Rescatan una joya en el corazón del casco histórico

La familia Ronda ha recuperado los arcos de la antigua imprenta de Villegas

Fachada de la casa que ha sido reformada en las calle Arráez y Campoamor.
Fachada de la casa que ha sido reformada en las calle Arráez y Campoamor. La Voz
Eduardo de Vicente
20:01 • 02 dic. 2023

Después de intensos trabajos que se han prolongado durante los dos últimos años se ha conseguido recuperar una de las viviendas más singulares del casco histórico. Se trata de la casa de dos plantas de altura donde en los años de la posgurerra estuvo ubicada la imprenta de Villegas y donde desde los años sesenta hasta su cierre, allá por los noventa, funcionó la papalería Roma.



Los trabajos han servido para rescatar una auténtica joya que se escondía en lo que fueron los talleres de la imprenta, un entramado de arcos que destaca entre las paredes de ladrillo y piedra, que el encargado de la obra ha dejado a la vista para que el escenario pueda brillar con toda su belleza original. El edificio, que ha permanecido abandonado durante dos décadas, va a ser destinado a vivienda familiar, mientras que las dependencias de la antigua imprenta podrían ser destinada a la organización de actividades culturales, ya que la sala reune todas las condiciones para exposiciones e incluso para la celebración de recitales de poesía y música.



El edificio cuenta con dos puertas principales que dan a la calle Arráez, con balcones y ventanas que se extienden también por la antigua calle de Campoamor, hoy convertida en plaza. El edificio, que fue rehabilitado en los años veinte, le daba prestigio a la calle y llegó a ser un lugar de referencia cuando en la planta baja estuvo funcionando la imprenta de don Antonio Villegas Oña. El impresor, junto a su esposa, la señora Josefa Blanes Miras, habitaba el mismo local donde estaba el negocio, por lo que en el comedor y en la cocina de los Villegas el olor de la tinta y el papel estaba tan presente como el del cocido y las lentejas que se elaboraban en la cocina. 



La imprenta de Villegas fue una academia en los años de la posguerra, por la que pasaron muchos jóvenes aprendices que después hicieron carrera en el oficio. Cuando el propietario decidió retirarse, otro joven emprendedor, Carmelo Ortiz, que trabajaba de oficinista en Auxilio Social, siguió adelante con la imprenta, primero en el mismo local de la calle de Arráez y después en el antiguo taller del periódico La Independencia, en la calle de Eduardo Pérez. 



Además de la imprenta, el viejo edificio de la calle Arráez tenía la vida que le daban los vecinos que ocupaban todas sus viviendas. Entre las familias que más tiempo la habitaron estaba la de Andrés García y Carmen Murcia y la de doña Josefa Martínez y sus hijas Pepita y Margarita Tonda. Margarita llegó a ser una institución en la casa, en la calle y en el barrio, por ser una mujer de una activa vida social, proyectada en muchas facetas sobre temas religiosos. 



Muchas de las familias que vivieron en la casa de la calle Arráez fueron cambiando de escenario cuando en los años setenta se impusieron los pisos modernos y con ellos la posibilidad de disfrutar de mayores comodidades. En aquellos años la casa se fue quedando medio vacía, pero el local de la imprenta de Villegas siguió vivo gracias a que un joven empresario, Antonio García Bernabé, instaló en sus dependencias la papelería Roma. Eran buenos tiempos para este tipo de negocios ya que todavía estaban funcionando las escuelas de barrio. En la misma calle Arráez aparecía el colegio de los Flechas Navales y enfrente de la papelería, un aula del colegio Diego Ventaja donde un maestro veterano, don Jacinto, le daba clases a veinte alumnos. La papelería Roma llenó de vida la calle durante más de veinte años. Por Navidad, Antonio, y su mujer, Angelita, adornaban los escaparates con figuras del Belén y los niños se pasaban las tardes pegados a aquella vidriera. Era un espectáculo entrar en la tienda y ver sus estantería de madera llenas de libretas de todas las clases y de todos los colores y las sugerentes cajas de rotuladores y lápices de colores que eran el objeto de deseo de la mayoría de los escolares. Cuando los colegios fueron desapareciendo del entorno y cuando las casas y las calles se fueron despoblando de niños, la papelería se fue marchitando y dejó de ser rentable. Cuando cerró sus puertas, el edificio se quedó vació y no volvió a tener vida hasta que en 2018 se rodaron en la calle y en el interior de la vivienda varias escenas de una película.





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