Falange llena de coches en una tarde de partido.
Puerta sur del estadio de la Falange llena de coches en una tarde de partido. La Voz
La Voz
20:00 • 25 feb. 2024

Siempre fue un conflicto ir al fútbol en coche. Recuerdo los grandes atascos que se organizaban en la Carretera de Ronda en los años dorados del campo Franco Navarro y el embudo que cada domingo se formaba en la gran explanada del barrio de Torrecárdenas cuando al final del partido todos teníamos prisas por salir. Aparcábamos los coches en cualquier hueco, en medio del solar que existía delante de la puerta de la grada de preferencia o en el escenario que habilitaron detrás del fondo sur, pero al final siempre se armaba el temido embotellamiento sin que los pocos guardias que acudían ni los gorrillas de turno pudieran hacer nada por remediarlo. La única solución era perderse los últimos minutos y salir con tiempo suficiente como para encarar la cuesta de Ronda sin apelotonamientos.



El primer atasco histórico lo vivimos el primer año de fútbol en el campo Franco Navarro, allá por la temporada 76-77, cuando el domingo 23 de enero nos visitó el Real Murcia, que peleaba con el Almería por el liderato. Jamás había ido tanta gente al fútbol como fue a ese partido. El lleno fue brutal y fueron tantos los espectadores que se metieron a empujones en los fondos y la grada sur quedó seriamente dañada. Ante tanta avalancha de público no quedó un solo hueco libre para dejar los coches en un kilómetro a la redonda. La cola de vehículos aparcados llega ba por la zona de levante hasta las inmediaciones del barrio de Los Molinos y al finalizar el partido los que tenían el coche en la misma explanada del estadio tardaron más de una hora en salir.



Los atascos en el fútbol empezaron allá por los años sesenta, cuando los aficionados comenzaron a tener coche propio. Antes, en la década de los cincuenta, la afición que se desplazaba hasta el estadio de la Falange solía hacerlo utilizando el servicio de autobuses que se ponía en marcha dos horas antes de cada partido. En invierno, cuando se jugaba a las cuatro de la tarde para aprovechar la luz del sol, dos horas antes empezaban las colas para coger el primer autobús que entonces tenía su salida en la acera principal de la Puerta de Purchena. 



Ir al fútbol en autobús era un lujo porque significaba llegar antes y con la ropa limpia. Los otros aficionados, los que tenían que ir a pie desde el centro de la ciudad, vivían la aventura de cruzar las vías del tren y de atravesar los nuevos descampados de la vega. Allí iban los grupos de hinchas, con sus ropas domingueras y sus zapatos relucientes de betún, dispuestos a saltar de puntillas por los trenes de la estación para no ensuciarse la ropa.



Años después, cuando casi todos teníamos un coche en la puerta, los aficionados dejaron de usar el autobús a pesar de lo complicado que era coger un buen sitio cerca del estadio de la Falange. Las calles próximas de Ciudad Jardín y de las 500 Viviendas se veían invadidas por los vehículos, así como la explanada sur del estadio, cuyo solar acabó convirtiéndose en un parking improvisado, tan caótico como era aquel recinto destartalado al que los almerienses le llamábamos estadio. Era tan pobre, tan tercermundista, que muchos almerienses estaban plenamente convencidos de que había una mano negra en la Federación que no nos iba a dejar pasar de Tercera hasta que no tuviéramos un recinto en condiciones.



A pesar de las carencias de nuestro estadio de la Falange, aquel escenario donde olía a establo y a salitre, vivió jornadas inolvidables en los que los aparcamientos fueron insuficientes para recibir tanta avalancha de vehículos. Los dos grandes llenos de la década de los setenta llegaron en la misma temporada, en la 73-74, el primero cuando nos visitó el Recreativo de Huelva, que era uno de los grandes, y el segundo cuando disputamos la promoción de ascenso a Segunda División con el Córdoba. Aquella tarde del mes de junio la Avenida de Cabo de Gata quedó completamente colapsada por el atasco que protagonizaron los aficionados cuando vencidos y desarmados regresaban casi de noche al centro de la ciudad.





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