Entre la envidia y la impotencia

Antonio Felipe Rubio
00:43 • 04 oct. 2019 / actualizado a las 07:00 • 04 oct. 2019

Almería tiene la propiedad de pasar, en cuestión de segundos, desde la patética desolación a la desaforada ilusión. No se conoce mayor, multitudinaria y ferviente movilización local que la que sacó al todo Almería en junio de 1976 al quedar el equipo de futbol al margen de la promoción a Segunda; ya saben, aquello de “Porta a la horca”. 


Imaginen por un momento que en aquella tarde de junio del 76 hubiese móviles, whatsApp, internet, redes sociales y medios de comunicación alentando y describiendo la insoportable afrenta (¡…!).


Ha sido -y sigue siendo- el futbol el gran motor social que todo lo puede. Pudo, incluso antes del “patriota Sánchez”, llenar las calles de banderas de España cuando en 2010 ganamos la Copa del Mundo en Sudáfrica. Aun padeciendo la presidencia del pánfilo ZP (“Alianza de Civilizaciones”; “Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlament”; “La Tierra no es de nadie, salvo del viento”…), algunos cambiaron la tricolor de la infame II República por la bandera española, pero todo fue un fugaz espejismo. Pasado el fragor patrio-futbolero, cada uno a lo suyo: los sindicalistas de las izquierdas con la republicana, la hoz y el martillo… y la española a ser de nuevo patrimonio de los “fachas”.



Si el futbol puede enardecer hasta esos extremos, es previsible que se haya podido presuntamente y fehacientemente (tal y tal y tal) esgrimirse como argumento de reconocimiento social e inestimable coadyuvante para alcanzar otras metas. Así, personajes que cinco minutos antes eran perfectos desconocidos, ahora son imprescindibles para el honor y gloria de una población que mantiene la respiración con su equipo en la zona de promoción. 


No voy a renegar de las ventajas y beneficios colaterales que conlleva tener al equipo en Primera. El problema es el empacho de exhibicionismo optimista que trasciende de lo meramente deportivo para insertarse en el capítulo de la esperanza de aquellos hitos históricos que nosotros mismos, con nuestros propios mecanismos, jamás fuimos capaces de alcanzar o concluir. 



Si el nuevo propietario de la UDA consigue llevar el equipo a la división de honor, poner un puerto deportivo en Retamar, un cinco estrellas en la capital… o rivalizar con el Burj Khalifa en El Toyo, ¡enhorabuena! Está en su derecho; es más, es su obligación siguiendo las directrices de los países productores de petróleo que prevén el agotamiento de sus reservas y, pasado el tiempo de los grifos de oro macizo, lanzan sus ingentes ingresos hacia oportunidades de negocio que residencian en inversiones urbanísticas, deportivas, lúdicas… y fundamentalmente en destinos turísticos que aún permiten acciones más audaces. 


Mi decepción viene al comprobar, una vez más, la incapacidad que hemos mostrado para hacer lo que teníamos que hacer, y cuando lo teníamos que hacer. No me enoja que venga un jeque a visualizar la obviedad en una tierra de enorme potencial; una tierra que desprecia, demora, pospone y hasta destruye grandes ideas y proyectos que nos habrían facilitado un mejor presente desde ese pasado tan sórdido, cuya sombra nos persigue infalible.



No hace falta comprar un equipo de futbol, ni ser jeque para advertir que las posibilidades de Almería se acrecentarían exponencialmente con las oportunas inversiones. Y no especifico si puerto deportivo en el corazón de la bahía, hotel de cinco estrellas… El problema es que hemos espantado, frustrado y boicoteado importantes iniciativas. Recuerden el espectáculo del PSOE mintiendo sobre un falso affaire que malparó el Palacio de Congresos y Exposiciones de Norman Foster; la oposición de la Junta socialista a un hotel diseñado por Álvaro Siza en Cabo de Gata; la oposición a un puerto deportivo en El Toyo 2005; trampas al Centro Comercial Gran Plaza… la lista es larga, sin incluir los retrasos en infraestructuras y servicios.


¡Abandonad toda esperanza! Nuestra particular comedia se circunscribe a agotar el residuo intelectual que va quedando en la irreductible defensa de los árboles de Plaza Vieja, polemizar con la ubicación del Pingurucho y recelar con cauciones preventivas de cualquiera que venga a proponer lo que nos resultó imposible realizar por la mezquindad de los mismos de turno.


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