Los que compartían cocina y váter

Había familias numerosas que tenían que salir adelante en una sola habitación

Una realquilada fue María José Cantudo (con traje oscuro) que vivió en una habitación de una casa en la calle Gutiérrez de Cárdenas.
Una realquilada fue María José Cantudo (con traje oscuro) que vivió en una habitación de una casa en la calle Gutiérrez de Cárdenas. La Voz
Eduardo de Vicente
21:18 • 14 ene. 2024

Aquella Almería de los primeros años sesenta era una ciudad que todavía no había crecido del todo hacia arriba, con barrios que apenas habían cambiando en medio siglo, sembrados de casas bajas donde las familias convivían en mayoría, donde los viejos no sobraban y eran uno más del grupo



Había familias numerosas naturales, forjadas a base de hijos y premios de natalidad, y familias artificiales que se formaban por conveniencia bajo un mismo techo. Eran los realquilados, que también formaron parte de la ciudad hasta finales de la década, y que estaban presentes en nuestras calles, en la tienda del barrio a la hora de la compra o en el bar, llevando siempre a cuestas, allá por donde iban, ese aire de provisionalidad que tienen los forasteros.



Los realquilados eran como parientes lejanos que un día aparecían en la casa de alguno de nuestros vecinos para ocupar una habitación que había quedado libre. De un cuarto con escasos metros hacían una vivienda y por un módico alquiler compartían con los inquilinos la cocina y el váter. No era extraño que las casas de los realquilados tuvieran tanta mezcla de olores, el que se generaba en la cocina cuando cada familia elaboraba su comida diferente, y el olor del váter, otro escenario distinto donde cada uno tenía un sello propio y hasta su papel higiénico diferente. No era lo mismo limpiarse con el diario ‘Dicen’, que tenía gran capacidad de absorción y además no manchaba, que con una hoja del ‘Yugo’,  que con tanta facilidad te dejaba impresa una noticia en las nalgas.



La convivencia obligada originaba a veces graves problemas entre familias, tal y como se recoge en un artículo aparecido en el diario local Yugo, en 1956: “La escasez de viviendas que viene padeciendo nuestra Patria, a consecuencia entre otros factores del crecimiento de la población, el desplazamiento de familias a las ciudades y los escasos recursos económicos, ha provocado que el subarriendo de viviendas constituya un verdadero problema, hasta el extremo de ser la principal causa de juicios civiles y criminales que se tramitan en los juzgados y tribunales”. Casi todos conocíamos en nuestro barrio a alguna familia que para ganarse una mensualidad había acogido en su casa a otra de realquilados, y los que teníamos la suerte de tener nuestra casa y disfrutarla en exclusividad, nos preguntábamos cómo podían entenderse tantos bajo un mismo techo, compartiendo lugares tan íntimos como una cocina o el humilde retrete del patio. 



En la calle de Campoamor, en lo que hoy es la plazuela del Archivo Municipal y el monumento de los enamorados, vivía la familia de Carmen ‘la del cochero’, compartiendo una alcoba de cuatro metros cuadrados. Cuando los hijos se levantaban de la cama y ponían los pies en el suelo, tenían el espacio justo para dar un paso, abrir la puerta y fugarse a la calle a coger aire. No es de extrañar que la gente hiciera la vida en los trancos y en las aceras, y que en verano, cuando apretaba el calor, algunos ‘terraos’ se transformaran en dormitorios. 



En la calle Gutiérrez de Cárdenas, frente al convento de las Puras, vivió como realquilada la famosa actriz María José Cantudo, que llegó a Almería en 1963. Su padre, Antonio Cantudo Orozco, trabajaba para la Renfe y fue trasladado temporalmente desde Andújar. Se hospedaron en una casa de una planta con buhardilla en el terrado, regentada por Manuela Zapata Ojeda. Los Cantudo, que eran seis de familia, el matrimonio y cuatro hijos, ocuparon una de las habitaciones de la vivienda.



Otra forma de realquiler se daba en las pensiones cuando Almería estaba llena de fondas familiares en las que no solo acogían a clientes de paso. Una forma de asegurarse un ingreso todos los meses era la de alquilar una habitación del hostal sin límite de tiempo, casi siempre a personas que no tenían familia o estaban alejadas de ella. Recuerdo que en la calle del Hospital existía la pensión Virtudes, que vivía mucho del movimiento de los barcos que iban y venían de Melilla y que tenía, como uno de sus inquilinos permanentes al señor Manuel, que llevaba tanto tiempo en la fonda que era una parte más de su historia. Aquel hombre solitario, albañil de profesión, vivía en una de las habitaciones del patio y había encontrado en los dueños del negocio el calor que familia que le faltaba en su vida privada.



Otra forma de realquiler, aunque esta no dejaba beneficios, se daba en las parejas de novios que se tenían que casar a la fuerza y que sin medios para emprender el camino en solitario tenían que buscar asilo en la casa de los padres, casi siempre de ella.


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