Los prodigiosos años de la Escuela de Maestría

Almería dio la bienvenida en la Carretera Granada a ese nuevo centro donde aprender un oficio

Alumnos adultos en horario nocturno, con la dotación de herramientas que se les entregaba. Gentileza de Antonio Muñoz Buendía y Marcela Rodríguez.
Alumnos adultos en horario nocturno, con la dotación de herramientas que se les entregaba. Gentileza de Antonio Muñoz Buendía y Marcela Rodríguez.
Manuel León
21:45 • 28 ene. 2023

Coincidió su bautismo con el estreno de los 60, esa década yeyé en la que todo empezó a cambiar en Almería y en el resto del mundo; inició su andadura la Escuela de Maestría, entonces en los confines de la ciudad, en un generoso edificio diseñado por Antonio Góngora en 1944 que había pertenecido al industrial Ángel Fernández Mateos quien proyectó allí su fábrica de perfumes Nike que nunca llegó a ver hecha realidad. Almería amanecía a un nuevo tiempo, más dinámico, dejando atrás el racionamiento y las legañas, y lo hacía con un nuevo centro de formación profesional que frenara la emigración y para que miles de muchachos aprendieran un oficio con el que ganarse la vida. 



El primer curso se matricularon 136 estudiantes que iniciaron su aprendizaje tras la bendición del centro por el sacerdote Francisco Díaz Campillo derramando el agua bendita con el hisopo en presencia del director Manuel Martínez Artal y del resto de fuerzas vivas. El alumnado estaba compuesto por muchachos con aspecto de hombres prematuros, chavales de barrios proletarios  a quienes la carestía doméstica no les permitía soñar con estudiar abogacía o ingeniería; eran escolares humildes cuyas aspiraciones no eran las de cursar una larga carrera universitaria en Granada, sino aprender un oficio de provecho y aportar un sueldo a la casa: darle la paga a la madre, con la quita de unos duros para el tabaco y el vino con los amigos, y después echarse una novia con la que casarse, con la que comprarse una casita a plazos  y vivir de sus manos, de la pericia con el palustre, con el destornillador, con el torno, con las habilidades que le habían enseñado en su entrañable Escuela de Maestría en la Carretera de Granada, en ese nuevo caserío en proceso de formación que era el barrio de Los Angeles. Eran chavales, esos primeros alumnos, a los que los padres obreros aspiraban a sacar del ambiente de truhanes de los futbolines y billares, del golferío de las calles, del andurreo por los muelles, por La Molineta o por la arena de Las Almadrabillas apedreando gatos. Allí conocieron a profesores como Juan Alcoba, Antonio Cabrera, el maestro Carmona, Rafael Florido, Francisco Morales, Francisco Sánchez Cascales, Angel Brú, Antonio Sánchez, Vicente Abad, Antonio García, al secretario Manolo Román, a docentes  a los que la picaresca juvenil no les ahorró ponerle todo tipo de motes: el Farola, el Lupa, el Mortadelo, el Topo, el Grajo, el Dónut, el Huevo.



En el curso del 63 llegaron las primeras muchachas, según relatan los antiguos profesores Antonio Muñoz Buendía y Marcela Rodríguez, para la rama de Química, a iniciativa de la profesora Isabel Jiménez Grau, de la inspectora Rosa Relaño y de la delegada de la Sección Femenina Angela Vega Benedicto. Entre las primeras alumnas matriculadas destacaron Purificación Gea, Carmen Guerrero, Rosa Perals o Ramona Cutillas. El germen de la Escuela de Maestría de Almería fue en 1955 la aprobación de la Ley de Formación Profesional Industrial con cursos de aprendizaje, oficialía y maestría. Tras las intensas gestiones realizadas por Francisco Guil, secretario técnico de la Junta Provincial de Formación Profesional- el Instituto de Formación Francisco Franco venía funcionando desde 1951- en 1957, el BOE publicaba el Decreto de creación de la Escuela de Maestría de Almería, que aún tuvo que aguardar cuatro años para su puesta en escena. Había clases diurnas y nocturnas para adultos, algunos de ellos empleados de fábricas como la de Oliveros que querían obtener una titulación. Inició su andadura con tres ciclos: metal, electricidad e industrias químicas, que después fue ampliando a albañilería, forja y automoción. Algunos años se dio también formación intensiva a los soldados del campamento. 



Además de las clases, la Escuela tenía una vida lúdica repleta de actividades como los actos en honor al patrón San Juan Bosco, las competiciones de fútbol con jugadores como Miras, Quirantes, Rivera, Agüero, Castillejo, Puertas o Manzano, balonmano, balonvolea, festivales de música con ‘Los Piratas’ y ‘Los Extraños’, carreras de cintas bordadas, teatro leído de los hermanos Alvarez Quintero, elección de madrina de honor que un año recayó en Clemencia Conchillo Teruel, bailes regionales, conciertos de armónica con Sebastián Plaza, tiros con carabina en el patio con la calera de La Molineta al fondo, concursos de oficios, excursiones a Mojácar, viajes de estudios a Alicante. Algunos alumnos aventajados de electrónica tenían prácticas aseguradas  en la fábrica de Marconi en Barcelona  y los más ambiciosos continuaban los estudios en la escuela de peritos de Linares.



La Escuela de Maestría, que llegó a tener cerca de mil alumnos matriculados, fue creciendo con el barrio, con esas familias de clase media que se compraban un pisito en San Félix, en uno de aquellos bloques verticales apodados Portaviones o Goliath, donde antes hubo establos y campos de alfalfa. 



En 1975, la vieja Escuela de Maestría se transformó en Instituto Politécnico y se dividió el espacio con el Colegio Indalo. En 1990 se concedió al Politécnico el nombre de Los Angeles, en homenaje al barrio y en 1993 se transformó en el actual Instituto de Secundaria Los Angeles, el mayor complejo educativo de la provincia con 1900 alumnos y 150 profesores, un gigante que tuvo su origen en el sueño de esos padres obreros que querían apartar a sus hijos de los malos hábitos callejeros





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