“No me he dedicado a acumular cosas, pero sí guardo experiencias de vida”

Entrevista a Ángela Artero, docente del Centro de Lenguas de la UAL y nieta de José Mª Artero

Artero lee ‘Liberar la imaginación’, junto a la Biblioteca Central, que lleva el nombre de su abuelo.
Artero lee ‘Liberar la imaginación’, junto a la Biblioteca Central, que lleva el nombre de su abuelo. Marta Rodríguez
Marta Rodríguez
07:00 • 20 feb. 2022

Ángela Artero (Almería, 1978) estudió Filología Inglesa, es profesora en el Centro de Lenguas de la Universidad y ha trabajado como gestora cultural y traductora de poesía. Hace cuatro años regresó a su tierra después de "acumular experiencias de vida" tras dos décadas recorriendo países como Ucrania, Polonia, Irlanda, Escocia y Estonia. La frase que mejor define su afán de aprender es de Chillida y viene a decir algo así como  “lo que sé hacer es seguro que ya lo he hecho, por eso siempre he de hacer lo que no sé hacer”. Un rasgo de su personalidad que tiene su raíz en su familia: una saga de docentes comprometidos con la cultura de apellido Artero.



¿Cómo fue crecer en la casa de los Artero?



La casa de mis abuelos era la casa por excelencia. Estaba llena de libros: había unos 8.000 volúmenes distribuidos a lo largo de un pasillo enorme con una estantería que diseñó mi abuelo y que recordaba a la celdilla de las colmenas. Recuerdo que cuando lo cruzábamos, algunos títulos nos daban miedo, por ejemplo ‘El lobo estepario’. El despacho era un lugar impresionante, con vistas a Alcazaba. Ahí estaban las diapositivas, más libros y su máquina de escribir, constantemente repiqueteando. Fue una infancia muy bonita en una casa donde me encantaba perderme. De mi abuela Ángela no se habla tanto, pero era una mujer muy culta que leía la prensa a diario, hacía yoga y cocinaba de lujo.



¿Y cómo recuerda a su abuelo, José María Artero?



Como a una persona muy cercana que se interesaba por mí. Se murió cuando yo tenía trece años y le hizo mucha ilusión que los cumpliera, porque él a esa edad había empezado a sentirse adulto. Nunca olvidaré el primer día que me llevó al colegio: nos acabábamos de mudar desde Extremadura y desayunamos y salimos súper puntuales. Me encantó que me acompañara a la puerta.



¿Qué significa para usted pasar a diario por la biblioteca que lleva su nombre?



Que eligieran su nombre fue justicia poética y un orgullo. Nadie se lo merecía más que él, que dedicó toda su vida a los libros y Almería; esas eran sus pasiones. Me da mucha alegría que la biblioteca esté ahí y que la gente sepa de él.



Se define como una docente de lenguas vocacional. ¿Cómo lo descubrió?

Creo que tomé conciencia de lo que era una escuela por un regalo que me hizo mi abuela. Era un juguete de Playskool, que se abría y tenía letras que se pegaban en el techo. Así aprendí a leer. Luego me influyeron mucho dos de mis tías, que son filólogas inglesas. Además, por parte de madre tengo orígenes de los Balcanes. De ahí mi fascinación por los países del este. 


Ha vivido en Ucrania, ¿qué tal la experiencia? 

Viajar a Ucrania es un viaje en el tiempo. Recuerdo que durante mi primer día allí me pasé horas buscando la palabra 'lavadora' en el diccionario y luego resultó que al menos entonces no tenían. Tampoco había teléfonos móviles, por lo que tenía que ir a una especie de locutorio donde me llamaban una vez en semana. 


¿Cómo está viviendo la crisis de allí?

El país está muy dividido, hay una parte pro rusa y otra más europea y esa diferencia se ha ido acentuando con los años. Lo que está pasando pinta muy mal, pero me parece increíble que en el siglo XXI todavía estemos resolviendo todo a garrotazos, que no hayamos aprendido nada de la Historia. Se supone que estamos en la era de la comunicación. Hace poco estuve escuchando a Pascual Ortuño, un juez experto en mediación de conflictos, y realmente me parece que es la asignatura pendiente en la familia, en la escuela y en la política nacional e internacional. 


Aparte de su lengua materna, habla inglés, ruso y un poco de estonio y de polaco, ¿qué supone aprender una lengua?

(Risas). En realidad no tanto, porque las lenguas son muy ingratas, si no les prestas atención, se olvidan. El ruso me gusta porque, al igual que pasa con el español, se pronuncia igual que se escribe. A mí me fascina aprender distintas lenguas, porque es también aprender sus culturas, y enseñar mi lengua, aprendiendo de ello y manteniendo esa chispa. 


¿Cómo la ha cambiado vivir en otros países?

Podemos decir que esa es mi riqueza; no me he dedicado a acumular cosas, pero sí experiencias de vida. Aquí todo es ‘tanto tienes, tanto vales’ y lo cierto es que yo podía llevar años trabajando en un único lugar, en cambio, he pasado veinte años trabajando de aquí para allá: Irlanda, Escocia, Estonia... Vivir en otro país es como si no fuera tu vida definitiva, por lo que estás probando una y otra vez, y eso es muy reconfortante. Pero claro, llega un punto en el que decides volver. 


¿Por qué causas de su tierra le merece la pena luchar?

Almería tiene a gente maravillosa con proyectos increíbles: Pablo Mazuecos de Clasijazz, Jesús García de La Guajira y Carlos Vives de LaOficina. Yo nunca me he desvinculado del todo de la ciudad, incluso cuando estaba fuera le hablaba de Almería a mis estudiantes e invitamos a gente potente a venir como a Sensi Falán, que se desplazó a Cracovia, o Antonio Orejudo, que viajó a Tartu. Mis amigas dicen que soy mánager de artistas. (Risas).


A mí me interesan la educación y el arte como motor de cambio social. Estamos a años luz de esos modelos de ciudad donde todo el mundo participa y se da la economía social. Aquí llega todo un poco más tarde, pero hay gente que se ha formado fuera y ha vuelto para aportar lo que sabe.


Enseña español a estudiantes que vienen de fuera, ¿cuál es la percepción que les causa Almería?

Tengo un poco de todo: Erasmus, gente que viene por amor o personas que llevan años afincadas aquí y deciden aprender bien la lengua. A veces les pregunto por qué han elegido Almería y me dicen que les gustaba el nombre o que han venido porque hace sol (Risas). Yo intento vincularlos con el territorio haciendo rutas culturales y visitando exposiciones y museos. 


¿Cuáles de sus experiencias docentes destacaría?

La mejor experiencia docente es la que tienes entre manos en ese momento y a mí me gusta tener experiencias en niveles distintos. Un proyecto muy bonito fue de alfabetización de mujeres marroquíes, que aprendieron a escribir su nombre, algo que ni siquiera habían hecho en su lengua. También destacaría la puesta en marcha del aula de niños en el Instituto Cervantes de Cracovia, donde creé mi propio método con canciones y juegos. Esa aula sigue funcionando y todavía me escriben algunos padres. Y algo nuevo que he experimentado recientemente es la enseñanza con alumnado chino, que es encantador y más accesible de lo que pensaba. Como despedida les hice una ruta por el Puga, Los Charros, el Bonillo, el Quiosco Amalia…


También ha trabajado como gestora cultural y traduciendo al español al poeta estonio Juhan Liiv en colaboración con el poeta y profesor Jüri Talvet y el traductor Albert Lázaro-Tinaut. ¿Cómo fue?

Me encantó la experiencia, cada poema es un mundo y había que jugar con las sonoridades de la lengua original y la tuya propia pasando por el inglés también para entenderlo mejor y todo, claro, con la ayuda de dos grandes maestros.


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