La yincana

`Seguimos pedaleando en la yincana imaginaria, para llegar otro año más a tiempo a la fiesta... ¡Viva San Indalecio, Viva Pechina!`

Antonio Álvarez
23:58 • 05 may. 2017

Que las fiestas no son lo que eran, y por ende el paisanaje que las puebla tampoco, es una evidencia que cae por su propio peso, como la manzana de Isaac Newton. Las fuerzas centrífugas flaquean, y las centrípetas se van dosificando, plátano en mano (por lo del potasio) que en plena pájara de esta carrera de fondo que es la vida nos hace remontar... Cuando éramos niños la llegada de las fiestas de Pechina, en mi caso con desplazamiento desde otra ciudad si era menester y por imperativo materno-emocional, era más que un círculo ansiado y encarnado en el calendario. Lo peor eran los años en que el tránsito y traqueteo para dos días era inviable. Eso sí, yo creo que en nuestro fuero interno, y desde la distancia, los quince de mayo la familia escuchábamos el cohete de la diana mañanera, aunque viviéramos a cientos de kilómetros de nuestro pueblo. Se ejerce de pechinero, si se quiere, mucho más cuando hay tierra de por medio. El que lo lleva lo sabe, y no hablo solo por mí, son muchísimos los paisanos (Manolo el de Marcos a la cabeza), que viviendo en Barcelona, Alemania, Suiza, etc., me confirman esa emoción compartida. 


Pues eso, llega mayo sin quererlo, comerlo, ni beberlo: las cruces, las comuniones,... Pasa la vida (“igual que pasa la corriente cuando el río busca el mar, yo camino diferente donde me quiera llevar”, que cantaban Pata Negra), pero un nuevo cohete está a punto de estallar en un fin de semana luminoso de partida, en el antaño jardín del bajo Andarax. Con los años los días previos, en mi caso, son los ilusionantes: el chispazo. Después se me desinfla el globo, soy un adicto a la nostalgia, lo reconozco: a lo que fue y no volverá a ser. Fíjense, antes la fiesta hasta tenía su punto de incorrección. Recuerdo con cariño dos actividades que a la chiquillería nos fascinaba: la carrera de cintas y la yincana (acabo de ver que en la RAE es la acepción que recomienda, de una palabra hindú: gymkhana, ¡ay este internet que todo lo sabe!). Las cintas eran bordadas por las niñas en el colegio, y después, lápiz en mano, bicicleta en posadera y en “la plaza” tratábamos, los más pintaos de anillarla y tirar de ella llenando de color el aire con aquel impulso. Lo de la Yincana era psicodélico. Un circuito con pruebas a realizar en el menor tiempo: con media luna de merengue a devorar, calada a cigarrillo y explosión de globo, mas las ocurrencias de turno. En fin, estamos ahora tan bombardeados de fiestas (jóvenes y mayores), que a veces me pregunto si por empacho no acabamos en la apatía y la rutina, yo deseo que no, pero... Que cambien los tiempos, pero no el latido. Seguimos pedaleando en la yincana imaginaria, para llegar otro año más a tiempo a la fiesta... ¡Viva San Indalecio, Viva Pechina! 







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