El milagroso Zotal que lo curaba todo

En el año 1901 salió al mercado el Zotal, un invento con poderes desinfectantes y medicinales

La Droguería de José Toro fue uno de los grandes comercios de la ciudad, sobreviviendo durante más de un siglo en la calle del Santo Cristo.
La Droguería de José Toro fue uno de los grandes comercios de la ciudad, sobreviviendo durante más de un siglo en la calle del Santo Cristo. La Voz
Eduardo D. Vicente
21:12 • 09 jul. 2018

Bajando por la acera del bar Casa Puga, haciendo esquina con la calle Emilio Ferrera, aparecía la muy antigua droguería de Toro, que tanto prestigio dio al barrio durante más de un siglo de existencia. A mí me gustaba entrar en aquel comercio cargado con la esencia de los años y disfrutar de sus estanterías de madera donde lo mismo te encontrabas con una brocha, con un bote de aguarrás, con una lata de esmalte que con un juego de acuarelas de los que tanto nos atraían a los niños a la hora de pintar. Había lienzos, caballetes y un profundo olor a pintura que invitaba a pasar.




En sus comienzos, allá por los primeros años del siglo veinte, cuando su joven propietario, José Toro García, bautizó el establecimiento con el nombre ‘Pinturas la Barcelonesa’, aquel escenario olía, por encima de otros aromas, al Zotal, el producto que acababa de salir al mercado con la vitola del gran invento del nuevo siglo.
Los dos drogueros más célebres de la ciudad en aquellos tiempos, José Toro y Eugenio de Bustos, llenaron sus almacenes de bidones de Zotal cuando el producto fue recibido como el bálsamo de Fierabras que todo lo curaba. Cuando apareció, el Zotal se utilizaba como desifentactante, como insecticida y como desodorante. No solo se recomendaba para acabar con los chinches, las pulgas y los piojos, donde había demostrado una gran efectividad, sino que también se vendía como terapia para curar enfermedades de la piel como la sarna, el herpes  y las úlceras malignas. El Zotal se usaba con los perros, con las plantas y estaba recomendado para las personas con la piel lastimada. Había muchos pacientes que se curaron las heridas conel Zotal y otros que salieron escaldados del invento. Es verdad que el Zotal era un gran desinfectante y que sus resultados eran excelentes cuando se utilizaba contra los insectos y los parásitos, pero se dieron muchos casos de personas que lo utilizaron como medicina creyendo que el milagroso producto lo curaba todo como pregonaba en su publicidad.




La droguería del señor Toro fue también, desde sus inicios, un almacén de productos químicos donde se podían comprar todos los relacionados con la pintura y los que se usaban en los laboratorios de fotografía, que en esa época empezaron a ponerse de moda.  La droguería era entonces una de las más prestigiosas de la ciudad. Elaboraba también productos de farmacia entre los que se encontraba un líquido para el pelo conocido como ‘Vigor del doctor Ayer’, que se vendía como un remedio infalible para evitar las caspa, las canas y devolver al cabello su primitivo color. La demanda era tan importante que les llegaban pedidos de los pueblos. En la capital eran las mujeres de la alta burguesía las principales consumidoras del quita canas. En su estrategia comercial, Toro tuvo siempre muy presente la publicidad de su negocio, promocionándolo con espléndidos carteles y con regalos que siempre sorprendían a su clientela. Eran muy demandados los abanicos de cartón que sacaba en verano y los maniquís de cartón piedra que colocaba en la puerta del establecimiento promocionando alguno de los productos de moda.




En aquellos tiempos, la calle del Santo Cristo estaba en el corazón comercial de la ciudad, al lado de la calle de las Tiendas que aún conservaba ese aire de zoco musulmán que tuvo hasta hace medio siglo. Junto  a la droguería, donde durante décadas estuvo la sastrería de Serrano, estaba el almacén del cacao Guayaquil, que se importaba desde Ecuador para los más finos paladares y los bolsillos más pudientes. El paquete se vendía a 25 reales, que era un lujo para la época.




En la esquina, coincidiendo con el actual ‘Casa Puga’, estaba el estudio del pianista don Antonio Campos, que enseñaba solfeo y piano a las señoritas pudientes de la sociedad almeriense. La mayoría eran hijas de importantes comerciantes y empresarios que se habían enriquecido con la minería. Las que podían pagarlo, recibían las clases particulares en sus propios domicilios. El único requisito que el profesor ponía era que tuvieran piano propio.




La droguería se mantuvo como una de las más relevantes de Almería cuando en los años de la posguerra cambió de propietario. Antonio Toro Sánchez siguió los pasos de su padre y continuó con el negocio familiar. En este época fue cuando se especializó en pinturas y lienzos para artistas, además de potenciar el laboratorio. Eran clientes habituales el pintor Jesús de Perceval y el abuelo de Dionio Godoy. Perceval se pasaba horas de tertulia en la trastienda.




A pesar de los años, y de que esa zona de la ciudad fue perdiendo atractivo, la droguería siguió abierta hasta hace unos años, manteniendo intacto el atractivo de los viejos comercios, en los que el tiempo parecía detenido en las estanterías. Su último dueño, Antonio Toro Rodríguez, pertenecía a la tercera generación de  propietarios de la misma familia. Como antes hicieron su abuelo y su padre, estuvo toda la vida metido entre las cuatro paredes del local. Las ventas ya no eran tan importantes, pero la droguería siguió abierta hasta unos meses después de morir su dueño.




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