El solitario poblado del cercano Oeste

Cuando dejaron de venir los rodajes fuimos los almerienses los que nos retratamos en Tabernas

Una de las excursiones oficiales en los años 70 era ir al desierto de Tabernas y echarse fotografías en los poblados del Oeste.
Una de las excursiones oficiales en los años 70 era ir al desierto de Tabernas y echarse fotografías en los poblados del Oeste.
Eduardo de Vicente
20:30 • 19 oct. 2022

El ruido de una ventana mal cerrada que manejaba el viento. El paso de una nube de polvo cargada con todos los fantasmas del desierto. El crujido hueco de las escaleras del hotel donde ya no quedaban más forasteros que las polillas sentadas a la mesa del gran festín merendándose los cimientos. La soledad del banco por el que ya no pasaban más forajidos que los zorros que de noche se colaban buscando el botín de las ratas. Las ventanas batientes del salón donde ya no sonaba el piano ni se escuchaba el tumulto de  la última pelea. Los viejos carromatos de los titiriteros varados sobre la arena esperando la llegada de un niño dominguero para que le devolviera la vida. La presencia de las cruces y de las lápidas del cementerio, tan vacío como el alma de aquel solitario poblado del falso Oeste que guardábamos como una reliquia en medio del desierto.



Cuando desde la colina descubríamos a lo lejos el poblado del Oeste, teníamos la sensación de estar delante de un espejismo. Hasta los cerros secos y agotados que lo rodeaban parecían formar parte de un paisaje irreal. Parecía una pintura, el decorado de una pesadilla que el viento resucitaba cada amanecer. 



Dónde habían quedado los sueños de grandeza, los héroes y los villanos, el muchachillo y la cantinera que enamoraba a los forasteros cuando mostraba las pantorrillas al ritmo del can-can. Dónde estaban el sheriff y el herrero, el dueño del salón que se había arruinado en una pelea, el banquero avaro que soñaba con hacerse rico y cambiar de vida y de pueblo, el enterrador gandul y el carpintero de los ataúdes que iba a medias con los malos.



Dónde se quedó la silla de Sergio Leone, las voces que anunciaban el comienzo del rodaje, la furgoneta de la comida y el tumulto de plaza de pueblo de aquellos extras de aluvión que por figurar en una película se sintieron estrellas de cine durante toda su vida.



Los buenos tiempos habían terminado. Aquellos días de vino y rosas en los que todos los meses se rodaba una película, habían pasado a la historia. Cuando dejaron de venir los rodajes fuimos los almerienses los que montamos nuestra propia película en aquella tramoya de cemento y madera. A comienzos de los años setenta se puso de moda ir los domingos de excursión a Tabernas. Parecíamos colonos sacados de una película de John Ford, con el maletero de los coches cargado de comida, con el camping gas, con la paellera y la nevera repleta de hielo y el transistor colgando. Si amanecía nublado se cambiaba el plan y en vez de arroz se hacían unas buenas migas con morcilla, chorizo y pimientos. Allí, enfrente de aquella ruina del lejano Oeste, las familias llevábamos un soplo de vida en aquellas incursiones familiares de los domingos de invierno.



Cuántos almerienses estrenaron en el poblado su primera cámara de fotos recién importada de Melilla. A los niños nos gustaba jugar a los pistoleros, tal y como hacíamos en nuestra calle, entre coches, pero esta vez en un decorado como los de verdad. Entonces no sabíamos que por allí habían pasado grandes estrellas ni teníamos idea de quién, ni cómo ni cuando se había construido el poblado.



Aquel viejo poblado, el primero que se construyó, fue una obra colosal que en la primavera de 1965 acometieron las productoras de Arturo González de Madrid, Alberto Grimaldi de Roma y Constantin Films de Munich para el rodaje de la película ‘Por un puñado de dólares’, con la idea de que sirviera para futuros rodajes. 



El poblado se inauguró el dos de junio con un vino de honor en el que estuvo presente el director de la película, Sergio Leone y donde no faltaron las autoridades político, religiosas y militares de la ciudad, que veían en aquel poblado el manantial que nos iba a sacar a todos de la pobreza. 


Un año después de la construcción del primer poblado se levantó otro, cerca del ya existente, para el rodaje de la película ‘El bueno, el feo y el malo’. Durante años, aquellos decorados recibieron a cientos de películas, la mayoría obras de serie B que marcaron el principio del fin del género.


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