Las familias que vivían en el bar

Había bares donde trabajaban desde el padre y la madre hasta los niños menores

Leonardo Martín, de Casa Puga, echando la siesta en dos sillas en uno de los pocos momentos que tenía de descanso en el bar.
Leonardo Martín, de Casa Puga, echando la siesta en dos sillas en uno de los pocos momentos que tenía de descanso en el bar.
Eduardo de Vicente
19:44 • 04 dic. 2023

No han sido muchos los casos de los hijos de los dueños de un bar que han seguido adelante con el negocio que pusieron sus padres. Son más los que desertaron, los que se buscaron el porvenir por otros caminos, conscientes de que el bar les podía dar de comer, pero exigía un sacrificio que no estaban dispuestos a asumir. 






Un bar exigía esclavitud, dedicarse enteramente al negocio, no tener días de fiesta ni disfrutar de una semana de vacaciones y en muchas ocasiones estar sometido a horarios tan disparatados que era raro el hostelero que llegaba a su casa antes de las once de la noche. Quizá por estos motivos, los hijos que se criaron en un bar, lo mismo que los que lo hicieron en una tienda de comestibles, es decir, los que echaron los dientes detrás de un mostrador, eligieron otro destino para no repetir la sufrida vida de sus padres.






Cada vez es más difícil encontrar uno de aquellos bares familiares que abundaban en otro tiempo por nuestros barrios. Eran negocios cercanos con nombres y apellidos, donde el padre dirigía desde  la barra, la madre trabajaba duro en la cocina y los hijos echaban una mano los días de fiesta cuando no tenían que ir al colegio. 






Uno de los bares familiares más reconocibles de Almería fue sin duda Casa Puga desde que en 1947 se hicieron con el establecimiento Leonardo Martín y su esposa Dulce. La estampa del dueño echando la siesta sobre dos sillas que hacían de cama resume perfectamente cómo era de dura una jornada de trabajo. El bar lo era todo para la familia del Puga, dentro estaba su fuente de vida y dentro estaban también sus ratos de ocio, ya que en torno a la barra se gestó un grupo de amigos con vínculos tan estrechos como si formaran parte de la misma familia. Sus hijos, Leo y José, aprendieron el oficio viendo trabajar a sus padres y lo continuaron después alcanzando cotas de fama insospechables en otros tiempos



Todos conocimos en la calle de Granada, otro bar familiar, el Morata, que cerró el año pasado después de medio siglo de existencia. En los últimos tiempos estuvo al frente del establecimiento José Morata Montoya, que había heredado el oficio y la vocación de su padre, José Morata López, y de su madre, Mercedes Montoya


Quién no recuerda los negocios hosteleros que montaron los miembros de la familia Díaz. Todos los hermanos y hasta los padres estuvieron implicados en la caseta de los bocadillos que ponían en el Parque, así como en el restaurante que abrieron en el barrio de Los Molinos. El negocio se inauguró en junio de 1971,  junto a las instalaciones de su fábrica de embutidos. Era un restaurante moderno donde  la gran novedad era la puesta en marcha del servicio libre o ‘self-service’, como se anunciaba en  la publicidad. 


El bar Casa Joaquín, en la calle Real, conserva aún esa atmósfera familiar que tuvo desde sus orígenes. Tras la muerte de su propietario, Joaquín López Martín, en 1975, fue su mujer Encarna Godoy la que siguió con el negocio, ayudada por sus hijos, que le han dado continuidad hasta nuestros días teniendo siempre como bandera la cocina que creó su madre.


En esa lista de bares familiares que forman parte de la historia de la ciudad no se puede quedar atrás el Negresco, en la Rambla de Alfareros. Su último propietario, Manuel Martínez, el que lo mantuvo hasta su cierre, siguió los pasos de su padre conservando la tradición del pescado hasta que le llegó la hora del cierre.


En la calle de la Almedina el bar familiar por antonomasia fue el de Casa Juan. Lo fundaron Juan Navarro y su esposa, Trina Alcocer en los años de la posguerra y posteriormente lo heredaron sus hijos y sus nietos. En esa misma acera estuvo el bar Sola, genuinamente familiar. Lo abrió Andrés Sola en los años setenta y jamás tuvo un camarero de la calle. Todo se solucionaba en casa, su mujer haciendo las tapas y sus hijos trabajando duro detrás de la barra.


El Bahía de Palma lo recordamos también con un negocio de familia, desde que en diciembre de 1963, hace ya sesenta años, lo puso en marcha el joven empresario Diego García Cazorla. Allí trabajaba su mujer y sus hijos. Ahora lo lleva Ramón Belmonte con su mujer y su hija.


El famoso bar de Los Sobrinos de Pescadería también fue típicamente familiar desde sus comienzos, lo mismo que el Violeta de la calle de la Reina, el Santa Fe del barrio de Altamira, Casa Tebas de la Plaza de Vivas Pérez o la querida bodega Montenegro de la Plaza Castaños, donde el bueno de Pepe Ibarra sigue arrimando el hombro todos los días para ayudar a sus hijos. Familiar fue el restaurante Imperial de los Castillo, la bodega de Casa Tonda o el recordado bar Los Cármenes, en el corazón de Ciudad Jardín.


Temas relacionados

para ti

en destaque