El frío en el cuerpo

Juan Manuel Gil
01:00 • 20 nov. 2013

Soy amigo de Manu Muñoz. Me declaro paisano de su ideario. Fuimos delegado y subdelegado de clase. De aquellos días nos queda una gran amistad y un sueldo vitalicio. En la actualidad compartimos cuenta en Spotify, nunca utilizamos chándal –salvo que estemos griposos- y nos van seriamente las huevas de jibia del Bar Bonillo. Lo que para él es un gol legal para mí es un fuera de juego clamoroso o un penalti y expulsión. Nunca pedimos el mismo plato combinado por temor a compartir una gastroenteritis o un poema de amor desesperado. Nos relaja pronunciar palabras esdrújulas: místico, cósmico, térmico. Creemos en Maradona. Grande, Diego. Creemos en los papeles de Bárcenas. Grande, Luis. No nos queda bien la ropa de Decathlon y una noche, volviendo a casa, vimos la pantera de Castala. Soy amigo de Manu Muñoz. Conozco su dirección. Es pintor y tiene el estudio de trabajo muy cerca de casa. Quizá a tres o cuatro calles de cualquier lugar del mundo. Y allí, en el centro de aquel espacio, todo cuanto sospecháis: tubos de pintura, bastidores, lienzos, fotografías, dibujos, recortes, mapas, tropiezos, extravíos, semillas, dolores, cuerpos y nombres. Todo en imperfecto orden cósmico, místico y térmico, ya saben. Siempre he pensado que pinta para mostrar atajos que él aún no sabe cómo tomar. Pero nunca me ha dicho nada. Se limita a mirar sus cuadros con ojos de pájaro de cetrería y, como una resaca lenta, empieza a alejarse de ellos hasta que olvida que una vez los pintó. Esto tampoco me lo ha dicho él. Supongo que es así. Y también supongo que eso es The Flight, su inminente exposición (29 de noviembre, AM Gallery). Una explicación, un discurso, una historia verdadera. Un lingotazo de luz. No sé si habéis tenido oportunidad de ver sus últimos cuadros. Me parecen puro misterio. Creo adivinar en muchos de ellos esa cicatriz que cose la poesía a la narrativa, la realidad a la ensoñación. La obra de Manu Muñoz me pone en luminosa alerta. Entraña esa dosis de amenaza que le pido a toda expresión artística: la inminencia del cambio, de la revelación, de lo que está a punto de ser contado por última vez. He mirado sus nuevos cuadros como quien tiene la certeza de que, a estas alturas, gritar vale de bien poco. Nadie nos va a escuchar en mitad de la nada. Así que frente a ellos he tomado todas las direcciones que he encontrado: he buscado el sur, he atravesado jardines y campos de batalla, he volado más allá de las luces y he despertado en mitad del abandono después de la fiesta más larga. Manu Muñoz vuelve a exponer en nuestra ciudad siete años después de meternos el frío en el cuerpo. Vuelve para quedarse dentro. Ahora es nuestro turno. 







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