La Plaza de la Catedral que ya no existe

Los niños la tomaron al asalto y la convirtieron en un inmenso patio de recreo

La puerta de la Catedral a comienzos de los años 70 cuando allí reinaban los niños a todas horas.
La puerta de la Catedral a comienzos de los años 70 cuando allí reinaban los niños a todas horas. La Voz
Eduardo de Vicente
19:57 • 18 feb. 2024

La otra vida de la Plaza de la Catedral era la de los niños que tomaron aquel recinto como escenario principal de sus juegos y la de los vecinos que se sentaban en sus bancos de piedra a tomar el aire. Hoy, la plaza ha perdido aquella vida de barrio que siempre tuvo y se ha convertido en un lugar de paso donde no hay bancos para poder sentarse ni tampoco sombras en las que cobijarse. Es un espacio para turistas, para echar fotos, para mirar, pero no para crear vínculos de convivencia.



Aquella plaza en el recuerdo que nació después del rodaje de la película Patton tenía dos escenarios: uno central donde se tejía la tranquila vida vecinal, y otro pegado a los muros principales del templo, en cuyo enlosado la chiquillería instaló un improvisado campo de fútbol donde nunca se ponía el sol. 



Generaciones de niños convirtieron los alrededores del templo en campo de fútbol y también en campo de batalla, porque a  veces se organizaban junto a los muros crueles guerrillas entre calles que se resolvían a pedradas. 



Mientras que el Ayuntamiento se molestaba en adecentar el recinto arreglando jardines, reponiendo luces y limpiando la plaza, los niños se saltaban las normas a fuerza de balonazos y escaramuzas. Era muy común verlos escalar por la fachada principal para subirse en los tronos de piedra que flanqueaban la puerta. Era muy común que se pusieran a orinar entre los muros y que convirtieran la estatua del Obispo Diego Ventaja en una atalaya a la que sólo accedía el más fuerte. Era habitual que con sus carreras y su alboroto espantaran continuamente a las mujeres que iban a misa, y que tuvieran que salir los sacerdotes del templo para tratar de poner orden en medio del caos. Era frecuente que destrozaran con la pelota las plantas que adornaban el macetón que recorría a todo lo largo la fachada principal, y que las cristales de las farolas estuvieran siempre rotos.



Era una certeza que cuando llegaba el verano las pequeñas balsas que adornaban los jardines centrales, sirvieran para que los chiquillos, cuando terminaban de sus juegos, se metieran allí hasta las rodillas y de paso lavarse los pies. No es de extrañar que las autoridades pusieran en marcha un servicio de vigilantes, los guarda jardines, que en parejas rondaban por la plaza para impedir los continuos ‘atentados’ contra el entorno que allí se cometían. De ahí su empeño en requisar los balones y en encerrar a los pequeños fugitivos en un cuartillo del Ayuntamiento hasta que sus padres fueran a rescatarlos.



Cuando derribaron la casa señorial que ocupaba una de las esquinas que bajaban hacia la calle Eduardo Pérez, durante años se quedó un gran solar tapiado que los niños utilizaban como cueva de Ali-Babá o patio de Monipodio. Era el refugio perfecto para esconderse a fumarse los cigarrillos prohibidos, la guarida donde saltaban con las niñas en busca de los primeros abrazos o donde compartían las revistas de desnudos que venían de Francia.



También formaba parte de la plaza, como testigo mudo de aquel tiempo, el monumento que se levantó para honrar la memoria de don Diego Ventaja, el obispo que había sido asesinado en los días de guerra. En 1962, gracias a la iniciativa del Obispo don Alfonso Róseas, se dio luz verde para encargarle la construcción del monumento al escultor Enrique Pérez Comendador.  



La obra, de dos metros y medio de altura, estaba  compuesta por una estatua de bronce fundido sobre un pedestal de piedra. Se terminó en el verano de 1963 y en agosto del siguiente año fue colocada delante de la torre, cerca de la puerta del campanario. El acto de bendición se celebró el 28 de agosto de 1964 y para la inauguración llegó una escuadrilla de helicópteros procedentes de Rota, que arrojaron flores sobre el monumento. 


La estatua de Diego Ventaja fue el mejor argumento para emprender una profunda reforma de la plaza. La despojaron del arbolado para darle más claridad al entorno y que la fachada del templo pudiera verse mejor, se arregló la fuente del agua junto a los muros del templo y se colocaron amplias aceras de mármol. Además se modificaron los jardines, que quedaron divididos en cuatro espacios y la parte central se sembró de farolas. La estatua presidió aquel rincón hasta que en 1969 la tuvieron que quitar para el rodaje de la película Patton. Fue una ausencia pasajera, ya que poco unos meses después, en septiembre de 1970 la imagen del Obispo regresó delante de la torre del campanario. Fue el inicio de la etapa moderna para la Plaza de la Catedral, que volvió a tener jardines, rematados con dos estanques de agua de entrada y salida constante que le dieron otro aire al lugar. Para separar la zona de la fachada del templo de la calle se instaló un gran macetero corrido con plantas que se fueron marchitando a fuerza de pelotazos.


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