Mariano Rajoy: de perfil

José Ramón Martínez
01:00 • 02 dic. 2015

En medio de la mayor zozobra social inimaginable que vivía este país desde tiempos remotos, llega Mariano Rajoy al poder en 2011. Su carrera política se había proyectado a la sombra de Aznar, algunos llegaron a decir que era el aznarismo con rostro humano. Pero desvincularse de su tutor le iba a costar, sangre, sudor y lagrimas. 
Su mandato como nuevo líder de los populares comienza con una derrota electoral y con un partido incapaz de analizar críticamente lo sucedido, al mismo tiempo tuvo que aguantar que parte de sus compañeros intrigarán contra él. En estas circunstancias, es normal que estuviera tentado en abandonar la política. 


Sin carisma Se le recuerda su llegada a Madrid en 1990, con 35 años, procedente de su Galicia natal para incorporarse el equipo de Aznar, por influencia directa de Manuel Fraga. Su primera aparición pública fue en un programa de La Clave de TVE rodeado de catedráticos y analistas políticos. Aquella noche acaparó la palabra con cierta visceralidad, con falta de “finezza”, y pocos argumentos. Rajoy ya avanzaba que el nuevo PP venía a por todas, con tal de convertirse en alternativa de gobierno, aunque fuera a empujones. 
Si bien es evidente, sea por influencia familiar, su abuelo era poco partidario de los discursos sin mucha sustancia, o por su falta de carisma, el caso es que Rajoy no es un hombre que se deje deslumbrar por las cámaras, ni parece amigo de grandes titulares. A diferencia de sus antecesores en el cargo, apuesta por una exposición pública mínima, como si quisiera pasar inadvertido. 
Sus críticos le reprochan su falta de visión de Estado, de ser más escapista que estadista, mientras para otros es el líder ideal para un tiempo postideológico y el mal menor de la política. En un Madrid de ruidos y prisas, su retranca provinciana, dicen los que lo conocen, lo convierte en inigualable gestor de los tiempos y en un superviviente. 
Eso sí, a pesar de todo, Rajoy no parece perder la compostura, ni con el presidente catalán tratando de dinamitar la marca España ni con una crisis que no se le ve fondo ni con un partido agotado y sin ideas. Algunos se lo imaginan disfrutando de una buena etapa de ciclismo o comiendo en el Jokey y fumándose un buen habano a los que es tan aficionado. 


Inmovilismo No parece, por tanto, un líder interesado en pasar a los libros de historia. Por el contrario, da la impresión de ser el político español menos influenciado por el idealismo redentor de algunos de sus colegas. Sin embargo, las críticas políticas hacia su figura son cada vez más furibundas, aunque no llegan todavía a los niveles de sus antecesores Zapatero y Aznar. 
Las encuestas no dejan lugar a dudas. Sus electores y militantes reniegan de su liderazgo y entre los votantes jóvenes y de mediana edad aparece el último en las preferencias. Desde luego, no extraña que ante la arteriosclerosis ideológica y de renovación que sufre su partido pueda ser fagocitado por un centrismo moderno y liberal como el representado por Ciudadanos. Mientras tanto, el sigue refugiado en el discurso de la inestabilidad o el miedo como argumento a las críticas sobre su inmovilismo y falta de ideas.
Algunos se preguntan, necesitados como estamos de ilusión, si será el líder para estos tiempos convulsos, el revulsivo necesario para la regeneración democrática que el país necesita. Otros, por el contrario, consideran que su inmovilismo e inacción ante asuntos graves enconará más los problemas. De momento, Mariano Rajoy sigue de perfil, y ni está ni se le espera.







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