La calle que llegó a tener tres colegios

El primer colegio de la calle de la Reina fue el Obispo Diego Ventaja, abierto en el año 1944

El niño Juan Manuel Martínez Miralles en la foto de escuela del colegio Diego Ventaja de la calle de la Reina.
El niño Juan Manuel Martínez Miralles en la foto de escuela del colegio Diego Ventaja de la calle de la Reina.
Eduardo de Vicente
09:59 • 15 dic. 2022

En los años 70, cuando el barrio estaba en plena efervescencia, cuando no había un solo local libre y los comercios florecían hasta en los portales, en esa época en la que aún reinaban las familias numerosas y las escuelas eran un buen negocio, la calle de la Reina llegó a contar con tres colegios: dos privados y uno público. El más antiguo era el colegio Obispo Diego Ventaja, que había empezado a escribir su historia en plena posguerra, allá por el otoño de 1944. 



Un curso después hizo su aparición en escena el colegio de San José, que durante tres décadas fue una de las escuelas de pago más importantes de la ciudad, con tanto nivel de enseñanza como pudo tener entonces el colegio de la Salle o cualquier centro de monjas. En los últimos años de vida del Diego Ventaja y del San José en la misma calle, se incorporó un nuevo colegio, el Reina Victoria, que se instaló en un caserón cercano a la esquina con la calle de Pedro Jover.



El Diego Ventaja forma ya parte de la mitología infantil de varias generaciones. El centro se llamaba Graduada de niños Obispo Diego Ventaja y echó a andar en octubre de 1944. Estaba situado en un antiguo caserón de la calle de la Reina, entre el colegio de San José y la tienda de comestibles de Rafael Fenoy. El colegio ocupaba el piso alto y estaba formado por seis aulas de enseñanza Primaria. Además, contaba con un aula para párvulos en la calle de La Almedina, que durante años fue conocido popularmente con el nombre de ‘escuela de los cagones’, en virtud de la edad de sus escolares. 



No era la única clase del colegio que estaba fuera del centro. En la calle Arráez existía otro aula del ‘Diego Ventaja’ que se creó para aislar a los alumnos enfermos de tracoma y que después, desde mediados de los años cincuenta, acabó convirtiéndose en una clase de recuperación a la que mandaban a los niños que presentaban mayores problemas de aprendizaje. Allí ejerció su pedagogía durante varios cursos el maestro don Jacinto López González, y allí estuvo destinado también el profesor Amador Bordajandi Sánchez, célebre por su cargo de presidente de la Sociedad de Canaricultores Almerienses. Le gustaban tantos los pájaros que la ventana del colegio la sembraba de jaulas para alborozo de los niños.  Don Amador era fiel a los pajarillos como también lo era a una pieza de sal mineral que tenía guardada en el cajón de su mesa, y que utilizaba como un arma contra los niños cuando quería castigarlos. “Nene, como te portes mal saco la piedra y la chupas”, les advertía.



Otros profesores preferían recurrir al efectivo método de la vara de madera para imponer la disciplina. Don José Elvira, que era el encargado de la asignatura de Contabilidad, tenía que emplearse a varetazo limpio para sacar a los niños de los escondrijos de los pasillos cuando terminaban los minutos del recreo y había que regresar a las clases.



En los años sesenta, cuando el colegio Diego Ventaja se quedó pequeño, hubo que habilitar otra clase en lo que había sido la antigua escuela de Seises, en la calle del Cubo. 



El ´Diego Ventaja’ contaba entonces con las tres aulas de apoyo referidas que estaban fuera del edificio matriz, y la escuela principal, en la calle de la Reina, aunque desde fuera no pareció nunca  un colegio. No tenía cartel, ni banderas en los balcones, ni un bedel en la puerta para dar la bienvenida. Sólo las voces a coro de los niños cuando se ponían a recitar la tabla de multiplicar, indicaban tras aquellos ventanales había un colegio.



Al lado, en el edificio contiguo, aparecía el colegio de San José, que en los años sesenta se llenó de niños de la incipiente clase media y también de la pequeña burguesía local. Era una escuela de pago que llegó gozar de gran prestigio por su exigencia pedagógica. 


El ‘San José’ era un colegio con sabor antiguo, que tenía impregnado en su atmósfera la melancolía de aquellos años: pupitres gastados de madera con un hueco donde iba el tintero; la mesa del profesor instalada sobre una tarima; la pared que servía de pizarra; los mapas amarillentos sobre los que se estudiaba la geografía física y política de aquella España única e indivisible; la imagen de la Virgen presidiendo en lo más alto, adornada cada mes de mayo con las flores frescas que llevaban los niños; un pequeño patio para tomar el aire en los cortos recreos y un oscuro cuarto de aseo donde se mezclaba el olor turbio de las letrinas con el de la colonia a granel de los niños. 


En el  ‘San José’ nunca se apagaban las luces; permanecía abierto desde las nueve de la mañana hasta las diez de la noche. Durante los últimos años cuarenta y la década de los cincuenta, el horario de clases era de lunes a sábado, de nueve a doce y media de la mañana, y de tres a cinco y media de la tarde. Sólo se descansaba los jueves por la tarde y el domingo.


Temas relacionados

para ti

en destaque