Diego Morata: “Si no existiera el riesgo de muerte la fiesta de los toros se acabaría”

El doctor asegura que “sería imposible para un cirujano taurino ejercer bien nuestro oficio sin amar profundamente los toros”

Diego Morata, cirujano de la plaza de toros.
Diego Morata, cirujano de la plaza de toros.
Eduardo D. Vicente
11:54 • 25 jul. 2016

La fiesta se nutre de pequeños dramas con sus miedos, sus supersticiones y sus fobias. Hay un miedo compartido, ceremonial, que se puede tocar con la yema de los dedos porque ronda por los tendidos como un testigo mudo e inexpugnable. Está siempre ahí, acechando detrás de cualquier lance, resguardado entre los instantes de silencio y el sonido que deja el toro al rozar el capote. Quizá, cada plaza tenga sus propios miedos que se conservan como en un eco de años, comprimido junto a las emociones que generaciones de aficionados han ido acumulando en el ambiente. Puede que sea el dios del lugar, omnipresente como un hierro que va marcando la identidad de cada plaza.




Se palpa en el aire, su presencia es una mezcla de miedo individual y euforia colectiva. En el fondo de todas las fiestas se esconden siempre pequeñas tragedias.




Un rosario de miedos




Cada uno de los actores que hacen posible este gran teatro lleva un rosario de miedos en el bolsillo mezclado con un puñado de ilusiones. Donde más se siente el miedo es en el patio que lleva a la enfermería y a la capilla. En esos momentos los toreros necesitan creer en algo más que en sus facultades porque ni la técnica ni siquiera la valentía parecen suficientes cuando la vida está en juego.




La fe no es más que una sobredosis de adrenalina espiritual para afrontar los momentos más complicados que te va dejando la vida. En ese patio de camino a la capilla se cruzan las supersticiones con la ciencia. El torero, cuando acaba de hablar con Dios, necesita mirar los ojos del médico y escuchar su voz. 




Un ángel de la guarda




El cirujano es un ángel de la guarda acostumbrado a merodear por los callejones de la muerte y a mirar para otro lado cuando el miedo ronda su puerta.




“Nosotros vemos la corrida de una manera distinta a la de cualquier aficionado que esté tranquilamente sentado en su sitio. El miedo lo transformamos en temor y el temor en una sensación de responsabilidad que nos permite poder actuar con mucha serenidad y gran decisión”, me cuenta Diego Morata Artés, responsable del servicio quirúrgico de la plaza de toros de Almería.


En los últimos días, la muerte ha vuelto a asomar por el mundo de los toros. La imagen del joven diestro Víctor Barrio, perdiendo la vida segundo a segundo mientras era conducido en brazos a la enfermería de la plaza de Teruel, ha golpeado con fuerza a todo el universo taurino. 


El torero acepta el reto


“Fue una cornada brutal, mortal de necesidad. El pitón le entró a placer porque el torero estaba apoyado en el suelo sobre un plano duro, lo que permitió que la cornada penetrara veinte o veinticinco centímetros llevándose por delante la aorta y el pulmón. Si llega a estar de pie, lo más seguro es que el torero hubiera salido despedido”, comenta el cirujano.


Uno de los locutores que estaban retransmitiendo el momento de la cogida, dijo en directo que cuando se sacaban a Víctor Barrio del ruedo llevaba en los ojos la huella de la muerte.


¿Se pude intuir la muerte en la mirada? “Hay un momento en que cuando a alguien se le va la vida la mirada se pierde, como si ya no estuviera presente: las pupilas se dilatan y el brillo se aleja de los ojos. Esa mirada a ninguna parte es seguramente lo que hizo temer lo peor al comentario de la radio”, explica el doctor.


¿No sé podrían prevenir estas tragedias con algún tipo de protección en el traje de luces que frenara la fuerza de la cornada? “Si no existiera el riesgo de muerte la fiesta moriría. El torero acepta desde que empieza que cada tarde se va a jugar la vida y va a bailar con la muerte y así lo entiende también la gente”.


¿Y cómo puede aguantar esa presión? “Con el valor y con el desprecio a la muerte. La afición, el ser torero, sentir esos momentos de arte con el público compartiéndolo les lleva a un estado de placer y euforia que les hace olvidarse de la fatalidad”.


El médico, sin embargo, siempre la tiene presente y a veces la intuye. “Es verdad. No podemos cerrar los  ojos a la realidad y es difícil encontrarse con una corrida donde no hayan sucedido varios lances en los que se haya rozado la tragedia. Yo he tenido siempre por costumbre tener en el burladero un papel y un bolígrafo para ir apuntando con una raya todas las veces que se da una situación de gran peligro, y casi siempre al terminar, tenía anotadas cinco o seis rayas”, explica el doctor.


La inmediatez


El trabajo del cirujano es como el de los médicos de trinchera. Tienen que actuar de inmediato,   sin pruebas ni análisis previos, sin margen de error. “Es un oficio complicado que sería impensable si nosotros no lleváramos dentro también un torero. Yo no sabría decir si soy un aficionado con conocimientos médicos o un médico que ama profundamente los toros”.


¿Qué se la pasa por la cabeza cuando se encuentra con un torero malherido en el quirófano y el tiempo jugando en contra? “Sólo pienso en salvar una vida y esa seguridad te da fuerzas y te ayuda a que las manos se serenen”. 
En esos segundos iniciales, con el torero consciente antes de la anestesia, ¿se inicia algún tipo de comunicación entre el herido y el médico?


“Claro. Antes de intervenirlo, mientras lo van desnudando, me gusta animarlos, subirles la moral, decirles lo bien que lo estaban haciendo, hablarle de la certeza de la próxima corrida. Una cornada es la puerta por donde se le puede escapar la vida al torero, pero a la vez se abre otra puerta que la tiene el torero en sus manos, y pasa por esa fe ciega que tienen en seguir ejerciendo su oficio y recuperarse cuanto antes. Ese punto psicológico es fundamental”, asegura Diego Morata. 


Preparación psicológica


¿Esto tiene mucho que ver con esa frase tan recurrida que dice que los toreros están hechos con otra pasta? “Si. Esa diferencia no sólo está en que son jóvenes y están bien preparados físicamente, sino también en la mentalidad de toreros, que les permite olvidar una cornada dos días después, como si de repente se hubieran quedado sin memoria. Un torero herido está preparado psicológicamente porque tiene una meta muy definida que es triunfar y no permite que nada se interponga, a veces ni siquiera la muerte”.



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