El templo que nos dejó plantados

En 1968, Almería se movilizó para que nos trajeran el templo egipcio de Debod

El templo de Debod fue un regalo del gobierno egipcio a España para sellar sus buenas relaciones.
El templo de Debod fue un regalo del gobierno egipcio a España para sellar sus buenas relaciones.
Eduardo de Vicente
00:45 • 27 abr. 2023

Corría el año 1968 y el nombre de Almería seguía sonando con fuerza gracias a los rodajes que venían a nuestra tierra. Estábamos soñando aún con la posibilidad de convertirnos en un destino turístico importante porque teníamos más sol que nadie y unas playas vírgenes en un litoral que todavía estaba sin explotar.



Nos habíamos aferrado a la idea de que nuestro despegue definitivo tenía que pasar por el cine y sobre todo por el turismo, por lo que cualquier iniciativa que proyectara el nombre de Almería fuera de nuestro territorio era acogida con los brazos abiertos. Estábamos en esa batalla cuando el abogado Juan de Mata García Carrizo leyó la noticia de que el gobierno de El Cairo, para sellar las buenas relaciones de los países de Oriente Medio con España, había decidido obsequiar a nuestro país el templo faraónico de Debod, para que fuera reconstruido en nuestra península. El monumento, concebido entre el año 200 y 180 antes de Cristo, se había salvado de desaparecer bajo las aguas de la presa de Asuán, y se le estaba buscando un nuevo destino para que volviera a resurgir.



El señor Mata pensó entonces que Almería reunía todas las condiciones para recibir al histórico templo y alentó a nuestras autoridades para que se pusieran a trabajar de inmediato en pos de este objetivo. La idea fue recibida con entusiasmo y se aprobó por unanimidad en un Pleno municipal, donde se expuso que por las especiales circunstancias geográficas y climatológicas de Almería, análogas a las de Nubia (Egipto), en donde se erigió el templo, “este Ayuntamiento ofrece el sitio de su término municipal para el próximo emplazamiento del templo”.



La solicitud formal se presentó ante el Ministerio de Educación y Ciencia, a través de la Dirección General de Bellas Artes y se autorizó al teniente de alcalde, Antonio González Vizcaíno, para que llevara personalmente las gestiones. En el informe que elaboraron nuestras autoridades se ofrecían tres destinos para la instalación del templo: los montes de Rioja, los descampados de Tabernas y los alrededores de Alhabia. Cualquiera de estos tres lugares eran idóneos para recibir al monumento egipcio y que encajara en el entorno como si estuviera en el país de Kemi. 



Políticos, empresarios y representantes del mundo de la cultura almeriense se involucraron en un proyecto que nos podía dar un soplo de aire fresco, ese empujón que necesitábamos para que nuestra provincia se convirtiera en un punto de atracción turística. Podíamos tener en nuestro suelo el muy antiguo templo de Debod para que los devotos de la cultura egipcia, que estaba entonces de moda, vinieran a adorarlo, además de nuestro inagotable plató natural para los rodajes de las películas y nuestra incomparable costa mediterránea, tres argumentos fundamentales para que Almería fuera creciendo. Hasta los taxis se unieron a la campaña paseando el eslogan: “El templo de Debod para Almería”.






Pronto se supo que en esa carrera para conseguir el ansiado templo competía también la ciudad de Elche. Pero pensábamos que aquí teníamos más argumentos para que la reliquia egipcia encontrara el acomodo perfecto: “Por la vinculación de Almería al continente africano y haber sido secularmente vía de penetración de civilizaciones a la península, a través de sus intercambios mercantiles con el Oriente Medio, nuestra provincia se sentiría muy honrada de perpetuar este monumento, y los alrededores de nuestra capital proporcionarían al templo de Debod un marco geográfico y ambiental muy semejante al de su primitivo origen”, contaba la editorial de La Voz de Almería en marzo de 1968.



Entre los motivos que Almería exponía ante el Ministerio para conseguir el templo, destacaba que nuestra tierra era ese marco natural donde estaba personificado el sol, que aquí se encontraban los principios de la civilización del bronce de la península y que traer las piedras a este rincón del sur significaba empezar a descentralizar la cultura, una vieja aspiración de las autoridades.


Lo teníamos todo para acoger el templo de Debod: el paisaje, el sol, la ilusión, la necesidad, pero nos dejaron plantados en nuestra esquina del mapa cuando se cruzó por delante Madrid con su alcalde, Arias Navarro a la cabeza, y se quedó con el premio.


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