El teléfono y el empuje de la clase media

Eduardo de Vicente
07:00 • 13 oct. 2020

En esa lista de adelantos con los que soñaban las familias almerienses a medida que iban prosperando en el escalafón social, el aparato del teléfono llegó a ocupar uno de los puestos preferentes. 



Los años sesenta fueron de grandes progresos para muchas de aquellas familias que empezaron a subirse al vagón de la clase media a base de sacrificio y de mucho trabajo, y también a base de los milagros que se hacían con los sueldos cuando se sabían administrar. 



Administrar la paga del mes significaba llegar saneado al siguiente e incluso conseguir ese dinero extra que iba a parar a la libreta de ahorro. Tener una cartilla en el Monte Pío era una de las señales inequívocas del progreso familiar. La cartilla era el vientre cálido y seguro donde iban creciendo los sueños comunes. 



Se ahorraba para tener un frigorífico, que fue el primer electrodoméstico mayor que se hizo necesario en las casas. Se seguía ahorrando para la televisión, que en los últimos años de la década se fue extendiendo por la ciudad llegando hasta los barrios más humildes casi al mismo tiempo que la luz y el agua potable. 



Había que ahorrar para el coche y después para poder instalaren la casa ese artilugio que llamaban teléfono, que te colocaba definitivamente en la lista de la clase media. Tener frigorífico, televisión, un coche en la puerta y un teléfono en el salón, era un lujo a comienzos de los años setenta, cuando la gente compartía sueños parecidos y el milagro de la clase media se había extendido por todos los rincones de la ciudad.



En mi calle, hacia 1970, solo don Antonio García Flores, el cura de la manzana, tenía teléfono. La mañana en la que llegaron a su casa los operarios de telefónica, envueltos en grandes ruedas de cables y en monos azules, los vecinos se amontonaron en la puerta como si hubiera aterrizado un platillo volante. 



Los vecinos más próximos, íbamos a la casa del cura a hablar por teléfono como si fuera un locutorio. Carmen, la hermana del sacerdote, una santa, iba corriendo a mi tienda cada vez que mi hermano mayor ponía una conferencia desde Granada, donde estaba estudiando. 



Cómo se agitaba la vida entonces por una simple llamada. “Que está llamando tu hijo”, decía, aquella mujer. Y allí salía corriendo mi madre y detrás el resto de los hermanos, que pegados al aparato escuchábamos los rescoldos de la conversación asombrados por tanto adelanto.


Fue en esos primeros años setenta cuando todo el mundo quería tener un teléfono en su casa. Muchas familias tomaban la decisión de ponerlo cuando se les iba un hijo al servicio militar. En 1971 se batió el record de instalaciones, casi tres mil teléfonos en Almería, de los que cerca de dos mil se montaron en la capital. Fue un año de grandes progresos para la compañía Telefónica. Se inauguró el servicio en pueblos tan olvidados entonces como Beninar, Darrical, Lucainena de las Torres y Uleila del Campo, lo que permitió que una parte importante de la provincia estuviera comunicada por teléfono. Sólo quedaban ocho pueblos aislados: Alcóntar, Bédar, Benizalón, Benitagia, Bacares, Laroya, Taberno y Turrillas. 


En aquella época estaban de moda las señoritas del 009, que era el número de la centralita que había que marcar si querías poner una conferencia con otra provincia. En 1971 solo se podían hacer llamadas automáticas fuera de Almería a Madrid y a Granada; para telefonear a otro lugar se tenía que marcar el 009 y esperar a que una de las amables señoritas tramitara la llamada. 

Los que no podían tener un teléfono en la casa acudían al locutorio oficial que estaba en la calle de Navarro Rodrigo, donde se formaban grandes colas cuando llegaban las fechas señaladas de la Navidad y las familias felicitaban a los allegados que estaban fuera con una llamada telefónica. Todavía quedaban muchos almerienses lejos: en Cataluña, en Francia, en Alemania. Las colas del locutorio pasaron a ser historia cuando a lo largo de la década se fueron instalando cabinas por todos los barrios y cuando las familias daban el paso crucial de poner un teléfono en la mesita del salón.



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