La Navidad debajo de una manta

Duermen en la calle de verdad, sin el cobijo de un humilde portal

Imagen de uno de los sin hogar que pasa la Navidad en la calle.
Imagen de uno de los sin hogar que pasa la Navidad en la calle. La Voz
Eduardo de Vicente
07:00 • 29 dic. 2019

Bajo los soportales del edificio de la librería Pastoral, frente a la puerta de los Perdones de la Catedral, habita un hombre joven que al caer la noche instala su dormitorio sobre unos cuantos cartones. Fumando, aguarda con paciencia a que el ruido de la calle se vaya amortiguando para cerrar los ojos e intentar dormir. A pocos metros de distancia una pista de patinaje para niños y unos caballitos de feria con luces de colores nos cuentan la historia de una Navidad feliz. 



Enfrente del edificio municipal de la calle Juez, en uno de los bancos de piedra que adornan la falsa plaza, otro hombre sin techo se ha fabricado una cama. Una caja de cartón le sirve de  colchón para frenar la humedad que se hace insoportable. Envuelto en dos mantas se aisla del mundo, quieto como una estatua. Para saber si sigue respirando hay que acercarse unos metros: entonces se percibe el movimiento de los pies que no consiguen entrar en calor. Junto al banco tiene una botella de agua.



En la Plaza de Careaga, debajo de la cubierta de la antigua oficina de desempleo, un hombre de apariencia joven ha montado su casa. Rodeado de bolsas, donde va guardando sus enseres, pasa la noche sin importarle el frío. Lleva algún tiempo habitando ese mismo tranco al que regresa todos los días cuando empieza a caer la tarde. Mientras por las ventanas de los edificios de la plaza centellean las luces navideñas y se escuchan las voces familiares alrededor de la cena, el hombre sin techo se acomoda entre sus mantas viejas escuchando en un transistor uno de esos programas grabados que emiten las emisoras cuando no toca trabajar.



La ciudad, de noche, se llena de gente sin rumbo. Se les puede ver de madrugada, ocupando plazas y bancos. No son los pobres de antaño, pobres de herencia que paseaban su indigencia con hidalguía, pidiendo de puerta en puerta. Aquellos eran pobres con nombres y apellidos que ocupaban viejas casuchas allá por el camino del cementerio y bajaban una vez en semana para llevarse pan duro y ropa vieja. 



Cada época tiene sus pobres, como también tiene sus ricos, sus modas y sus vicios. Los de ahora no piden, ni limosna ni trabajo. Como mucho buscan bolsas de plástico para abrigarse y cartones secos con los que fabricarse un colchón. Son pobres estáticos, como un elemento más del paisaje.



Inexpresivos, como si una pena o tal vez el frío de tanta madrugada les hubiera dejado indiferentes de por vida. Pobres sin otro proyecto que lo inmediato, que olvidaron la historia de lo que un día fueron y renunciaron a cualquier sueño, viendo pasar la vida por delante, sentados en cualquier banco de cualquier plaza. Algunos tienen su pequeña paga que les dejó una enfermedad y van sobreviviendo entre cartón de vino, tabaco y la compañía de un perro.





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