El Bayyana, el Mini Bar y Tip y Coll

El complejo Bayyana abrió en 1972 humanizando la temida carretera del Cañarete

Eduardo Pino
09:00 • 07 jul. 2022

El verano de 1972 nos traía la buena noticia de que por fin se iba a terminar el problema del polvo del mineral para dignificar la ciudad y acabar con el sufrimiento de los vecinos de Ciudad Jardín y el Tagarete. 



Otro inconveniente que frenaba el crecimiento de Almería y su extensión definitiva hacia la costa de poniente era la temida carretera del Cañarete, que estaba en obras para tratar de eliminar algunas de las muchas curvas que la convertían en un tramo peligroso. El año 1972 fue el del Complejo Bayyana, que vino a humanizar ese primer trecho de la Carretera de Aguadulce con una gasolinera, un restaurante y una discoteca. Su promotor, Ramón Gómez Vivancos, quería centrar en torno a aquel complejo, que fue galardonado en su día con el primer premio nacional a la mejor estación de servicio de España, el creciente tráfico de la nueva carretera.  



Para darle fuerza a la firma que él había creado, Gómez Vivancos puso en marcha también los llamados Premios Bayyana, que se convirtieron en uno de los  acontecimientos sociales más importantes en la Almería de los años sesenta. Se rodeó de los nombres más relevantes de la cultura a la hora de formar el jurado para premiar a los más destacados del año. 



Aquel verano del 72 nos trajo muchas buenas noticias, como la firma del convenio para establecer un observatorio astronómico hispano alemán en la Sierra de los Filabres, en un pico que solo conocían los montañeros, el Calar Alto, y que a partir de entonces se convirtió en un lugar de peregrinación para las familias que los domingos hacían excursiones por aquellos senderos de la sierra para rozar las estrellas con los dedos.



En aquel tiempo las familias almerienses habían conquistado la meseta de la clase media, un estatus que en gran medida se basaba en la capacidad de ahorro, en saber guardar una peseta y estirar los sueldos hasta límites insospechados. El sueño de tener una cartilla en el Monte Pío se fue democratizando, gracias también a las facilidades que entonces daban las entidades bancarias. 



En el verano del 72 la Caja de Ahorros realizó entre sus clientes un sorteo extraordinario en el que repartía regalos importantes.





Además, puso en funcionamiento un nuevo métodos para pagar los recibos de las casas, la domiciliación de pagos. “Ningún cobrador llamara a su puerta para importunarle”, decía la publicidad. Hasta esa fecha los almerienses tenían que recibir en sus viviendas la visita mensual de los cobradores: pasaba el de los muertos, el de la Sevillana, el del agua, el de la contribución, y si vivías de alquiler, el dueño de la casa. 


Los muebles y los electrodomésticos solían pagarse a plazos, pero no era necesaria la visita del cobrador, lo normal era que el cliente se pasara por la tienda cada mes a saldar su deuda. Aquel verano fue próspero en ventas de electrodomésticos para Bazar Almería, que vendió lavadores de la marca Crolls a diestro y siniestro, ayudado por el anuncio que aparecía en televisión que decía aquella frase pegadiza de “Y es una Crolls”. 


Como todos los veranos de aquel tiempo, el mes de julio se inauguró con un bando de la alcaldía en el que invitaba a los almerienses a blanquear y a pintar las fachadas para que luciéramos más curiosos a los ojos de los visitantes. Turismo no teníamos mucho en la capital, el que venía lo hacía mayoritariamente de los pueblos interiores y de las provincias cercanas como Granada y Jaén, pero había que sanear las viviendas para ofrecer una imagen respetable de una ciudad que se seguía sintiendo la verdadera Costa del Sol.


En ese afán de ser alguien en el contexto turístico, nuestros gobernantes se habían inventado un festival de la canción imitando al que se celebraba en Benidorm, que tanta fama le había dado a aquella ciudad. En julio de 1972 se celebró la tercera edición que trajo como artistas invitados al dúo de humoristas más importante de entonces, Tip y Coll.


Fue el verano en el que la familia Torres, propietaria de la cafetería más exitosa de la ciudad, creó el premio de novela Café de Colón, que nació con vocación de hacerse eterno y ganarse un puesto a nivel nacional, pero que no llegó a tener un largo recorrido. 


La Almería del verano del 72 estaba sembrada de bares y de buenas tapas. El sábado 29 de julio abrió sus puertas por primera vez el Mini-Bar, en el número 17 de la calle Rueda López. Tenía un sitio excelente, a pocos metros del Paseo y casi pegado al instituto Celia Viñas, lo que le garantizaba el éxito diario con los estudiantes. Pensando en ellos se especializó en sanwich, que fue el reclamo perfecto para los adolescentes que salían hambrientos de las aulas a la hora del recreo.


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