Once guardias civiles cobardes no dejaron morir en paz a una madre de Pechina

Carta del director

Imagen de archivo del acto de reconocimiento de las víctimas del Caso Almería.
Imagen de archivo del acto de reconocimiento de las víctimas del Caso Almería.
Pedro Manuel de La Cruz
18:13 • 16 sept. 2023

María Morales ha dicho adiós a la vida con la pena clavada en el alma y el espanto en los ojos heridos por el torrente infinito de las lágrimas inconsolables que le brotaron en el espanto de aquella mañana maldita del 10 de mayo de 1981. La madre de Juan Mañas Morales, el chico de Pechina que junto a Luis Cobo y Luis Montero, fue masacrado, acribillado a balazos y abrasado con gasolina hasta quedar convertido en un esqueleto carbonizado se ha ido con la infinita amargura de no saber por qué un grupo de guardias civiles acabaron con la vida de tres inocentes. Ninguno de los once agentes que participaron en la caravana de la muerte ha tenido la valentía de decir la verdad. Once cobardes incapaces de desvelar la barbarie y que, con su cobardía, lo único que están mancillando es el honor de un cuerpo que tiene esta divisa por bandera.



La vileza y la impiedad es tan abrumadora que ni uno solo de los once, ni uno solo, ha tenido la valentía de auxiliar a María Morales en casi cuarenta y dos años de devastación emocional irremediable.



El único consuelo ante tanta devastación inconsolable lo vivió el 20 de enero pasado cuando la entonces directora general de la Guardia Civil le pidió perdón en nombre del Estado. España es un país ingrato. Siempre lo ha sido. Un país que ha tardado más 41 años, siete meses y veinte días en pedir perdón por tres crímenes de cuya autoría nadie dudó desde la madrugada en que se cometieron insulta la inteligencia y abochorna la decencia. Los gobiernos de Suárez, Felipe González, Aznar, Zapatero y Rajoy siempre miraron para otro lado cuando alguien les mostraba su indecencia ante el olvido. Pedro Sánchez no continuó tan bochornosa indolencia y justo es reconocérselo. 



La biografía me ha hecho vivir motivos por lo que sentir el orgullo de pertenencia a esta provincia. Han sido muchas las razones para la admiración por todo lo que han hecho los almerienses en estos últimos cuarenta años. Pero la luminosidad de lo alcanzado no podrá olvidar el bochorno que sentí cuando, pocos meses después de los tres asesinatos y en un desfile militar celebrado por las calles de la capital, la representación más aplaudida fue la de la Guardia Civil. Desconozco si entre los que componían aquella representación se encontraba alguno de los integrantes de la caravana de la muerte- siempre he querido pensar que ningún mando se hubiera atrevido a esa ignominia-, pero lo que nunca he dejado de pensar es que, a aquel grupo de enfervorizados aplaudidores, lo que les impulsaba no era su respeto por un cuerpo admirable que tanto sacrificio estaba aportando a la consolidación de la democracia, sino la obcecada convicción en defender que la verdad de lo que había ocurrido en la comandancia, en el cuartel de Guardias Viejas y en la carretera de Gérgal era un invento de los medios de comunicación alentados, como siempre, por los enemigos de la patria.



El tiempo pasa y los agentes que conocen lo que ocurrió aquella noche de espanto cada vez son menos. No albergo ninguna razón para esperar que al menos algunos de los que aún viven tenga la decencia y la piedad de contar de verdad lo que sucedió. Aquella noche negra es una sombra que nunca podrá borrar el indecente silencio de los que podrían contar lo sucedido. El calendario ha alojado en la prescripción las responsabilidades penales de los que integraron aquella caravana de horror. Pero son muchos los interrogantes que quedan aún por desvelar porque los culpables no solo fueron los que de una forma u otra participaron en los hechos; también quienes sus despachos laureados en Granada y Madrid no tuvieron la valentía ni el coraje de poner coto a aquella locura.



La muerte de los etarras Lasa y Zabala acabó con un ministro, un subsecretario y con el general que más comandos de asesinos etarras había desarticulado encarcelados durante años. Los asesinos de tres jóvenes inocentes recibieron el apoyo del cuerpo al que pertenecían y el cobijo de quienes los dirigían. Nunca llegaré a entenderlo. Como nunca podrá descansar en su tumba de Pechina María Morales hasta que un valiente rompa con la cobardía de estos cuarenta y dos años y cuente la verdad.  





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