Aquel año del turismo y las bombas (1)

En 1966, mientras se construían 26 hoteles, Almería recibió el golpe de Palomares

El camping de Mojácar en el verano de 1965, recién inaugurado. La provincia batallaban por crecer en infraestructuras para atraer más turistas.
El camping de Mojácar en el verano de 1965, recién inaugurado. La provincia batallaban por crecer en infraestructuras para atraer más turistas.
Eduardo de Vicente
09:00 • 16 feb. 2023

Llegamos al verano de 1965 con el viento a favor. El número de turistas que habían visitado nuestras costas había aumentado considerablemente y el nombre de Almería como futuro centro turístico empezaba a sonar con fuerza. 






Teníamos más días de sol que ningún otro rincón de la península y el litoral menos explotado, pero nos faltaba dar el salto definitivo para ofrecerles a los visitantes algo más que buen tiempo y buenas playas. Necesitábamos que se pusiera en marcha el aeropuerto y que tanto la ciudad como la provincia aumentaran y mejoraran su oferta hotelera. Habíamos terminado el verano del 65 con novecientas cuarenta y siete plazas de hoteles en todo nuestro territorio, escasas si queríamos seguir progresando, y con más de dos mil plazas en pensiones y hostales considerados de inferior categoría. En la capital no había quién nos ganara en posadas. Teníamos hasta una calle, junto a la Puerta de Purchena, sembrada de este tipo de establecimientos. 



Recuerdo que al Hostal Los Olmos, en la Plaza de Bendicho, venían en verano algunos turistas, a pesar de que las condiciones no eran las más idóneas. La mayoría de las pensiones de aquel tiempo no disponían de cuarto de baño en las habitaciones, por lo que los huéspedes tenían que compartir el váter como si estuvieran en un cuartel.



Para salir del agujero, para remontar el vuelo, para subirnos a ese tren de progreso que representaba el turismo, teníamos que modernizarnos de una vez, de ahí que la construcción de hoteles experimentara un impulso nunca visto a mediados de los años sesenta. Nos metimos en 1966 con la esperanza de que los veintiséis hoteles que estaban en construcción en la capital y en la provincia terminaran de ser una realidad para los próximos veranos. 



En Almería, las obras del Gran Hotel entre el Parque y la calle Reina Regente estaban a punto de terminarse y en Mojácar, uno de los destinados llamados a ser centro de atracción turístico, ya era una realidad el ansiado Parador Nacional de Turismo. El 10 de junio de 1964, el propio ministro, el señor Fraga Iribarne, se había encargado de colocar la primera piedra y un año después ya estaba casi a punto para su puesta en marcha. 



El Parador ‘Reyes Católicos’, con sus veinticuatro habitaciones dobles con cuarto de baño y con su comedor con ciento veinte plazas, se consideraba fundamental en ese triángulo turístico que tenían que formar los pueblos de Carboneras-Mojácar y Garrucha. 



También estaban en marcha grandes proyectos hoteleros en Aguadulce y Adra y hasta una nueva urbanización sobre el acantilado del Cañarete, con el nombre de Castell del Rey. Este ambicioso proyecto contemplaba la construcción de bungalows y chalet, más de un centenar, con mil plazas para extranjeros y la puesta en funcionamiento de un hotel de cien plazas que no llegó a culminarse. 


Castell del Rey quiso ser la urbanización moderna que fuera capaz de explotar ese filón de oro que en aquella época era el turismo extranjero. Pero la realidad acabó eclipsando las buenas ideas y la colonia turística que pretendía imitar a las urbanizaciones de Marbella y Torremolinos, se fue quedando en una barrio pintoresco que en 1974, ocho años después de su inauguración, era un poblado fantasma en un rincón de una carretera atrasada y peligrosa, un poblado que carecía de un buen servicio de agua, que no tenía teléfono público, ni puesto de socorro, ni farmacia ni algo que se pareciera a un mercado para abastecer a sus vecinos. 


Habíamos empezado el año de 1966 acariciando el sueño de los nuevos hoteles que estaban en marcha, con el Parador de Turismo terminado y con Castell del Rey prometiendo futuro, pero cuando más ilusionados estábamos, cuando más presumíamos de nuestras agua puras y cristalina, vinieron los aviones americanos a empañarnos el futuro de radiactividad.



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