Cuando nos bañábamos en las balsas

La balsa del Canario y la de los Cien Escalones forman parte ya de la memoria de la ciudad

La zona de la Molineta y de la vega conservó sus balsas donde iba la juventud de una época a refrescarse en las excursiones.
La zona de la Molineta y de la vega conservó sus balsas donde iba la juventud de una época a refrescarse en las excursiones.
Eduardo de Vicente
21:00 • 28 mar. 2023

La piscina fue la utopía de aquellos jóvenes de los años cincuenta que cruzaban el puerto a nado, manchados de aceite y se bañaban en el territorio prohibido de las balsas que todavía quedaban en pie en la vega y en los cerros de la Molineta.



La piscina era el paradigma del lujo, de la buena vida de los ricos que aquí solo veíamos en las películas, rodeados siempre de mujeres con tacones y bañador y criados que le llevaban las botellas de champagne hasta la misma hamaca.



Aquí eran pocos los que tenían piscina, pero eran muchos los que alimentaban ese sueño de riqueza que pasaba siempre por el chalet y la piscina. Cuántas veces escuchamos decir a alguien aquella fantasía de “si me tocara la lotería me hacía un chalet con una piscina de cinco calles”.



Si la aspiración colectiva de la época actual es tener dinero y tiempo libre para poder viajar, el ideal de las generaciones anteriores fue el del chalet y la piscina rodeada de césped. En los años setenta, cuando en el corazón de la vega surgió el barrio de Nueva Almería, muchas familias de la clase media alta pudieron hacer realidad esa vieja fantasía del chalet con piscina. Nueva Almería fue el Beverly Hills de los almerienses, un pequeño paraíso entre la boca del río y la Central Térmica del Zapillo, donde poder hacer realidad ese anhelo común de progreso que tenía como destino el chalet, la piscina, el juego de hamacas y la cortadora de césped.



Cuando en 1968 se puso en marcha el Gran Hotel Almería, el principal atractivo, el detalle más comentado en la ciudad de esta nueva instalación, no fue su altura ni la categoría de sus habitaciones, sino la piscina con vistas al Parque y al puerto en la que se tostaban y a veces hasta se bañaban las extranjeras en  bikini.






Veníamos de un universo de balsas y cortijos y la piscina del Gran Hotel nos dejó encandilados. Todos habíamos experimentado en Almería el doble placer de bañarse en una balsa. Doble porque zambullirse en agua fría en verano era siempre experiencia atractiva, y porque hacerlo en una balsa particular, en una zona prohibida, representaba una aventura en estado puro. Poco importaba que pudiera aparecer el guarda con la escopeta de cartuchos de sal para ahuyentarnos o que la balsa estuviera medio cubierta de ova y de ranas.



Los niños de la posguerra iban a bañarse a la balsa del Canario, en aquella finca de la  Cuesta de los Callejones donde estuvo instalado uno de los hogares infantiles más célebres de su tiempo. A la misma altura que la balsa del Canario, en un rango de importancia similar, estaba la balsa de los Cien Escalones, encima del cerro de la Molineta. Los jóvenes de los barrios cercanos, los que deambulaban por sus laderas a diario, conocían perfectamente cada rincón de La Molineta y sabían burlar la vigilancia de los guardas para disfrutar de sus balsas. Ellos se bañaron en la de los Cien Escalones, donde los más atrevidos se lanzaban de púa y jugaban a recalar, donde acudían a quitarse la sal  para que sus madres no descubrieran que habían estado en la playa. No había una aventura más emocionante que zambullirse en la balsa de los Cien Escalones desafiando todos los peligros que la rodeaban.


Cuando el avance de la ciudad se fue tragando la vega, cuando la Molineta se fue quedando aislada, las balsas pasaron a formar parte de la historia. En los años sesenta el anhelo general fue el de las piscinas, aunque en Almería no llegamos a tener la primera hasta el verano de 1969, cuando se puso en marcha la piscina sindical. Fue un viejo proyecto que empezó a hacerse realidad el 12 de agosto de 1965, cuando en el despacho del entonces alcalde, don Guillermo Verdejo, fue firmada la escritura de cesión de los terrenos de la antigua fábrica de gas a la organización sindical para que construyera un Parque Deportivo.


El lugar elegido era el escenario perfecto, unos terrenos con más de diez mil metros cuatros de superficie entre la Avenida de Vivar Téllez (hoy Cabo de Gata) y la playa, en cuyo solar había estado funcionando un campo de fútbol de posguerra que fue conocido en la ciudad como ‘el campo del gas’.


Como suele ocurrir en Almería, el proyecto se alargó más de lo previsto y las instalaciones tardaron cuatro años en estar terminadas. La obra estrella fue una pista polideportiva y sobre todo, la piscina olímpica de cincuenta metros de longitud, provista de vestuarios y de duchas. 


Cuando ibas a bañarte a la playa o te dabas un chapuzón en el puerto, tardabas un día en quitarte la sal y la pringue del cuerpo. Sin embargo, la piscina sindical nos regaló a los almerienses el privilegio de bañarnos, ducharnos y salir del recinto como si fuéramos a una boda.



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