La calle de las tiendas de bicicletas

En la calle de Granada convivieron tres grandes comercios ciclistas

La calle de Granada en la esquina del chafán que hoy ocupa el edificio del bar Barea.
La calle de Granada en la esquina del chafán que hoy ocupa el edificio del bar Barea.
Eduardo de Vicente
20:11 • 17 jun. 2020 / actualizado a las 07:00 • 18 jun. 2020

La calle de Granada se ha ido renovando comercialmente, pero queda muy lejos del esplendor que tuvo hace unas décadas, cuando sus tiendas competían entre las mejores, cuando el lugar era la avenida principal por la que se entraba a la ciudad desde los caminos de Granada y de Murcia.



Tenía tantos negocios que sería imposible enumerarlos todos, pero sí al menos aquellos que dejaron su huella en muchos de nosotros. Los niños de entonces teníamos tres tiendas principales a lo largo del primer tramo que iba de la Puerta de Purchena hasta la Avenida de Vilches. Allí aparecían tres escenarios mágicos que nos hacían soñar con bicicletas inalcanzables: las casas de Mateos y ciclos López y el bazar de la familia Gutiérrez donde en medio de la solemnidad de las máquinas de coser Alfa uno podía encontrarse con espléndidas bicicletas que brillaban como astros y parecían mirarte a los ojos diciéndote: “Móntate”. 



La Casa Gutiérrez fue la última que cerró, la que aguantó el estirón de la modernidad sin apenas cambiar su aspecto de tienda antigua, la que ya tenía en los tiempos de nuestros padres. En los años de la posguerra fue una tienda taller regentada por los hermanos Joaquín y Andrés Gutiérrez, un  lugar muy visitado por los muchachos de la época porque era donde se vendían los balones de  cuero que entonces se llamaban de reglamento, y un negocio de referencia para las jóvenes que aprendían a coser y soñaban con comprarse algunas de las populares máquinas ‘Alfa’ que el establecimiento tenía en exclusiva.  



En 1955, la Casa Gutiérrez dio a conocer al público almeriense la motocicleta Mobylette, que empezaba a causar furor en España. Aunque la patente era francesa, la moto se fabricaba en Eibar por la marca G.A.C (Gárate Anitua y Compañía) y tenía la ventaja, con respecto a otros ciclomotores, que no necesitaba matrícula para circular ni carnet de conducir. “Económica, sencilla y tranquila”, decía la publicidad.  “Llegue a la hora y cómodamente”, anunciaba la prensa, destacando la movilidad especial del vehículo, al ser de poco peso y alcanzar una velocidad de 45 km/h. Desde su salida al mercado, la Mobylette fue una moto obrera, utilizada mucho por los practicantes de la época y más tarde por tenderos, recaderos y hasta por los afiladores que iban por los barrios con los instrumentos de trabajo instalados en la parte trasera. La Casa Gutiérrez trajo ese mismo año las bicicletas G.A.C., que venían a ser las hermanas pobres de las BH, y un año después, en 1956, fue el concesionario oficial de la moto Lambretta, que junto a la Vespa se convirtió en un icono de la juventud de los años cincuenta y sesenta. 



Los que vinimos después íbamos a la calle de Granada a mirar los escaparates de las tres grandes tiendas de bicicletas. En la Navidad de 1968, en la que vimos por la tele el anuncio de la bicicleta plegable, íbamos en procesión a ver los escaparates de la Casa Ciclista Mateos, donde se mostraban las BH relucientes, recién sacadas de la fábrica y adornadas con aquel eslogan que decía: “El mejor regalo de Reyes, la bicicleta para todas las edades. La bicicleta que crece”.  



También nos gustaban las bicicletas plegables de la marca Orbea que ese mismo invierno había traído a Almería la Casa Ciclista López. Solía ocurrir entonces, entre las familias de la clase media, que si el presupuesto de los Reyes se quedaba corto, el regalo de la bicicleta se dejaba para el verano, siempre con la condición de que el niño trajera buenas notas.



La calle de Granada tuvo en su nómina comercial otros grandes negocios que están en la memoria colectiva de los almerienses. Quién no fue alguna vez a los almacenes de La Llave o se paró a disfrutar del olor a colonia que salía de la droguería de Soriano. Fue la calle de la histórica fábrica de caramelos La Sagrada Familia, que quemaron en la guerra, de la droguería de la familia Bustos, del hombre de las lápidas y de la armería de Bernabéu.  Fue la calle de los radiadores de Marín, de los helados de Valencia, de la alpargatería de Bravo y de la bodega La Oficina donde se reunían los hombres cuando salían del trabajo.



En la calle de Granada estuvo el almacén de aceite de la familia del célebre maestro particular don José el aceitero, la agencia de transportes El Triunfo, la tienda de Curtidos Ruiz  y en el último tramo, donde paraban los entierros, casi pegados al badén de la Rambla, el recordado bar de la Gloria y una panadería que llevaba el mismo nombre. 


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