Los pisos del gran patio de la Chanca

Las viviendas que hoy están apuntaladas llevaron el progreso al barrio en los años cincuenta

Eduardo D. Vicente
15:00 • 01 feb. 2017

Entre el llano de San Roque y el corazón del barrio de la Chanca, pegados a la antigua rambla de Maromeros, los llamados pisos del patio se vienen abajo. Más de sesenta años después de su construcción, aquellos bloques que en su día representaban la modernidad y el progreso, empiezan a desmoronarse víctimas del abandono y del paso del tiempo. Su historia comenzó en la década de los cincuenta, cuando se hicieron realidad las llamadas ‘Viviendas de La Chanca’, 108 viviendas construidas por Regiones Devastadas junto a la Rambla de Maromeros, entre las calles Estrella Polar, Las Algas y Linares. 

Aquellos bloques tenían como característica diferenciadora con respecto a otras viviendas sociales levantadas en Almería, el gran patio central sobre el que se distribuían las casas. Un patio enorme a modo de corrala que no tardó en convertirse en la esencia del lugar en un tiempo donde la gente estaba acostumbrada a hacer la vida en la calle. El patio tenía en el centro varias moreras y estaba dividido en dos alturas: el patio de arriba era el escenario de los juegos de los niños y el patio de abajo era para las niñas. Todos los años, en la víspera de San Antón, se levantaba una gran hoguera en el centro y allí se  quemaban, además de los malos espíritus, los muebles viejos que sobraban en las casas. 
El patio era el alma de aquellos bloques, era el lugar de recreo donde los niños jugaban sin los riesgos de la calle: las madres, desde las casas, podían estar pendientes de ellos para echarles un ojo de vez en cuando o compartían el patio con los niños en esos momentos en los que las mujeres se juntaban abajo a tomar el fresco mientras remendaban calzoncillos y calcetines. Todos los días llegaba el cartero con la correspondencia y pasaba el basurero avisando con su pito para que los vecinos bajaran con la basura para depositarla en su carromato.

Las Viviendas de la Chanca llegaron a ser un lujo en un barrio donde una parte importante de la población vivía en cuevas. Tenían amplias terrazas y ventanales, cuarto de baño con váter y plato de ducha y una pila de lavar, tres dormitorios y una cocina con despensa que fue aprovechada por muchas familias para colocar la primera lavadora. En su origen, las viviendas se proyectaron para que las familias más necesitadas del barrio abandonaran sus casas en mal estado y sus cuevas para que tuvieran un hogar digno. Esa fue la idea original, pero después, la realidad se escribió de forma diferente porque había que disponer de unos mínimos ingresos para poder afrontar la renta de aquellos pisos, que llegaron a tener tanta demanda que para  aspirar a vivir en ellos había que apuntarse en una lista de espera y en muchos casos, tener un buen enchufe. 

A comienzos de los años sesenta, eran pocas las familias de pescadores que disfrutaban aquellas viviendas sociales, que estaban habitadas en su mayoría  por una clase media incipiente. Allí vivía la familia del Guardia Civil Diego Martínez Cano; el Policía Armada Alfonso Ruiz Bustos con su mujer Anita y sus hijos Juan y Alfonso;  el músico Juan Manuel Bautista Ramos, que tenía el padre colocado en la Renfe; José Orellana García, que trabajaba en Briséis y que llegó a ser uno de los personajes más conocidos del barrio porque en sus horas libres se dedicaba a montar antenas de televisión y fue uno de los primeros que tuvo tele en aquella manzana. 

También eran vecinos del patio Joaquín Méndez Asensio, que era  empleado de Obras Públicas; José Yétor Cañadas, un deportista de vocación; Juan Checa Hernández, que tenía una tienda de ultramarinos en los soportales que daban a la Rambla de Maromeros, y un policía apellidado Camacho, que pasó a la historia del patio por una anécdota curiosa. Una tarde, cuando el funcionario del orden regresaba a su casa, se encontró a pocos metros de la entrada a un gitano haciendo sus necesidades entre las piedras de la Avenida del Mar que estaba en construcción. “¿Qué hace usted ahí?”, le preguntó el policía, y el gitano, ante la evidencia que delataban su postura y sus pantalones bajados, no tuvo otra salida que decirle la verdad: “Cagando”. El policía se apartó, esperó a que terminara y en ese momento se  puso delante y le dijo: “Ahora coja usted su mierda, se la mete en el bolsillo y se la lleva a su casa, que aquí no la queremos”.
 







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