El ‘San Juan’ de los barcos de guerra

Hace 50 años los almerienses celebraban ‘San Juan’ preparando la Semana Naval del mes de julio

Tramo del muelle de poniente próximo a las instalaciones del Club de Mar. Al fondo, los barcos de guerra atracados en espigón. Verano de 1971.
Tramo del muelle de poniente próximo a las instalaciones del Club de Mar. Al fondo, los barcos de guerra atracados en espigón. Verano de 1971.
Eduardo de Vicente
23:52 • 23 jun. 2021 / actualizado a las 07:00 • 24 jun. 2021

Los almerienses de hace cincuenta años concebían de otra forma la víspera de San Juan. No existía una tradición sólidamente arraigada de pasar la noche en las playas, sino la costumbre, que se iba heredando en las familias, de ir al mar a lavarse la cara para atraer la buena suerte. Llegaban, se mojaban los ojos, y de nuevo para las casas, que al día siguiente había que trabajar.



Esa costumbre, minoritaria entonces, fue creciendo hasta ser considerada hoy como una tradición. Lo de lavarse la cara hoy es lo de menos, la gracia de la fiesta es la juerga en sí, la comilona multitudinaria y la bebida sin límites hasta la madrugada.



Hace medio siglo, en la víspera de San Juan de 1971, la fiesta no estaba en la arena de la playa, sino en el escenario que montaba el Club Náutico. Aquel año el conjunto invitado fue ‘The sun flowers’, una maravilla.



Aquel año las celebraciones pasaban por las alegrías que daba el boxeo. Nuestro Juanito Rodríguez se había proclamado unos días antes campeón de Europa y había alcanzado el estatus de héroe local para toda la vida.



También era una celebración, en este caso del verano, los espléndidos frigoríficos de la marca ‘Westinghouseque se exhibían en el escaparate del Paseo de Bazar Almería, por poco más de seis mil pesetas. En aquellos tiempos el frigorífico se había democratizado y hasta en los hogares más humildes las familias aspiraban a tener su nevera presidiendo la cocina y en muchos casos el comedor, como si fuera el mueble de mayor prestigio de la casa.



En aquellas vísperas de San Juan estábamos inmersos en los ramalazos que nos dejaba la tertulia de los indalianos, que era el termómetro cultural de la ciudad y en los exámenes de fin de curso, que agotaban la tila en todas las tiendas de la ciudad. Son muchos los almerienses que recuerdan la noche de San Juan delante de un flexo y un libro, pasando calor y espantando los mosquitos a puñetazos. Cuando un hijo se quedaba a estudiar, esa noche estudiaba toda la familia, porque los padres y las madres sufrían tanto como los hijos antes de los fatídicos exámenes finales.



Después, si todo salía bien, esperaba la felicidad de un verano de vacaciones, y en algunos casos con un regalo incluido. El más temido por los estudiantes era la máquina de escribir, un premio de los considerados como “útiles” por los padres, pero que significaba que ese verano, después de sacar el curso, habría que seguir preparándose en una de aquellas academias donde en unas pocas semanas aprendías a manejar el teclado con todos los dedos.



En la víspera de San Juan de 1971 ya estábamos contando los días que faltaban para que empezara la Semana Naval, que nos la habían pintado como el gran acontecimiento de nuestra pequeña historia reciente.


La Semana Naval estaba hasta en la sopa y ya en aquella última semana de junio empezamos a ver los primeros barcos de guerra en el puerto. 


La prensa iba recogiendo a diario las últimas novedades sobre la participación y los cambios que iban experimentando nuestras calles para lucir con otro aspecto. Se reforzó el equipo de jardineros que trabajaban en la Alcazaba, que en pocos meses se llenó de rosas; las instalaciones del Mesón Gitano fueron remozadas para que sirvieran de atractivo turístico; se mejoraron las condiciones de trabajo de los servicios de limpieza, con más basureros y más presencia de barrenderos en las calles principales; se acometió la instalación de una iluminación extraordinaria a lo largo del Paseo y la Puerta de Purchena y se remodeló el Parque Nuevo, que perdió ese aspecto de jardín antiguo que le daban las pérgolas y se transformó en un espacio abierto, como una prolongación del puerto.


La Plaza Vieja estrenó papeleras metálicas de color verde con el escudo de Almería y se colocaron carteles por todos los barrios con el eslogan: ‘Mantenga limpia la ciudad’. En los despachos del Ayuntamiento, donde nunca pasaba nada, los motores funcionaban a toda máquina y siempre había algo por hacer, y siempre había un temor que acechaba a la puerta, el miedo a no tenerlo todo a punto. 



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