La calle vieja de la fuente antigua

Era un callejón de la calle Hércules, marcado por el relieve del caño llamado de la Polka

Callejón con la silueta de la fuente de la Polka, allá por los años setenta cuando el pavimento era aún de tierra.
Callejón con la silueta de la fuente de la Polka, allá por los años setenta cuando el pavimento era aún de tierra.
Eduardo de Vicente
09:00 • 27 dic. 2021

En nuestro inventario callejero los niños de hace cincuenta años dividíamos las calles en viejas y nuevas. Las nuevas estaban casi todas al otro lado de la Rambla, donde habían construido amplias avenidas y grandes bloques de viviendas que empezaron a llenarse de familias.  



Entre las calles vieja, donde estaba el alma de la ciudad, ninguna nos parecía tan antigua como ese pequeño callejón escondido en la calle Hércules que tomaba el nombre de la fuente que le dio vida en épocas pasadas, la de la Polka. A comienzos de los años setenta de la fuente solo quedaba la silueta grabada en una fachada, donde sobresalía una especie de hornacina cuadrada que solíamos utilizar los niños del barrio para nuestros juegos: unas veces lanzábamos las chapas para que se quedaran dentro de la repisa del hueco y otras colocábamos muñecos dentro para derribarlos a fuerza de pedradas. En aquellos tiempos el callejón conservaba todos sus rasgos antiguas, hasta el suelo se mantenía de tierra y de piedras, un escenario propicio para jugar a los petos y poner a bailar a los trompos.



De lo que fue la calle, sólo queda la huella de la fuente que le dio el nombre, que sigue apareciendo como un relieve sobre la fachada de un viejo edificio, insinuando el  caño y las formas que debió de tener el pilar en sus tiempos de esplendor, cuando abastecía de vida a los vecinos. El profesor Mariano José de Toro y Gordón, ilustre Catedrático del Instituto y célebre notario de la ciudad, ya escribió a mediados del siglo diecinueve, en un tratado sobre fuentes, pozos y aljibes, de la existencia del caño de la Polka. En aquel tiempo, debió de ser de los más importantes porque abastecía de agua a un barrio tan poblado como era el norte de la calle de la Reina y de la Almedina, una gran manzana que empezaba en la Plaza Vieja y se extendía hasta las murallas de La Alcazaba, formando un entramado de callejuelas, patios y plazoletas con una gran densidad de población.



Aunque su función natural era la del abastecimiento de agua potable para los vecinos, también fue utilizado de manera furtiva como lavadero y como abrevadero para las bestias. 



En septiembre de 1885, cuando la fatídica epidemia de cólera dejaba un reguero de muerte y miseria en la ciudad, las autoridades municipales tuvieron que intervenir en el caño de la Polka ya que las aguas estancadas que se iban quedando sobre la tierra después del lavado de la ropa habían creado un foco de suciedad y podredumbre que perjudicaba las severas medidas sanitarias que exigía la lucha contra la epidemia. Hubo que limpiar el pilar y sus aledaños y poner vigilancia durante el día para evitar el mal uso del caño.



A comienzos del siglo veinte la fuente de la Polka seguía siendo el caño de agua que le daba vida al barrio, en una época en la que la gran mayoría de las viviendas no tenían agua potable. De los cerca de cuarenta mil vecinos que vivían en la capital de Almería, tan sólo mil cien tenían toma de agua en sus casas, según el censo oficial que elaboró el Ayuntamiento. 



En la amplia manzana  que estaba abastecida por el caño público de la Polka eran muy pocos los habitantes que disponían de un grifo propio. En la calle Almanzor Alta, junto al anchurón de La Alcazaba, existía una casa con toma de agua, la del barrilero Miguel Leal Sánchez, aunque el grifo más cercano a la fuente de la Polka estaba situado en el patio interior de la vivienda de don Miguel Barbarín y Careaga, en la calle de Almanzor Baja (hoy José María de Acosta). 



El señor Barbarín, comandante de Artillería, dueño de una gran fortuna y propietario entre otras fincas del Cortijo Grande del Mamí, poseía en el extenso jardín de su mansión, un gran surtidor de agua que su esposa, doña María Acosta y Oliver, se encargaba de gestionar. El grifo de la familia Barbarín-Acosta hizo también las funciones de fuente pública cuando el surtidor de la Polka se quedaba seco por las frecuentes averías que sufría. Entonces, las gentes del barrio acudían a la casa de la señora Acosta a llenar cubos y vasijas.


En marzo de 1899, un vecino de la calle Hércules, don Salvador Torres Aguilar, presentó una demanda en el Ayuntamiento quejándose porque las aguas del depósito del caño de la Polka, al estar completamente lleno, se dirigían constantemente hacia los cimientos de la fachada de su casa, causándole graves desperfectos. Dos años después, en abril de 1901, otra vecina de la calle Hércules, doña Rosa Roca Navarro, se querelló por el mismo motivo, obligando a intervenir a la comisión de ornato, que comprobó los daños que provocaban las aguas acumuladas sobre el terreno.


El arquitecto municipal, Trinidad Cuartara, después de examinar el estado de los caños, realizó un informe en el que para evitar nuevos problemas, ordenó el cambio de emplazamiento de la fontana desde su lugar de origen, en la calle de Hércules, a la placeta que existía delante de la antigua alhóndiga, a espaldas de la Plaza Vieja. 


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