La genuina historia de la Casa del Barril

Francisco y Trinidad Alonso eran unos ricos industriales de la uva que llegaron de Terque

Francisco Alonso Martínez, industrial uvero, oriundo de Terque, en las oficinas donde hoy está el Bar Barril.
Francisco Alonso Martínez, industrial uvero, oriundo de Terque, en las oficinas donde hoy está el Bar Barril.
Manuel León
07:00 • 26 dic. 2021

Está ahí ese capricho de la arquitectura burguesa almeriense- haciendo rincón entre el Parque Nuevo y Arapiles- con su fachada color sangre, con sus columnas colgantes, sosteniendo las balconadas acristaladas con vidrios de colores y uno piensa en el milagro de su supervivencia. Es la calle Arapiles y sus contornos -como la calle Martínez Campos donde se asienta la sede de Plataforma de Enrique Martínez Leyva-  el más copioso santuario de casas bonitas almerienses trazadas por la mano genial de Cuartara, López  Rull o Langle, donde tanto brillan los espacios y el buen gusto de sus artífices, donde aún está grabada  la huella del dinero amasado por tantos fletes uveros a Covent Garden.



Es ahí donde se solaza, como una reliquia desafiando a los vientos, enfrente del mar latino, el genuino edificio que alberga debajo el bar El Barril, casi un siglo después de que fuera proyectado para el industrial Francisco Alonso Martínez. La historia de este edificio pinturero corre paralela a la de la familia Alonso, cuyos herederos, en cuarta generación, aún lo habitan como una ambrosía a lo largo de sus tres plantas. 






Francisco Alonso Martínez y su hermano Trinidad eran naturales de Terque, hijos de un célebre abogado de aquella villa. Quedaron huérfanos, junto a su hermana Blanca a causa de una epidemia de gripe y su abuelo materno ejerció de tutor, repartiendo entre los hermanos una pingüe herencia que incluía casas y fincas en Terque, en Benahadux y en la propia capital, donde residía como monja de clausura en el convento de Las Puras una tía, sor María Francisca de las Llagas Martínez.



Francisco Alonso era de formación abogado, aunque no ejerciera al estar dedicado al negocio de la exportación de uva. Se casó en 1903 con Clotilde Rodríguez, también de Terque, de la que quedó viudo en 1920. Tuvo un hijo varón, Francisco como él, que fue asesinado en la Guerra, y cuatro hijas: Candelaria, Clotilde, Angustias y Milagros.



Francisco Alonso fue prosperando en los negocios como cosechero y exportador de uva. En 1925 ya era el mayor contribuyente de Terque y vivía a caballo entre el pueblo y la capital. Formó parte de la Comisión Gestora de la Diputación y de la Comisión de Beneficencia y fue subastador de víveres, con José Guirao Román en los años previos a la Guerra Civil. 



Buceó en la política  como seguidor de Maura y en 1931 formó parte del partido de Centro Constitucional, junto a José Benítez Blanes, Ramón Durbán y el médico Eduardo Pérez. Después formó parte de Acción Nacional y Acción Popular, junto a Julio Estevan Gomez. Fue unos años antes, cuando se encaprichó de la vivienda que había pertenecido a Francisco Gallardo Avendaño, antiguo práctico del Puerto, que había fallecido en 1910. Compró el inmueble y en 1925 solicitó licencia para rehabilitarlo y añadir dos plantas más bajo el diseño de un joven arquitecto llamado Guillermo Langle.



Empezó entonces a resplandecer ese edificio en esa calle Arapiles, llamada más antiguamente calle Varadero, haciendo esquina con Aguilar Martell (antigua calle Pescadores), justo cuando el Ayuntamiento iniciaba trámites para la construcción del Parque Nuevo, entre la calle Real y la calle Reina Regente. El paisaje del palacete de Francisco Alonso, sin embargo, era aún el de las viejas barracas de pescadores que allí se hacinaban junto  las instalaciones del Garaje Americano, las oficinas del consignatario Luis Gay Padilla, el buró del agente de seguros Francisco Méndez Arnés y el despacho del empresario Arturo Lengo, representante de vapores fruteros, junto a almacenes de maderas que llegaban de Portugal. Su hermano Trinidad estuvo más volcado en los negocios y menos en la política. Sin embargo fue ejecutado en la tapia del cementerio de San José el 9 de diciembre de 1936. Unos días después, en el Año Nuevo de 1937 asesinaron a tres de sus hijos varones Alonso Paniagua, el menor de 15 años, que no paraba de llorar, fue arrojado vivo a las calderas del barco Jaime I.


Trinidad se había casado en 1908 con Angeles Paniagua Porras, hermana de los fotógrafos de Terque, de cuyas imágenes deliciosas se nutre el actual  y celebrado Museo de Terque ungido por Alejandro Buendía. Ambos hermanos Alonso tuvieron la última barrilería que se cerró en Terque en los años 50 en la actual Plaza de los Barrileros. Trinidad perteneció al  Sindicato de Riegos y presidió La Unión Uvera. El palacete de Francisco Alonso tenía en los bajos las oficinas de la firma de exportación de uva que gestionaban ambos hermanos. Francisco se había vuelto a casar con Julia Rivilla y con ella habitó la casa hasta que huyeron a una cueva de la sierra donde pudo salvar la vida durante esos años aciagos de la Guerra. Francisco Alonso falleció entrada la década de los 60.


Después, la casona pasó a su hija mayor Candelaria, casada con Antonio García Rodríguez, y, a continuación, a su nieto, Antonio García Alonso, casado con la escritora Victoria Cuenca Gnecco, de Adra, quien la habita hoy día. El bajo, donde aún subyace el aroma del trajín de los fletes de aquella uva parralera del Andarax, se convirtió con el tiempo en un almacén de bebidas, hasta que en 1971 abrió la célebre cervecería El Barril, que regentaba en alquiler un antiguo operador de cámara de origen inglés, Ginger, que llenó las paredes del bar con el rostro de las estrellas del celuloide. También fue durante un tiempo parada de aficionados a la caza mayor como Antonio García Alonso, propietario del inmueble, Domingo Vizcaíno, Cristóbal Zurano y Joaquín Vázquez, de Piensos La Foca Hasta que cogieron el  testigo los hijos del propietario, los hermanos García Cuenca, que unieron El Barril a la antigua cafetería Nervi. Desde entonces, el local hostelero ha cambiado varias veces de manos, pero el palacete sigue intacto, como un regalo para la vista de los paseantes del Parque, como una casita de chocolate que tanta historia de la vieja bahía atesora entre sus muros cuajados de filigranas.


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