Aquella plaza de la fuente y los castaños

Hace 100 años la Plaza de la Catedral tenía una glorieta con bancos, jardines y una fontana

En 1916 la Plaza de la Catedral era un lugar acogedor, con su glorieta donde acababan de colocar la fuente de mármol.
En 1916 la Plaza de la Catedral era un lugar acogedor, con su glorieta donde acababan de colocar la fuente de mármol. La Voz
Eduardo de Vicente
20:49 • 22 feb. 2024

La reforma de 1916 transformó el ambiente de la Plaza de la Catedral, la hizo un lugar más amable, más acogedor, un escenario apacible donde poder disfrutar de la convivencia. Aquella reforma partió de la idea de mantener el arbolado, los hermosos castaños que todos los años, como un anuncio de la primavera, se poblaban de hojas y le daban al recinto la sombra imprescindible para aguantar el largo verano.



Los grandes árboles de la Plaza de la Catedral se consideraron como parte fundamental en aquella reforma que llevó a cabo el arquitecto López Rull  y que tanta belleza aportó a la plaza. Desaparecieron los dos jardines ovalados que formaban el núcleo central y las verjas de hierro que los rodeaban y se pensó en colocar en el centro una fontana de agua que acentuara un poco más ese carácter bucólico que ya le daba el arbolado. Como las arcas municipales no estaban para grandes derroches, el entonces alcalde, Francisco Pérez Cordero, aprobó la idea de trasladar la fuente de mármol que existía en la Plaza de Bendicho para colocarla en el centro de la Plaza de la Catedral, rodeada de cuatro macizos ajardinados y diez bancos de hierro. 



La historia de aquella fuente de mármol comenzó en 1888, cuando el Ayuntamiento de Almería mandó su construcción para utilizarla como ornamento principal para rematar la remodelación de la entonces Plaza de la Princesa, más conocida como la Plaza de los Olmos. Costó mil pesetas al municipio y quedó instalada definitivamente en el mes de febrero de 1889. Allí permaneció durante veintisiete años, hasta que en 1916 las autoridades decidieron darle otra ubicación, al considerar que la belleza de la fuente estaba desaprovechada en una pequeña plazuela que pasaba desapercibida para el resto de la ciudad. Fue entonces cuando se dio la orden de trasladar la fuente de mármol blanco hasta la Plaza de la Catedral. En noviembre de 1916 se realizó el traslado, quedando ubicada en el mismo centro de la plaza, donde permaneció durante más de cuarenta años. 



Los trabajos para llevar la fuente de la Plaza de los Olmos a la Plaza de la Catedral y su posterior montaje, así como la remodelación de los jardines, costaron algo más de dos mil pesetas que hubo que pagar al contratista de las obras, José Gálvez Joya.



El 14 de diciembre de 1916 la fuente de mármol quedó instalada en el centro de la plaza y cuatro semanas después, a comienzos del año 1917, la Plaza de la Catedral lucía ya su nueva imagen en la que destacaba, además de la fontana, sus grandes castaños recién talados y los nuevos bancos de hierro que la circundaban. 



La reforma le dio más vida a la plaza y fue bien acogida por parte de los vecinos y sobre todo, por parte de los cocheros que tenían allí instalada una de sus paradas de carruajes, aprovechando las sombras que daban los árboles en los meses de calor. 



Aquellos castaños de la Catedral componían un paisaje excepcional en una ciudad tan árida, aunque hubo quien quiso quitarlos de en medio argumentando que se estaban muriendo. En el mes de enero de 1930, una comisión especial nombrada por el ayuntamiento alertó de que en los troncos de los árboles aparecían peligrosas oquedades y otras señales reveladoras de enfermedad. Ante esta señal de alarma, se pensó que lo más apropiado sería cambiarlos por otros de hoja perenne y que los más adecuados podrían ser los naranjos, cuyas plantas “embellecían de modo notable el ornato público y son muy apropiadas para el sitio”, decía el informe de los técnicos.



Un año después de que surgiera esta propuesta para cambiar el arbolado de la plaza, el inspector de la Policía Urbana emitió otro informe en el que comunicaba a las autoridades que los árboles de la Plaza de la Catedral, que ya los daban por muertos, habían retoñado de una manera notable y sorprendente y que aún estaban en condiciones de aguantar otros diez años de vida.


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