El obispo que se subió al andamio

En 1958 el Monte de Piedad, presidido por el obispo, creó la constructora Santos Zárate

El proyecto más ambicioso que llevó a cabo la constructora de la Iglesia fue levantar en la misma cara de la Catedral un edificio de ocho plantas.
El proyecto más ambicioso que llevó a cabo la constructora de la Iglesia fue levantar en la misma cara de la Catedral un edificio de ocho plantas.
Eduardo de Vicente
00:21 • 10 mar. 2021 / actualizado a las 07:00 • 10 mar. 2021

Si en asuntos morales se acusaba con frecuencia a la Iglesia de ocupar siempre el vagón de cola, de no saber adaptarse a las exigencias que marcaban cada tiempo, de estar encerrada en su universo medieval, no se puede decir que ocurriera lo mismo en cuestiones de negocios, donde casi nunca se quedó atrás, estando a la vanguardia cuando se desató en la ciudad la llamada fiebre constructora que a finales de los cincuenta empezó a transformar la fisonomía de Almería.



Las autoridades eclesiásticas se adelantaron al Desarrollismo y dieron muestras de tener buen ojo para las inversiones, como ya venían demostrando desde la puesta en funcionamiento del Monte de Piedad, bajo la dirección del poder eclesiástico.



En el mes de junio de 1958, el entonces obispo de la diócesis, don Alfonso Ródenas García, anunció que el consejo de administración del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Almería, bajo la presidencia del prelado, presidente nato de la institución, había decidido constituir una entidad constructora benéfica para cooperar con la solución del problema de la vivienda, que en aquel tiempo era una de las lacras sociales que afectaba a los barrios más deprimidos de la ciudad. 



Se acordó que la empresa se denominara ‘Constructora Benéfica Santos Zárate’ en memoria del obispo fundador de la Caja de Ahorros. De esta forma, el bueno de don Alfonso Ródenas, esa alma caritativa que se hizo famoso por su generosidad a la hora de repartir caramelos entre los niños, abandonaba la eternidad de la sotana y el báculo para de vez en cuando ponerse el traje de faena y subirse al andamio para ganarse el jornal.



La nueva constructora, hija del Monte de Piedad y del obispado, no tardó en ponerse manos a la obra y en los primeros meses de 1959 ya tenía proyectado su primer trabajo: un edificio de veinte viviendas de renta limitada y locales para oficinas, firmado por el arquitecto Guillermo Langle Rubio, en la Plaza de Marín con subida por la calle de Navarro Darax. Para hacerlo realidad tuvieron que echar abajo la antigua y noble vivienda que fue la primera sede de la institución ahorradora, la casa señorial de doña Francisca Giménez Delgado, que en su testamento donó el edificio para que acogiera el Monte de Piedad.



La constructora Santos Zárate había empezado con fuerza, alentada por las ganancias económicas y morales que suponía aquella empresa llamada a proporcionar viviendas a los más necesitados, una aspiración que se quedó a medio camino. El edificio construido en la Plaza de Marín no fue destinado para recibir a familias pobres, sino a aquellos compradores que pudieron permitirse la inversión.



Sí tuvo más repercusión social el segundo gran proyecto que puso en marcha la constructora de la Iglesia, un conjunto de treinta y dos viviendas en el paraje de la Chanca conocido como el Martinete, que sirvió para aliviar la presión urbanística de medio barrio que vivía en condiciones infrahumanos en cuevas y chabolas.



El ladrillo se convirtió en un buen negocio, una empresa que dejaba mejores dividendos que los cepillos de las parroquias, por lo que en aquellos primeros años sesenta la actividad fue frenética: las veinte viviendas de la Plaza de Marín, las treinta y dos del Martinete, treinta y tres junto a la Rambla de Amatisteros y diecisiete en la céntrica calle Infanta, enfrente del colegio de monjas María Inmaculada. A esta lista de construcciones se unió, en 1964, el que sin duda puede considerarse como el gran pelotazo de aquella experiencia místico inmobiliaria, la construcción de un edificio de diez alturas frente a la puerta de los Perdones de la Catedral, a pocos metros del flanco sur de la torre del campanario. No había límites para edificar, ni la presencia de un monumento impedía a los constructores conseguir la licencia necesaria, aunque hubo un intento de echar atrás el ambicioso proyecto frente al monumento catedralicio. 


En un primer momento, las autoridades municipales le denegaron la solicitud “por disponer las ordenanzas que sólo es lícito en la zona solicitada la construcción de ocho plantas como máximo”, decía la respuesta del Ayuntamiento. Dos meses después, empezaban las obras del edificio con un recorte de dos alturas. Para darle carácter benéfico al gigante, en los planos se contemplaba la instalación en la planta baja de un dispensario benéfico con quirófanos y salas de asistencia médica. En su lugar acabó imponiéndose una oficina de la Caja de Ahorros y la librería Pastoral.


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