Los entierros que eran un espectáculo

Como todo sucedía en la calle, hasta los entierros se convertían en un fenómeno multitudinario

Nunca se congregó tanto público en la calle del instituto como el día en que llevaron el féretro de la profesora Celia Viñas.
Nunca se congregó tanto público en la calle del instituto como el día en que llevaron el féretro de la profesora Celia Viñas.
Eduardo de Vicente
22:13 • 23 oct. 2022

La gente moría en sus casas. No existían los tanatorios ni las residencias de ancianos, por lo que la muerte formaba parte del vocabulario cotidiano de las casas en las familias y en los barrios. Un muerto se compartía lo mismo que una boda y los vecinos acudían a despedir al difunto porque en cierto modo cada calle formaba una familia en una época donde todo el mundo se conocía.



Recuerdo, cuando era niño, que estábamos obligados a guardar luto si moría un vecino. Se hacía por respeto a la familia y al menos por un día no se ponía la radio en mi casa, ni siquiera mientras mi madre planchaba, ni tampoco nos dejaban levantar la voz en la  calle ni armar alboroto jugando.



Como todo sucedía en la  calle, los entierros, sobre todo los importantes, se convertían en un fenómeno multitudinario y a veces en un auténtico espectáculo. Hubo funerales que la ciudad hizo suyos, entierros que se convirtieron en acontecimientos de interés general en el que participaron miles de almerienses, convirtiendo la ceremonia en un espectáculo masivo.



Cada vez que fallecía un personaje importante de Almería, de los que aparecían en la prensa con grandes esquelas y obituario, la gente se movilizaba y salía a la calle para presenciar el duelo y participar en él. La muerte de los pobres pasaba desapercibida porque no tenía titulares ni tertulias en los cafés que le dieran bombo, por lo que también había diferencia entre ricos y pobres a la hora de convocar a los espectadores.



La muerte de Francisco Rueda López, el periodista más importante de Almería en el siglo diecinueve, fue uno de esos acontecimientos que sacó a la calle a miles de almerienses para despedirlo en el camino hasta el cementerio. Sucedió en julio de 1903 y fue un funeral muy comentado, no sólo por la respuesta de los almerienses, sino por la humildad que rodeó todos los actos del sepelio. Aunque se trataba de un personaje de los más conocidos de Almería, con un estatus social alto, el propio Rueda López, antes de morir, dejó escrito que deseaba que su entierro se verificara  con la mayor modestia. Por eso su cadáver se colocó en una de las habitaciones de su casa, adornada sólo por seis cirios y una sencilla cruz, con una humilde caja como féretro. No quiso llamar la atención ni después de muerto, por lo que evitó el cortejo de sacerdotes cantando salmos y la carroza ostentosa que solían contratar las familias pudientes.



En febrero de 1917 hubo otro entierro que conmovió a la ciudad de forma especial. Fue el del médico don Eduardo Pérez Ibáñez, un hombre tan conocido como querido. Éste sí fue un funeral con todos sus ingredientes. El cortejo fúnebre lo abrían los niños del Hospicio, todos con velas encendidas y guardando un silencio conmovedor. Les seguía el clero parroquial con cruz alzada y detrás, una amplia comitiva formada por los empleados de la Beneficencia Provincial y Municipal, a las que pertenecía el finado. 



De los funerales más sonados de aquellas primeras décadas del siglo veinte, ninguno lo fue tanto como el del comerciante Emilio Ferrera, que en una tarde de junio de 1918 paralizó la ciudad, cerrando comercios y escuelas. El hecho de que muriera en Valencia, y de que trajeran su cadáver en tren hasta Almería, rodeó la ceremonia de una popularidad sin precedentes. Se dijo entonces que un río de gente recorrió las calles acompañando al malogrado empresario.



De los entierros más llorados en la segunda mitad del siglo veinte, destacó el de la querida profesora Celia Viñas, en junio de 1954. Fue un funeral impresionante porque colapsó las avenidas principales, cerró bares y tiendas y llenó de jóvenes estudiantes las calles de Almería. Delante del féretro desfilaron los alumnos de los centros de enseñanza y las muchachas de la Sección Femenina y el Frente de Juventudes. Conmovía ver a los estudiantes como se iban alternando para llevar a hombros el ataúd de la joven profesora.


Nunca se llegó a congregar tanta multitud en la calle de Javier Sanz, delante de los muros del instituto, como aquella tarde en la que Almería se paralizó por completo. Hasta los cocheros de caballos se bajaron del pescante para despedir a la querida profesora.


Temas relacionados

para ti

en destaque