Olvidos con Pedro Gilabert

José Luis Masegosa
14:00 • 15 oct. 2018

Dice la sucinta reseña biográfica que se ofrece  a los visitantes en un sencillo folleto divulgativo, editado en castellano e inglés, que Pedro Gilabert Gallegos nace y muere (1915-2008) en la pedanía de Los Huevanillas, en Arboleas (Almería). Viaja el texto a los primeros gateos en su aldea natal, donde después de una niñez vivida en el típico entorno rural andaluz de principìos del siglo XX, dos experiencias marcan su vida de manera definitiva: la guerra civil y la emigración, que lo llevó a Madrid, Gerona, Argentina y Francia. El domador de la madera olivera descubrió su capacidad creativa a los 63 años cuando, ya jubilado, comenzó a construir arados en miniatura, figuras y juguetes para sus nietos, un conjunto de trabajos a los que regaló policromía y que conforma el rincón dedicado a su primera etapa en el museo situado en la plaza a la que da nombre, al igual que al centro museístico, en su Arboleas originaria. Un museo que se abrió en febrero de 2004 “fruto del esfuerzo conjunto del Ayuntamiento de Arboleas, Diputación de Almería y Junta de Andalucía”,  cuyo objetivo primordial es la conservación y difusión de la obra de Pedro Gilabert y que forma parte de la Red Andaluza de Museos de la Administración andaluza y de Museos y Colecciones de España, del Ministerio de Cultura. 


El nombre del escultor, que ha dejado un valioso legado en su tierra y entre sus paisanos, ha llevado el logo almeriense de su pueblo a numerosos lugares de nuestro país, de Francia, Alemania y Argentina, entre otras naciones, donde el imaginario de su obra figura en distintas colecciones privadas. El museo alberga un conjunto de 143 esculturas representativas de los diferentes periodos creativos de “El tío Perico”. Este centro, uno de los dos grandes espacios museísticos existentes en la provincia, concretamente en la Comarca del Almanzora, además del nombre del artista, cuyo legado acoge, lleva consigo otro apelativo, el de Cristóbal García, alcalde arboleano, quien  no solo lo mantiene exclusivamente con fondos municipales, sino que lo pretende impulsar y revalorizar con una diversificación de la oferta cultural,  a pesar de  la frágil memoria de quienes han permitido que Pedro Gilabert engrosara la nómina de olvidos con almerienses ilustres. Ese injusto olvido, tan incrustado en la piel de nuestros pueblos y ciudades, pero, sobre todo, en la de la clase dirigente, tal vez haya despertado la conciencia de algunos y haya servido  de acicate para paliar la desmemoria con el maestro naif y el saldo de la histórica deuda lo haya conformado el reconocimiento que ha ofrecido recientemente el consistorio con la dedicación de cinco calles en Los Huevanillas, aldea natal del escultor, a otros tantos artistas y amigos de Gilabert: Luis Ramos, Rodrígo Valero, Juan Grima, y los poetas Domingo Nicolás y Julio Alfredo Egea.


No solo el nombre, sino alguna de las obras de Gilabert han sido víctimas de esa fragilidad de  memoria. Tal es el caso del impresionante y voluminoso Árbol de la Vida, que saluda al visitante en el acceso a su templo. Un canto a la vida y a la Creación con una prodigiosa conjunción de seres gilabertianos que alumbró el  artesano con recias raíces de un olivo arrancado de la Isla de la Cartuja cuando los preparativos de la Exposición del 92. La oportuna idea y la gestión de aprovechar el árbol sevillano para que las manos de Pedro Gilabert  dieran vida a su madera y una vez concluida la obra se trasladase a la Expo - donde debería haber quedado como aportación almeriense a tan magno acontecimiento - fue del entonces director general de Bienes Culturales de la Junta de Andalucía y hoy ministro de Cultura, José Guirao. El resplandor del Almanzora, como le definiera su amigo Julio Alfredo Egea, cumplió con su compromiso y realizó su Árbol de la Vida, por cuyo trabajo recibió la cantidad estipulada en su momento. La Expo se inauguró, se clausuró y, algunos años después, cuando el periodista Manuel Arroyo Durán y el fotógrafo Manuel Falces compartían un día de trabajo con el escultor, éste se interesó por el hecho de que  su laboriosa obra no se hubiera mostrado donde debía haber quedado depositada. Por fortuna para los arboleanos el encargo para la Expo se quedó más cerca del autor y, hoy, la escultura del ministro sorprende por su majestuosidad y originalidad a quienes visitan el Museo de Pedro Gilabert.







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