El señor de las gambas

“Debemos de disociar. Aunque sería dificil imaginarlos comiéndose unas humildes lentejas”

Pedro García Cazorla
01:00 • 12 may. 2014

La publicación en los principales medios de Almería y también nacionales  de las fotografías de esa mariscada pantagruélica y algo hortera que celebraron en París el ex alcalde de El Ejido, el interventor municipal y un ex presidente de la Diputación, crea una asociación o binomio injusto: corrupción-gambas o corrupción es  igual a muchas gambas. El crustáceo debería de librarse de esa pareja desvergonzada y sucia para reivindicar su inocencia, no creo que la exquisitez de su carne y ese sabor a mediterráneo que se obtiene de la absorción de sus cabezas, equivalga a la adicción que generan algunas drogas potentes que abocan a los hombres a cometer un crimen  para procurarse su consumo.


Debemos de disociar. Aunque sería difícil imaginar a estos personajes celebraran sus audacias o tropelías financieras comiéndose unas humildes lentejas o un arroz con kétchup, de hacerlo tendrían entres sus manos una prueba de honradez culinaria de la que ahora carecen. Las gambas y las langostas, son algo así como las huellas dactilares en el lugar del asesinato, el crustáceo tiene antecedentes penales y su rastro no conduce a las aguas cristalinas de un mar que conoció a las sirenas de Ulises, va derecho a la ciénaga de la codicia y al fango de los abusos. 


Curiosa facultad de los hombres, que no solo son capaces de extinguir las especies sobre la faz de la tierra, puede llegar incluso a deshonrarlas. Y en otro orden de cosas, no se me antoja dentro de mis depauperados conocimientos gastronómicos que sea París el lugar más idóneo para una mariscada, quizá una isla griega dejarían en nuestras retinas algo de naturalidad por eso de los frutos de la tierra, pero irse a comer mariscos a París es como almorzar en Coruña con un cocido madrileño, una extravagancia, que los ha delatado y ha devuelto un caso  demasiado olvidado a la actualidad. El Caso Poniente es una trama urdida para poder comer gambas en París,  bacalao en Frankfurt y paella en Helsinki llegado el caso. ¿Quién iba a decirle a estos exploradores de las rutas más absurdas de la cocina mundial, que acabarían probando el rancho de la cárcel? 




Espero que tengan más paladar que vergüenza y no pierdan ese regusto soso y tristón que deja en la lengua el menú penitenciario y que no se vayan absueltos a tomar champagne francés a un cortijo de Almería.






Temas relacionados

para ti

en destaque