Los años de la confitería Santelmo

Competía con los dulces de ‘La Victoria’ en la acera de los impares del Paseo

Eduardo de Vicente
19:14 • 28 feb. 2023

Los años de la confitería Santelmo fueron los más duros de la posguerra. En los días de las restricciones, cuando el chocolate y el café llegaban con cuenta gotas y cuando había que tener un conocido bien colocado en el estraperlo para poder disponer de la correspondiente remesa de azúcar, los veladores se quedaban vacíos a las diez de la mañana y en la vitrina no había más rastro de dulces que las migajas que habían quedado del día anterior.



Los dueños de cafés, bares, hoteles y confiterías tenían que presentarse en la oficina de Abastecimientos, que estaba situada en el número cuatro de la Plaza de San Pedro, para mediante una declaración jurada poder tener acceso a productos básicos para sus negocios como era el azúcar. Tenían que justificar la cantidad que necesitaban con exactitud para evitar fraudes. 



En los días más duros de restricciones, cuando no había azúcar ni para poder atender a las cartillas de racionamiento de la población civil, las confiterías tenían que cerrar ya que no se les permitía hacer exhibición pública ni vender ninguna clase de dulces mientras no llegaran nuevos suministros.



En ese contexto donde la escasez era el pan nuestro de cada día, donde nada sobraba y todo faltaba, tuvo que batallar la confitería Santelmo, desde esa privilegiada atalaya que para un negocio de Almería era entonces el Paseo, donde latía con más fuerza el pulso comercial de la ciudad.



Santelmo competía en la acera de los números impares con la confitería La Victoria y con todo aquel entorno del centro de la ciudad donde destacaban marcas tan arraigadas en Almería como La Dulce Alianza, El Once de Septiembre y la célebre confitería de la familia Frías, la histórica Sevillana, que volvió a abrir sus puertas después de la guerra civil aunque sin el esplendor de tiempos pasados. 



La confitería Santelmo no se dedicaba solo a hacer pasteles. Era complicado para un negocio sobrevivir solo con el obrador en un tiempo donde la competencia era dura y donde los bolsillos de los almerienses no podían permitirse ningún lujo. Para sobrevivir tuvo que ofrecer un amplio abanico de ofertas a sus clientes. Santelmo fue una reconocida chocolatería y lechería y en verano una prestigiosa heladería que destacaba por la preparación de sus reputadas garrafitas de helado que tanta demanda tenían en la semana de la feria cuando formaban parte de la típica merienda de los toros.



Se decía entonces que las mejores garrafitas de helado de la ciudad eran las que preparaban los reposteros de Santelmo y también las que hacían en la Heladería la Italiana, en la acera de enfrente del Paseo.



Santelmo era confitería, chocolatería, lechería, heladería y en la feria se transformaba también en un santuario de los bocadillos con los embutidos más refinados que venían de la zona de Cataluña. Eran los bocadillos de las meriendas de los toros, una especialidad en la que los empleados de Santelmo competían mano a mano con los de la Dulce Alianza.


Por Navidad, el escaparate de la confitería de Santelmo se llenaba de los mejores turrones de Alicante. Ni en los años de mayor escasez faltaron los turrones, que eran la alegría de las fiestas y la señal  de que Dios apretaba, pero nunca llegaba a ahogar del todo. Había quien tenía de sobra para turrones, mazapanes y peladillas, y había quien se tenía que conformar con ponerse delante de la vidriera de Santelmo para soñar con aquellas suculentas bandejas de dulces de Jijona, como Carpanta soñaba delante de un escaparate con aquellos muslos de pollo imposibles.

Santelmo florecía todos los años por el mes de marzo. La primavera empezaba en las vísperas del día de San José cuando el obrador no dejaba de echar humo durante toda la noche, cuando había que reforzar la plantilla de repartidores para poder atender a todas las peticiones.

La confitería de Santelmo tuvo siempre un servicio de reparto a domicilio. Su clientela se nutría de familias de la burguesía almeriense, vecina del Paseo y de sus alrededores, a la que en algunos casos había que llevarle el chocolate y el café del desayuno hasta el mismo dormitorio.


No había un día de tanto trabajo como el de San José en una época donde en casi todas las familias había un Pepe o una Josefa. En una fecha tan señalada, que entonces estaba marcada en rojo en el calendario laboral, había quien se permitía el lujo de regalar una tarta. Allí iban los repartidores de Santelmo, con aquellos mandiles blancos manchados de la faena, subiendo y bajando el Paseo desde que aparecía el sol, sin tiempo ni para tomarse un bocadillo porque tenían que llevar todos los encargos antes de la hora del almuerzo para que la fiesta pudiera ser completa.


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